la mente. Primero porque, para hacerlo, la persona requiere dividirse y, por lo tanto, se va disociando; y segundo, porque al perder una parte de sí, se empobrece.
En estas condiciones, el cambio psíquico anhelado consistirá en la incorporación de aquello que fue proyectado, con lo cual disminuirá el empobrecimiento. Y, al mismo tiempo en la integración de estas partes que habían sido divididas en la mente, para así disminuir la disociación.
Un discípulo británico de Klein y psicoanalizado por ella, W. R. Bion, realizó un aporte fundamental respecto a las condiciones requeridas para el cambio psíquico. Bion compartía la opinión de que los mecanismos de expulsión de lo conflictivo eran causa de empobrecimiento y disociación mental en los individuos. Sin embargo, planteaba que este acto tiene, en muchos casos, una intención comunicativa positiva. Se realiza para que un otro se haga cargo de aquello que la mente no puede tolerar. Si este otro es capaz de devolver aquello expulsado, habiéndolo previamente enriquecido con afecto y comprensión, quien lo expulsó podría ser capaz de reincorporarlo e integrarlo a su mente. Este acto se denomina “contención”. En el caso del bebé, quien lo “contiene” es la madre, y luego también el padre. Así, en el transcurso del desarrollo y en todas las etapas de la vida, tienen un potencial contenedor todas las figuras significativas, en la medida en que son capaces de acoger los aspectos conflictivos y no tolerados, expulsados por la persona angustiada. Es un otro el que, al escuchar y dar sentido a lo que revive esa persona, promueve y posibilita el cambio psíquico.
El psicoanálisis contemporáneo integra los aportes de Freud, Klein y Bion, enriqueciendo así su teoría y su técnica.
Los conflictos mentales nacen de la necesidad de la mente de sacar de la conciencia lo perturbador, reprimiéndolo en el inconsciente o expulsándolo fuera de sí. La cura se plantea modificar estos mecanismos perturbadores, suprimiendo represiones e integrando los aspectos divididos y proyectados.
Todo esto es posible sólo en la medida en que esa mente viva una experiencia de contención de parte de un otro, función que en el trabajo terapéutico cumple el psicoanalista. Veremos en este trabajo el desenlace de los conflictos con un tercero y en los grupos sociales, en ausencia de la ayuda terapéutica.
A través de todo el texto, la evolución y crecimiento mental, tanto sociales como individuales, son considerados esenciales para la superación genuina del conflicto. Planteamos, también, que este crecimiento está condicionado por la posibilidad de cambio psíquico en los participantes del conflicto. ¿Qué es, en lo esencial, el cambio psíquico desde la perspectiva de nuestra disciplina?
Freud, influido por la física mecanicista de su tiempo, concibe el funcionamiento de la mente según un modelo hidráulico. Imagina la energía psíquica como fluidos energéticos, que llama libido. En la medida en que dichos fluidos son entorpecidos en su trayecto, se acumulan y esta acumulación busca salida: lo hace a través de un síntoma.
El modelo de la mente con el que trabaja Klein se parece a un teatro, con su escenario, actores y público espectador. Tanto los escenarios como los actores van siendo incorporados en las sucesivas experiencias que tenemos con el medio ambiente y con quienes nos rodean. En este interjuego de incorporar y expulsar, se van configurando los actores de nuestra vida psíquica. La calidad de estos actores determina tanto nuestra capacidad para enfrentar las crisis propias del desarrollo de nuestro ciclo vital, como nuestra fortaleza y creatividad. En definitiva, la identidad en la cual nos jugaremos nuestra libertad.
A los personajes que nos producen inquietud y angustia, y a los cuales, a pesar de su impertinencia, nuestra mente les reconoce ciertas cualidades, los dejamos tras bambalinas; es decir, los reprimimos. Desde allí, seguirán influyendo constantemente en el desenlace de la obra.
Puede haber también personajes que nos resultan intolerables, porque nos despiertan angustias muy desorganizantes, persecución y pánico; en estos casos, optamos por eliminarlos. Podríamos decir que se los proyectamos al público, que son las personas con quienes interactuamos; es a ellas que culparemos por que la obra no pueda llevarse a cabo en la forma esperada y requerida; esto es, los culpamos de nuestros conflictos no resueltos. Como he señalado, al expulsarlos nos disociamos, empobrecemos nuestro reparto, y quedamos con menos recursos.
