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Los antiguos investigaron la proporción ideal del cuerpo humano observando el punto medio y las proporciones relativas de diferentes partes del cuerpo. Ahora podemos definir un nuevo ideal de proporción basado en el ambiente biomecánico óptimo para cada célula. Aunque estamos muy lejos de medir esto de un modo terapéuticamente específico, este concepto apunta hacia un nuevo y excitante matrimonio entre la biología celular y la terapia manual.
Otra forma de señalización miofascial proviene de la idea de que la red de colágeno húmedo forma un cristal líquido, una red semiconductora. La presión o la tensión crean un flujo iónico dentro de esta red llamado piezoelectricidad, y su flujo eléctrico estimula o deprime los fibroblastos para que formen (o no formen) nuevas fibras (figura 1.5).
Figura 1.5. Hace tiempo que sabemos que la red nerviosa es una red de señalización, pero la red de tejido conjuntivo es potencialmente una red de señalización secundaria, quizá más primitiva, pero cinco veces más rápida.
De este modo, la tensión de nuestros movimientos, especialmente los que repetimos a menudo, permiten la “remodelación” de nuestros tejidos conjuntivos, incluidos los huesos y ligamentos, cuando nos sometemos al campamento de baile de verano del ejemplo anterior o a cambios más sutiles de postura por haber cambiado de trabajo o de actitud psicológica o al ir envejeciendo.
Por tanto, cuando tratamos la red neuromiofascial del cliente, lo que queremos es aumentar o dirigir los procesos naturales para favorecer la curación o un funcionamiento más eficiente, desde los niveles celular y molecular hasta el todo biomecánico del rendimiento –de forma cotidiana, deportiva o artística.
En el ámbito de la neurología, aunque el efecto de la manipulación profunda de los muchos receptores nerviosos de la fascia (la mayoría de los cuales son modificaciones de los receptores de estiramiento) no se ha terminado de establecer, el efecto general parece ser el restablecimiento del nivel de proteínas STAT1 de los nervios, la restauración de la sensación de los nervios insensibles y la disminución del umbral de estimulación de los nervios motores que se atascan en la posición de “encendido” (“on”) (figura 1.6).
Figura 1.6. Tu fascia es tu órgano sensorial más rico, cargado de nervios que incluyen terminaciones nerviosas libres, órganos tendinosos de Golgi, corpúsculos de Pacini, bulbos terminales de Krause y corpúsculos de Ruffini –ofreciendo todos al cerebro una imagen clara de la presión, las vibraciones, la rotura–, de hecho, cualquier deformación de la fascia.
En la fascia, el efecto de la manipulación profunda parece fundir las glucoproteínas que se han hecho más viscosas, y gracias a que son tixotrópicas, pueden volver a ser más maleables, como el gel, y menos viscosas y pegajosas. El tejido conjuntivo es un coloide complicado que podría compararse con un postre de gelatina: si se pone en el frigorífico, se endurece; si se mete en el horno, se licúa (se hace tixotropo). Con la manipulación, el proceso es similar (y probablemente también lo sea en el ejercicio dinámico y en estiramientos como los del yoga).
Cuando la manipulación profunda se aplica con un vector direccional específico, el hecho de que se fundan las glucoproteínas que hay entre las fibras permite que las fibras de colágeno resba len entre sí, lo cual crea una deformación plástica que resulta en un alargamiento sostenido del tejido. Éste es muy diferente –en propósito, sensación y resultado– al tejido muscular elástico que se estira. Es la plasticidad de la fascia la que explica la permanencia y la naturaleza progresiva de la manipulación miofascial bien organizada. Al contrario que los músculos, la fascia –cuando se elonga satisfactoriamente– no “vuelve bruscamente” a su sitio.
Es necesaria una manipulación sostenida para conseguir que la fascia se ablande y se mueva. También son vitales la profundidad específica y la dirección del estiramiento del tejido. La manipulación profunda también afecta las muchas terminaciones nerviosas de la fascia, y el efecto de elongación puede provocar efectos neurológicos, efectos tixotropos o la combinación de ambos. Este libro está diseñado para guiarte a través de tus sensaciones de los cambios y direcciones de los tejidos, lo cual te aportará el máximo resultado con el mínimo esfuerzo.
