ilustración 9) de la musculatura del futbolista: hacia el final de la segunda parte el glocógeno normalmente se ha reducido drásticamente. Esto tiene como consecuencia que, al aparecer las debilidades físicas y de concentración, aumente el ratio de veces que se golpea la pelota hacia el final del partido, aunque a pesar de ello normalmente se juega a un ritmo más reducido (ver también Binz, 1984, pág. 32)
Ilustración 16. Gráfico de un jugador durante los 90 minutos de juego. Al aumentar el tiempo de juego puede verse que el jugador disminuye el tiempo que pasa corriendo (según Jaschok/Witt; en Piekarski, 1987, pág. 39).
La práctica en el juego muestra que la mayoría de faltas que se hacen (algunas con consecuencias de lesiones) se dan especialmente en aquellos jugadores que tienen una inferior condición física y que se cansan más pronto.
Resumiendo podemos indicar que de un potencial energético elevado (buenas reservas musculares de azúcar y grasas) se desprenden las siguientes ventajas: el jugador que está bien entrenado en resistencia se recupera más rápidamente de las acciones intensas de juego, está en condiciones de reaccionar durante más tiempo y más rápidamente, reduce el tiempo de sus pausas y, por tanto, puede mantener un ritmo de juego elevado; reduce el número de posibilidades de errores técnico-tácticos debidos al cansancio y mantiene el ritmo del juego, incluso hacia el final del partido continúa golpeando la pelota de forma precisa y no la pierna del contrincante; no pierde la concentración, la atención ni la capacidad de observación.
Ilustración 17. Desarrolle de los goles durante la totalidad del tiempo de juego en la liga júnior (a) y en la profesional (b) (según Piekarski, 1987, págs. 37 y 38).
Anexo suplementario: importancia de una dieta rica en hidratos de carbono en el rendimiento del futbolista
Para conseguir un efecto óptimo del entrenamiento no sólo es necesario entrenar intensamente sino también prestar atención a la alimentación. La alimentación juega un papel muy importante en los deportistas de resistencia -y los futbolistas como «deportistas mixtos» entran también dentro de esta categoría-, ya que es decisiva para el éxito del entrenamiento. Por este motivo, antes de presentar los efectos de la resistencia, introduciremos este tema como tratado suplementario.
Mientras que en estado de reposo la energía se reparte en un 50 % en las grasas y un 50 % en los hidratos de carbono, si aumentamos la intensidad del esfiierzo aumentará el consumo de hidratos de carbono mientras que disminuirá el de grasas. En esfuerzos muy duros se consumirán exclusivamente hidratos de carbono (ver Jacobs, 1988, pág. 23). Un gran número de investigaciones han demostrado que la capacidad de resistencia y la capacidad de poder efectuar esfuerzos violentos durante un período prolongado de tiempo está directamente influenciado por el nivel de reservas de glucógeno de los músculos (ver Bergstóm et al., 1967, pág. 140; Saltin, 1973, pág. 137; Maughan/Poole, 1981, pág. 211; Sherman/Costill, 1984, pág. 445; Kirkendall et al., 1987, pág. 36; Coyle/Cogan, 1989, pág. 59; Jakeman/Pal- freeman, 1989, pág. 8). Tal como ya mostraban las investigaciones de Hermansen/Hultman/Saltin, (1967, pág. 29), la capacidad de resistencia en áreas de intensidad del 60-85 % del consumo máximo de oxígeno -en el fútbol el promedio es del 80 %- está directamente correlacionada con la cantidad de reservas musculares de glucógeno.
Por este motivo, la cantidad de glucógeno almacenado en el hígado y la musculatura del futbolista representan un factor de limitación de rendimiento muy importante. Tanto la resistencia como la fuerza-potencia y el rendimiento en el esprint disminuyen cuando bajan las cantidades de glucógeno (ver Jakobs et al., 1981; Maughan/Poole, 1981; Heigenhauseretal., 1983; Young/Da- vies, 1984; Greenhauf et al., 1987). Pasados dos o tres días de un fuerte entrenamiento, la fuerza dinámica y estática todavía continúa estando a niveles bajos incluso cuando la reserva de glucógeno vuelve a estar a su nivel normal (ver Young/Davies, 1984; Sherman et al., 1984; Jacobs, 1987). Pero la pérdida de fuerza se nota todavía más cuando bajan los niveles de glucógeno.