Nuestra vida psíquica transcurre como un teatro en permanente función, donde las escenas y contenidos se activan en respuesta a las demandas de dar significado a nuestro mundo externo. La vida está compuesta, aun en lo más cotidiano, por pequeños dramas y comedias. El grado de tragedia que involucren nuestras representaciones tendrá que ver con la realidad externa objetiva, pero también con las características de nuestros actores. Algunas realidades mínimamente conflictivas se pueden transformar en grandes tragedias, desatadas por actores impulsivos, descontrolados y destructivos. También puede suceder que conflictos que requieren elaboración no son asumidos, cuando los actores son pasivos, negadores y evitadores de cualquier dificultad o dolor.
Desde esta perspectiva, el cambio psíquico consiste en mejorar la calidad de los personajes, de modo tal que no se haga necesario ponerlos detrás de los bastidores, ni arrojarlos al público. La idea es que podamos integrarlos a nuestra vida psíquica, enriqueciendo así nuestra identidad y, por ende, agrandando el horizonte de nuestra libertad.
2. La separación, la pérdida y la elaboración del duelo: procesos básicos del crecimiento mental
Este camino de crecimiento requiere trabajo mental, y en ese derrotero la experiencia se aquilata en medio de los conflictos. Si pudiéramos definir un conflicto paradigmático que atraviesa toda la historia del hombre y la mujer, es el de la separación. Separación que implica pérdida, duelo.
Toda nuestra existencia está marcada por inevitables separaciones. Nos separamos del vientre de nuestra madre, luego de su pecho y abrigo corporal, más tarde del padre; en la adolescencia la separación es mayor aún, con el fin de consolidar nuestra propia identidad. Luego nos separamos de los ideales de la adolescencia; del hogar paterno para fundar uno propio y tener nuestros propios hijos, de los cuales algunos años más tarde también nos separaremos. En la tercera edad nos separamos del trabajo, de la institución que nos acogió, de la salud, de la belleza, de la fuerza y energía; eventualmente, de algunos amigos, de la pareja y, finalmente de la vida.
Es en este escenario de continuas separaciones donde se fragua nuestra capacidad y fortaleza mental. Y ello, ¿por medio de qué proceso ocurre? El camino es la elaboración de la agresión destructiva que las separaciones hacen resurgir en nuestra mente.
La pérdida de una situación gratificante, de un objeto placentero o de una persona querida o apreciada, genera un sentimiento de frustración; éste, a su vez, gatilla un estado emocional que denominamos agresión, y que en su expresión máxima llega al odio. Es una reacción arcaica que pone en marcha la conducta de ataque para recuperar la presa, y que tuvo una finalidad precisa en nuestros antepasados primitivos. Así, entonces, cada separación inunda la mente con altos montantes de odio cuya única finalidad es destruir a un otro, o destruir el vínculo, y a veces, para lograr este último objetivo, incluso destruirse a sí mismo.
La complicación está en que si reacciono agresiva y destructivamente, no puedo esperar sino lo mismo de parte del otro. Este ánimo agresivo termina instalando en nuestra mente un mundo persecutorio. Frente a la persecución, no queda otra alternativa que huir, o atacar.
Lo anterior conduce a una situación dramática: a aquel que nos brindaba protección y satisfacía nuestras necesidades, en el momento de la separación, lo destruimos.
Pero, ¿existe otra salida?
Si el montante de odio generado por la frustración no es tan alto (lo cual también depende de la relación que establece con nosotros aquel que vamos a perder) podemos renunciar a la forma de gratificación que hasta ese momento esa persona nos deparaba, y crear al interior de nuestra mente una nueva forma de relación, un nuevo vínculo. Pero este resultado es producto de un largo trabajo de duelo, que pasa por vivir y enfrentar las emociones despertadas por la pérdida.
Elaborar la agresión gatillada por la separación, tramitar las rabias que desencadenan los duelos de todos los días, es la arena donde madura y crece nuestra