María Antonia López-Burgos del Barrio

Por tierras de Antequera


Скачать книгу

los cronistas el notable Washington Irving, Henry David Inglis, Richard Ford o Lady Louisa Tenison, y más recientemente la conocida economista británica, malagueña de adopción, Marjorie Grice-Hutchinson, fallecida en 2003.

      La crónica de viajes por España y, en particular, por Andalucía, fue un subgénero entre literario y documental que gozó de gran predicamento en las letras inglesas y americanas durante el siglo XIX y principios del XX. El viajero decimonónico europeo, ya fuese francés, inglés o alemán, y el americano cosmopolita, sentían enorme fascinación por las tierras de la península Ibérica, y más concretamente por las andaluzas, pues conservaban aún antiguas tradiciones, viejas costumbres y ancestrales formas de vida, algo que desde su perspectiva las dotaba de un exotismo extremadamente atractivo. Estos curiosos militares, aristócratas de impulso aventurero, damas esforzadas o arqueólogos y etnógrafos buscaban en Andalucía los restos de ese mundo legendario que el movimiento romántico tanto valoraba. Se esforzaban por encontrar lo pintoresco en el paisaje y las gentes. Dicho pintoresquismo andaluz residía en una naturaleza abrupta y variada; en un pasado medieval de luchas entre moros y cristianos; en leyendas caballerescas de guerras y hechos valerosos; en la grandeza monumental española, que contrastaba con su declive económico; así como en la ferocidad de los bandoleros, en el misterio de los gitanos, o en la belleza de las mujeres, ya fuesen pías o licenciosas. Desde la mentalidad más racional y pragmática de europeos y americanos del norte y a través de una mirada en busca de lo peculiar e insólito, Andalucía ejercía sobre ellos una fascinación enigmática difícil de conceptualizar con precisión. En muchos de estos viajeros se puede percibir un cierto desencanto con una modernidad que iba nivelando cada vez más las diferencias culturales entre los pueblos y supliendo los valores tradicionales con un sentido materialista y utilitario de la existencia. Para entender mejor ese país meridional de Europa, que pocos siglos antes había sido la gran potencia militar y colonial mundial y que todavía conservaba parte de sus posesiones de ultramar, acudían a los característicos estereotipos sobre los países y culturas orientales. España y especialmente Andalucía, por su huella árabe, poseían según esos viajeros extranjeros rasgos propios de África y el Oriente, siendo considerado un país solo parcialmente europeo, lo cual era sinónimo de civilizado. Además de dichos tópicos, la experiencia directa de la realidad que contemplaban venía filtrada por sus lecturas de las grandes obras literarias en lengua castellana, sobre todo el Quijote de Cervantes (el viajero y aventurero por antonomasia), así como por historias y leyendas de la España musulmana. Todo ello se mezclaba con personajes y visiones que se habían puesto de moda en el imaginario cultural europeo decimonónico: bandoleros y guerrilleros, aristócratas galantes e indolentes, bellas monjas y señoritas, majos y majas, ruinas evocativas de un pasado heroico y grandioso, pueblos bellos y atrasados, campos cultivados como en épocas antiguas y, sobre todo, un paisaje de enorme belleza y dramatismo.

      Sir Andrew Thomas Blayney (1810-1814) estuvo al mando de una expedición hispano-británica y cayó preso por tropas napoleónicas. De su estancia y cautiverio dejó nota en un libro de memorias publicado en 1814. A Blayney le maravilla el paisaje del camino entre Málaga y Antequera, que le parece “extremadamente romántico”; menciona El Torcal y de nuevo la obra de Mohedano. El desayuno que toman él y la comitiva en Archidona puede parecer excesivo al lector contemporáneo pues consistía “en un guiso de carne y otros platos cocinados, con todas las frutas de temporada, pero sobre todo melones.”

      Ya concluida la guerra y en pleno reinado de Fernando VII, el capitán Charles Rochfort Scott (1822-1830) recoge en su publicación de 1838 unas notas sobre sus excursiones entre Ronda y Granada. Hace una descripción pormenorizada de la zona de Teba y de su historia desde época de los romanos. También ofrece una graciosa conversación con sus posaderos en Antequera, a los que retrata como gente bastante desconfiada con los extranjeros, sobre todo si son franceses.

      Robert Dundas Murray (1847), que dejó constancia de su viaje desde Granada a Gibraltar en la obra The Cities and Wilds of Andalucia/Ciudades y páramos de Andalucía, transmite una impresión poco positiva de la comarca de Antequera, pues abundan en ella ladrones y secuestradores; relata la historia legendaria del alcaide Narváez y los Abencerrajes, para concluir con el relato de la hazaña y muerte heroica durante la Batalla de Teba (1330) del caballero Sir James Douglas, que llevaba el corazón embalsamado de Robert de Bruce, Rey de los escoceses, a Tierra Santa.

      La intrépida Lady Louisa Tenison narra el relato de su viaje en galera de ocho mulas por los bellos y misteriosos campos de la zona y expone una esperanza o expectativa común en muchos de estos viajeros, la de tener “alguna aventura encantadora mientras estuviese explorando esta tierra mágica llamada España”. Ya en Antequera, tuvo el infortunio de hospedarse en la posada de la Castaña, donde “la comida era peor, si fuese posible, que el alojamiento”. De todos modos, su temperamento romántico se ve altamente estimulado por lo pintoresco de los paisajes, las ruinas del castillo y la grandiosidad de los dólmenes, que en la época estaban prácticamente abandonados. De la cueva de Menga hace una pormenorizada descripción apoyada sobre un muy notable conocimiento arqueológico. Señala con curiosidad que en España los cuentos de hadas y fantasmas han sido suplantados por historias de milagros y apariciones, y que “todas sus supersticiones tienen un fondo de inclinación religiosa”.

      Otros destacados viajeros de mediados del siglo XIX son John Leycester Adolphus (1856), que en contraste con otros alaba la comida de la tierra, así como la propia belleza de Antequera; y el reverendo Richard Roberts (1859), que encuentra a los antequeranos bondadosos pero poco dados al trabajo. Roberts describe con detalle y sorpresa las eras, “idénticas a las que tanto se hace referencia en la Biblia” y el modo de separar trigo y paja “como en los días de los patriarcas y