James Earls

Inducción Miofascial para el Equilibrio Estructural


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¿Qué movimiento le pedirás al cliente que haga para favorecer tu manipulación? ¿Qué herramienta (dedos, nudillos, antebrazo, etc.) funcionará mejor en esa zona? Ésta es la fase en la que se procesa la información obtenida para crear una estrategia coherente.

      Los profesionales suelen saltarse las dos fases de Valoración y Estrategia; no son puntos concretos, sino simplemente parte de un proceso mental, una toma de decisiones consciente que asegura que el trabajo se ajusta a las necesidades del cliente y que no es un simple tratamiento rutinario. Evidentemente, los profesionales novatos necesitan una “receta”. Las personas que tenemos una base en el tema de los masajes recibimos una secuencia básica en los primeros días de práctica, pero a medida que nos sentimos más cómodos con las técnicas y somos más conscientes de sus efectos sobre las variaciones de los clientes como individuos y sus tejidos, aprendemos a adaptar esa plantilla a las necesidades que se nos presentan. Con la FRT esto puede y debe respetarse en todas y cada una de las manipulaciones.

      Éstas también son fases que se enriquecen con la experiencia. Es de esperar que con cada cliente y cada incursión en el tejido vayas creando tu vocabulario de la manipulación. Cada vez que conformes una estrategia, manipules y evalúes de nuevo, experimentarás con tus manos el éxito o el fracaso. Estarás estableciendo la base del entendimiento de los estilos, las fuerzas u otras variaciones de manipulación que funcionarán (o fracasarán) en cada situación. Si ignoras la fase de la estrategia, puedes caer fácilmente en modos habituales de trabajar que al final reducirán tu vocabulario y limitarán tus capacidades de manipulación. Una pausa para crear una estrategia ayuda a crear un archivo documental más profundo (y no verbal), pero la velocidad a la que crees esta herramienta documental dependerá de cómo pases a la siguiente fase, la intervención.

       Fase 4. Intervención

      Finalmente, llegas a la fase en la que se realiza el trabajo. Ya has llegado, has comprobado la zona sobre la que tienes que trabajar, has decidido cómo la vas a tratar y ahora puedes actuar. Como parte de tu estrategia, ya habrás escogido qué herramienta utilizar. Ya has localizado el nivel y la zona en los que quieres estar y ahora puedes tocar con cuidado y/o pedir a tu cliente que mueva esa zona. Sin embargo, en esta fase no es tan importante que tú realices la manipulación como el efecto que obtengas. El profesional tiene que controlar constantemente lo que ocurre por debajo y alrededor del punto de contacto. ¿Se relaja el tejido? ¿Experimenta algún cambio con el movimiento la zona adecuada? ¿Se levanta o se mueve el tejido? ¿Es capaz el cliente de recibir y procesar la información que le ofreces?

      A lo largo de toda la intervención, o la manipulación, se establece una retroalimentación con la que es posible valorar su efectividad. ¿Qué cambios puedes realizar para lograr los objetivos fijados? Con cada cambio tienes que volver a evaluar.

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       Figura 2.2. Con cada aumento de la intensidad, el practicante debería sentir un poco de retroalimentación.

      Ahora estás escuchando de verdad al cliente y sus tejidos, estableciendo lo que a veces llamamos una “comunicación entre dos sistemas inteligentes”. Con tu estrategia in mente, ofreces información al cliente y les preguntas a sus tejidos si pueden cambiar y si el trabajo que realizas tiene sentido para ellos. Al escuchar los sistemas que quedan bajo tu mano y permanecer abierto a sus mensajes, podrás ajustar las capacidades del tejido del cliente a tu trabajo, siempre que consigas adaptar tu oído a la lengua que sus tejidos emplean para informarte en respuesta a tu contacto.

      Schwind (2006) nos anima a emplear tantas superficies con las que no se trabaja que no sean las manos como podamos para facilitar esta comunicación. El empleo de la mano de apoyo como mano madre, para un contacto nutriente, o como mano auditiva, es común entre muchas tradiciones de trabajo corporal, pero sólo se obtiene el máximo beneficio si se introduce como parte de esta conversación. No debe estar ahí sólo para ofrecer comodidad y relajación, sino para aportar una tercera dimensión a lo que de otro modo sería una manipulación bidimensional. Dos manos que trabajan coordinadas con el movimiento de un cliente multiplican muchas veces el poder terapéutico de simplemente “manipular” con una mano.

