de los tejidos musculares en el movimiento acertado y lo transmite a los huesos, y, junto con los nervios y los músculos, suele controlar la fuerzas mecánicas en constante cambio que nos afectan por el hecho de estar en contacto con el resto del mundo.
No se puede eliminar un centímetro cúbico de la carne del cuerpo sin llevarse parte de la red miofascial. Este sistema miofascial que combina fibras duras con un gel amorfo de proteoglicanos (sustancia base) pegajosos en un medio acuoso aporta un entorno a cada célula, preserva todos los tejidos, rodea a cada órgano y mantiene el sistema completo unido. Gracias a su estrecha conexión con cada estructura tisular, también desempeña un gran papel en la inmunidad y el mantenimiento fisiológicos; pero dejaremos que sean otros los que expliquen y den más detalles de sus funciones mecánicas.
Elementos de la fascia
Para tratar esta amplia variedad de fuerzas, las células de nuestros tejidos conjuntivos crean una igualmente amplia matriz de materiales de construcción al modificar ciertos elementos sorprendentemente simples. Los huesos, los cartílagos, los tendones, los ligamentos, las válvulas del corazón, las vainas de dura fábrica que rodean los músculos, la delicada red pegajosa que sostiene el cerebro, la córnea transparente del ojo y la dentina de los dientes –todas éstas y otras muchas estructuras están formadas por células de tejido conjuntivo (figura 1.3).
Figura 1.3. Las células como los fibroblastos y los mastocitos forman tejidos conjuntivos mediante la alteración de los elementos del espacio intersticial, la alteración de las proporciones de los elementos constituyentes: fibras, proteoglicanos pegajosos y agua.
Gracias a las proteínas que aportan los alimentos a través del torrente sanguíneo, las células de los tejidos conjuntivos producen los elementos intercelulares omnipresentes que mantienen unidos nuestros billones de células. El elemento principal de nuestra estructura es la resistente fibra de colágeno, la cual está entretejida con otras fibras –elastina y reticulina– formando una cama de mucopolisacáridos pegajosos, también creados por estas células. Estos grandes polímeros de azúcares y proteínas recogen suficientes cantidades de agua para crear numerosas configuraciones con diversas propiedades con las que satisfacer nuestras diferentes necesidades de estabilidad y movilidad.
En los huesos, la densa red de colágeno parecida al cuero se inserta en un apatito de calcio y sales minerales que sustituye a la sustancia base produciendo el tejido más rígido, y aun así elástico, de nuestro cuerpo –el memento mori que sobrevive cuando nuestros tejidos han desaparecido. El cartílago tiene la misma base correosa (aunque el cartílago puede variar en su cantidad de colágeno o elastina), pero el resto del espacio intersticial está lleno de una condroitina parecida a la silicona.
En los tendones y ligamentos predomina la fibra, con sólo una pequeña cantidad de glucoproteínas en la red de fibras que forman hileras cristalinas irregulares. En la aponeurosis, la proporción de fibras y glucoproteínas es similar, pero las fibras se extienden por todas partes, a su gusto.
En los tejidos laxos, como el areolar o la grasa, las fibras se intercalan con grandes cantidades de glucosaminoglicanos acuosos. La menor viscosidad de estos tejidos permite la fácil dispersión de diversos metabolitos y la lucha contra las infecciones de los glóbulos blancos.
Sin límites, el sistema del tejido conjuntivo es capaz de modificar estos elementos para desenvolverse en las cambiantes condiciones mecánicas, creando ligamentos más fuertes y huesos más densos como respuesta a las demandas de (por así decirlo) un campamento de baile de verano y, por supuesto, para curar heridas, arreglar huesos rotos o reparar tejidos dañados. Desafortunadamente, también puede modificarse de forma negativa como respuesta a la vida sedentaria o a un patrón crónico de mantenimiento debido a la psicología o el tipo de profesión.