En resumen, los nervios, los músculos y la fascia se combinan para hacer de los tejidos miofasciales un lugar dinámico para actuar. La manipulación profunda puede afectar estos tres tejidos, pero el efecto sobre la fascia, cuando ésta se ablanda y se elonga, es sostenida, lo cual da tiempo a los otros dos tejidos para readaptarse al nuevo entorno mecánico. El tejido miofascial en conjunto –células, fibras y “pegamento”– puede deformarse a causa de una lesión, el abuso o el desuso, pero lo bueno es que es “plástico”: puede ser reformardo como respuesta a un buen trabajo corporal, el estiramiento y la conciencia.
En esta sección nos hemos ocupado de explicar los efectos locales de la tensión mecánica y la liberación terapéutica sobre los tejidos conjuntivos, en los que cada célula, como hemos dicho, es sabido que “escucha” y se ajusta a los mensajes mecánicos que recibe del exterior. Pero por otra parte, como terapeutas, estamos acostumbrados a ver que el trabajo en una parte del cuerpo puede provocar cambios en otras zonas bastante lejanas al lugar en que se ha aplicado la manipulación. Por ejemplo, el trabajo en los tobillos puede aliviar la parte inferior de la espalda, o la apertura en el cuello, determinar un patrón de respiración más expandido.
Para saber cómo los cambios locales pueden producir resultados globales, tenemos que volver a la idea de que la fascia es una única red y ver todo el diseño a la luz de una especie inusual de ingeniería de nuestro cuerpo llamada “tensegridad”.
Tensegridad
El cuerpo está diseñado para distribuir la tensión de forma global, no para concentrarla de forma local. Las fuerzas inmediatas del esfuerzo en gravedad, así como las fuerzas de movimiento más lentas para compensar lesiones o patrones de uso, se entienden mejor a través de un tipo particular de geometría conocido como “tensegridad”.
Tratar con la tensión, la compresión, la flexibilidad y la fuerza de cizallamiento es el pan de cada día de los ingenieros. Desde Descartes, nuestro cuerpo siempre se ha descrito como una “máquina blanda” en la que los huesos son como vigas, los músculos son como cables y toda la estructura es algo parecido a una grúa –una serie de poleas y palancas perceptibles según las leyes del movimiento de Newton y (más en profundidad) la termodinámica. Aunque este enfoque mecánico a la cinesiología ha aumentado nuestra comprensión de la biomecánica del movimiento, su análisis no ha sido capaz de aclarar del todo ni siquiera las acciones más sencillas como correr. Lo cierto es que no arroja luz sobre las clases de compensación global para una lesión que exponemos aquí.
La introducción de las matemáticas del caos, las ecuaciones fractales y una mayor comprensión de cómo los sistemas vivos se mantienen sobre el filo de la complejidad ha derivado en un nuevo entendimiento de la dinámica humana en su estabilidad/movilidad. En lugar de ver el cuerpo como vemos nuestras casas y nuestros puentes, lo vemos como un ejemplo de tipo único de estructura conocido como “tensegridad” (un neologismo que proviene de “tensión” e “integridad”), según la cual la integridad de la estructura se apoya en el equilibrio de las fuerzas de tensión en lugar de en la continuidad de las fuerzas de compresión.
Introducida por el artista Kenneth Snelson y desarrollada por el diseñador Buckminster Fuller, la teoría de las estructuras de la tensegridad ofrece un modo contrastante de vernos a nosotros mismos. En lugar de ver el esqueleto como un armazón sólido (lo que claramente no es –hasta el esqueleto de una clase tiene que atarse y colgarse para mantenerlo en pie) del que cuelgan los músculos, podemos ver el cuerpo como una única estructura tensional en la que los puntales óseos “flotan” (figura 1.7).