      Así es como crece el vocabulario de tu manipulación, experimentando con todas las muchas variables y escuchando los cambios que se producen. Schleip (2003) nos ha mostrado los muchos tipos de mecanoceptores del tejido miofascial y que cada uno responde a diferentes formas de tensión en las fibras que lo rodean. Por tanto, debemos aprender cómo hablar con cada uno de ellos, ya que tienen diferentes lenguas.

      Hay variaciones entre los clientes, e incluso entre las diferentes zonas de un mismo cliente. Habrá variaciones en el tipo de disfunción, así como en las capas miofasciales o estructuras, sean regulares o irregulares, densas o flexibles, rígidas o hipermóviles. Cada una tiene un lenguaje diferente (o un dialecto al menos), así que cuanto más amplio sea tu vocabulario de la manipulación, más clara será vuestra conversación.

       Fase 5. Final

      Una vez que empieces, tendrás que acabar. Si te tomas todo ese tiempo para cuidar a tu cliente, profundizando, sintiendo las condiciones de sus tejidos y escuchando los cambios que atraviesa mientras trabajas, cumple con el cliente y el trabajo terminando lentamente. A veces parece que los terapeutas se olvidan de que están trabajando con otra persona; a veces parece que se sienten tan aliviados al llegar al final de su manipulación que paran de golpe. No decimos que esté mal, sólo que quizá sea un poco repentino y descortés hacia el cliente. Cambia el peso de tu cuerpo hacia tu pierna adelantada; no te apoyes en el cliente para levantarte. Cuando hayas recuperado tu peso sobre las piernas, levántate y suelta la manipulación, permitiendo que el tejido se asiente en lugar de volver a su posición anterior.

      A veces es más placentero para el paciente que el contacto se frene en espiral (Aston, 2006), de forma que se deje de tocar la piel lentamente. Esto es especialmente cierto cuando se trabaja en zonas en las que la piel puede ser más sensible, como alrededor de la axila o en los aductores del muslo.

      Éste es sólo un estilo; recuerda que la salida es parte del propósito. Hasta los impactos contra el tejido podrían aportar la respuesta deseada al permitir un efecto de retirada o quizás aumentando el tono y la conciencia en la zona. Lo importante es que sea una decisión consciente y coherente con tu propósito de crear cambios en el cliente.

      Son estos pequeños detalles los que se le pueden escapar al cliente, pero suponen una enorme diferencia en su experiencia con el tratamiento. La inducción miofascial puede ser un tratamiento problemático, y cuanto más cómodo lo hagamos hacer para el cliente, mejor lo aceptará y comprenderá sus beneficios.

      Somos totalmente conscientes de que el modelo puede pecar de formulario para muchos profesionales que se dejan llevar por la intuición; esto es deliberado. Tenemos que empezar siendo explícitos sobre lo que nos conduce misteriosamente a la capa “adecuada” y nos informa sobre qué dirección escoger para trabajar y con qué herramienta. Con la práctica consciente podemos crear la “intuición” que proviene de la competencia inconsciente, esa sensibilidad aumentada que responde a las necesidades del tejido gracias a una simpatía innata. Nuestras mentes sintonizan gradualmente con el lenguaje del tejido, y rápidamente pasan por estas fases con poca conciencia por nuestra parte.

      El modelo DVEIF no es una técnica, ni siquiera un estilo de manipulación, sino una manera de describir un proceso con el que interactuamos con el tejido de nuestros clientes. De este modo esperamos ofrecer más profundidad a la tridimensionalidad de nuestro trabajo. Nuestra intención es escuchar al tejido en cada fase y adoptar, al principio, una dirección consciente hacia nuestro trabajo. A medida que crece nuestra experiencia, permitimos que éste se convierta en un proceso preconsciente, pero nunca en un tratamiento inconsciente y rutinario. Siempre hemos de tener conciencia de la persona entera y de sus muchos niveles al tratarla, y ser responsables de las necesidades de cada nivel, reaccionando de forma que podamos desarrollar una comunicación tridimensional a través de la manipulación.

      Sabiendo