Hace poco hemos sabido que las propias células, al menos el tipo especial de fibrocitos llamados miofibroblastos, pueden modificarse para ligarse a la red miofascial que ellas han creado a través de las integrinas que veremos en la página 16 y ejercer fuerza para contraerla (figura 1.4). Hasta que se descubrió esto, se asumía que ese músculo era contráctil, pero la fascia era pasivamente plástica. Ahora sabemos que, en ciertas condiciones, la fascia puede contraerse gracias a estas células, convirtiéndose ellas mismas en células de músculo liso y ejercer una fuerza contráctil contra la red miofascial que las rodea.
Figura 1.4. Los miofibroblastos añaden la contracción celular a nuestra imagen de la red miofascial. En ciertas condiciones, algunos fibroblastos anclan su estructura celular a la matriz de tejido conjuntivo y luego ejercen una contracción lenta y suave parecida a la de los músculos contra la red fibrosa.
Estas condiciones son muy interesantes porque, al contrario que el resto de las células musculares –músculo liso, esquelético o cardíaco–, estas células híbridas de tejido conjuntivo no son inervadas. En lugar de ser estimuladas por nervios, lo son por sustancias químicas como las antihistaminas o la oxitocina, o por la tensión mecánica mantenida a través de la fascia a la que están conectadas.
Los miofibroblastos tardan un tiempo en crear una contracción –veinte minutos como mínimo– y varias horas en abandonarla completamente, así que no es una contracción compensatoria inmediata como la que se observa en otros tejidos musculares. Sin embargo, la contracción combinada de muchos miofibroblastos sí que ejerce una tensión significativa en grandes capas como la fascia crural que rodea la pantorrilla, la fascia toracolumbar de la parte inferior de la espalda o las fascias palmar o plantar, donde el exceso de actividad de estas células puede contribuir a causar fibromatosis o la contractura de Dupuytren.
Aunque actualmente se sabe poco sobre las implicaciones clínicas de la presencia o la contracción de miofibroblastos y lo que ello puede indicar al fisioterapeuta, representa un importante punto de partida desde las ideas establecidas y nos demuestra que lo que “sabemos” de la fascia –es decir, que no se contrae activamente– está sujeto a cambio.
Señalización de la fascia
La señalización bioquímica que regula estos cambios tisulares a nivel celular sigue siendo un secreto para los investigadores, pero las implicaciones de esta nueva mecanobiología son muy diversas en todos los manuales y para todos los terapeutas del movimiento. Todas las células, y especialmente los fibrocitos, no sólo “prueban” su entorno químico (del trabajo de Candace Pert et al. [1997] con neuropéptidos), sino que también “escuchan” y responden al ambiente mecánico de tensiones y compresiones.
El mecanismo a través del cual ocurre esto funciona gracias a unas moléculas especiales que se insertan en la superficie de la mayoría de las células del cuerpo, pero especialmente de los fibroblastos y sus primos, llamados integrinas (figura 1.4). Las células se fijan dentro de la red del tejido conjuntivo a través de las integrinas. Las células se mueven por el cuerpo principalmente extendiéndose para crear nuevas conexiones con las integrinas por su “cabeza” y soltando esas conexiones por su “cola”. Las integrinas están conectadas a través del citoesqueleto a la célula, por lo que las tensiones de los tejidos conjuntivos pueden afectar el comportamiento de la célula y hasta la forma de expresarse de los propios genes.
Las implicaciones de estos descubrimientos son profundas. Ello sugiere que podríamos definir la salud estructural como un estado en el que cada célula del cuerpo vive en su ambiente mecánico ideal. Lo que constituye “ideal” varía de un tipo de célula a otro y puede incluso variar dentro de los tipos de células de las diferentes partes del cuerpo.
Las células musculares prefieren algo de tensión en su ambiente; la mayoría de los nervios funcionan mejor en situación de poca tensión. Las células epiteliales expresarán sus genes de forma diferente en un ambiente más tenso que en uno más comprimido.
En los extremos, las células que sufren demasiada