Saltin (1973, pág. 137) pudo demostrar, igual que Kirkendall et al. (1987, págs. 37-38), que los jugadores que tenían un nivel más elevado de glucógeno antes del inicio del juego generalmente hacían recorridos más largos, especialmente en la segunda mitad del juego, y el número de acciones intensas también era superior en los jugadores con un entrenamiento de resistencia. Los jugadores que entrenan de forma intensa diariamente -esto es aplicable especialmente a los futbolistas profesionales que cada día efectúan de 1 a 3 unidades de entrenamiento- debido a su gran consumo de energía deben prestar especial atención a la sustitución tanto cuantitativa como cualitativa de las reservas de glucógeno utilizadas. Las investigaciones de Costill et al. (1971, pág. 834 s.) dejan muy claro que después de un esfuerzo intenso en el entrenamiento o en la competición las reservas de glucógeno no pueden recuperarse por medio de una comida normal; esto sólo será posible mediante una dieta rica en hidratos de carbono.
Unos 600 g diarios de hidratos de carbono (correspondientes al 65-70 % de las calorías ingeridas) deberían ser suficientes para evitar una pérdida de glucógeno durante el período de competición (ver Costill et al., 1981, pág. 1831).
A pesar de este hecho aquí mencionado y conocido por todos, todavía puede observarse que hay jugadores -incluso de los más altos niveles- que aún cometen errores en lo que se refiere a una dieta rica en hidratos de carbono. La idea de que un bistec y una ensalada es lo que más «fuerza» da para un entrenamiento o un partido parece no poder desarraigarse. Tanto en las investigaciones de Schnizer/Kirchrath (1987, págs. 3-4) como en las de Jacobs et al., (1978, pág. 297) y las de Saris (1990, pág. 6) se demuestra que el futbolista ingiere insuficientes hidratos de carbono. El porcentaje de ingestión de hidratos de carbono está por debajo del 50 %, a pesar de que debería ser al menos del 55-60 % y en casos concretos (entrenamiento intensivo, partido difícil, partidos de competición) debería aumentarse hasta el 65-70 %. Esto tiene como consecuencia que los niveles de glucógeno todavía no se han recuperado al cabo de 48 horas cuando tiene lugar el siguiente entrenamiento o partido.
En referencia al balance hídrico y de electrólitos (minerales) también puede determinarse que el peligro de una disminución de rendimiento debido a la pérdida de líquidos sólo se tiene en cuenta hasta cierto punto (ver también Rokitzki/Keul, 1990, pág. 42; Gerlach/Golf, 1990, pág. 43). Todavía hoy hay un 15 % de los jugadores que no bebe nada durante la media parte, y casi un tercio toma bebidas sin aditivos (p. ej., suplementos de minerales o de hidratos de carbono) como té. A pesar de que actualmente los equipos profesionales cuentan con buenas orientaciones y los entrenadores y cuidadores exigen a los jugadores que entiendan al máximo todas las medidas físico alimentarias, en los jugadores no profesionales todavía puede encontrarse una gran falta de información. En vista de la importancia de la alimentación para el rendimiento corporal deberán extremarse al máximo las medidas en este aspecto.
Tanto en los entrenamientos como en los campeonatos -especialmente en los estiramientos y en la media parte- deberían tomarse «bebidas minerales energéticas» (que contienen soluciones de azúcar juntamente con suplementos de minerales y vitaminas) para que mediante un aumento de azúcar en la sangre cada cierto tiempo, se mandasen impulsos de rendimiento al cerebro y a la musculatura (ver Diebschlag, 1988,pág.7). La ingestión de bebidas ricas en hidratos de carbono antes, durante o después del partido tiene tres grandes ventajas:
1.Las reservas de glucógeno propias de los músculos saldrán beneficiadas.