que enriquecen el temperamento anglosajón, no es de extrañar que se dedicasen a observar países extranjeros.
Durante el primer tercio del siglo XIX los viajeros fueron políticos y embajadores con sus familias y séquitos, soldados escritores que tomaron parte en la Guerra de la Independencia al lado de los ejércitos españoles. Caballeros adinerados y alguna que otra dama de fortuna que, aunque dedicados gran parte de su vida al dolce far niente en las concurridas playas de la Riviera francesa, emprendieron la aventura española y cambiaron el lujo y esplendor de los hoteles de moda por las chinches y la suciedad en las ventas de los caminos andaluces. Al avanzar el siglo dejaron constancia de su viaje comerciantes enviados por empresas para hacer estudios de mercado o naturalistas que, debido al interés y desarrollo de las ciencias que se evidencia de forma temprana en las Islas Británicas, realizaron estudios de geografía, geología y botánica en diversas zonas de Andalucía.
Los viajeros que recorrieron Andalucía, además de buscar aventuras, tenían como objetivo dar fe de los tópicos y prejuicios con los que habían abandonado sus respectivos países, tópicos de los que difícilmente lograban despojarse. Todo lo enjuiciaban y, aunque no podemos negar la valía de sus afirmaciones, en muchas ocasiones estas eran pobres y repetitivas.
Andalucía ofrecía al viajero todo lo que podía soñar. Aquí buscaban las raíces románticas, se enaltece todo lo árabe, sus vestigios, sus restos arquitectónicos, su cultura. Todo lo oriental adquiere un espacio predominante en los relatos de estos viajeros cuya búsqueda de lo exótico les hace desdeñar o incluso obviar otros aspectos de España y su historia si estos no tenían relación con el mundo islámico. También, como apunta Alfonso de Figueroa y Melgar:
“Buscaban majos, manolas, claustros, navajas, bandidos; muchos se fijaban solamente en orientalismos y gitanerías. Otros veían, en monumentos y antigüedades, lo que querían ver, se paraban en lo anecdótico... aunque no debemos olvidar que había mocitas en las rejas de las calles andaluzas, navajas, trabucos, trajes cortos, zaragüelles y monteras, capas pardas, maragatos con sus recuas de mulas, bandidos más o menos generosos, majas y chisperos, duelos, raptos, mendigos altivos y harapientos, posadas increíbles, sierras agrestes atravesadas por caminos de herradura, pocos trenes y menos fondas decentes.****8”
Los viajes por España y, en el caso que nos atañe, los viajes por Andalucía eran difíciles. El viajero tenía que ser ágil y decidido. Debía saber cabalgar, nadar, utilizar las armas y comunicarse en español, es decir, tenía que estar preparado para resistir largas y tediosas horas empaquetado, traqueteado y dolorido dentro de las pesadas diligencias que serpenteaban por los caminos mientras en ocasiones no podía evitar temblar preso del pánico al contemplar los desfiladeros y los profundos cortados y oscuros precipicios cuando las mulas del tiro se ponían rebelonas. Estaba obligado a descansar en solitarias ventas donde se daban cita todo tipo de vagos y malhechores y donde no solía haber nada para comer y donde, en el mejor de los casos, se veía obligado a compartir su habitación con trajinantes y buhoneros. Las fondas y posadas de pueblos y ciudades en muchas ocasiones no eran mejores. Tampoco le era fácil soportar las inclemencias del tiempo, tratar con los muleros, vencer el miedo a los bandoleros, atravesar extensos y solitarios páramos, subir elevadas montañas y acostumbrarse al penetrante olor a ajo, al aceite rancio y al intenso sabor a pimentón de las comidas.
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Antequera, encrucijada de caminos, fue una ciudad muy visitada durante la época que nos ocupa. Sus restos romanos y árabes, su castillo con el Arco de los Gigantes, museo donde se conservan infinidad de inscripciones de tiempos inmemoriales, sus iglesias y numerosos conventos, etc., la cueva de Menga, el Torcal, la Peña de los Enamorados, todos ellos son lugares que el viajero describe con independencia de la duración de su estancia.
Por Tierras de Antequera. Relatos de Viajeros de habla inglesa de los siglos XIX y XX presenta una selección de textos escritos por 26 autores, que aparecen siguiendo un orden cronológico entre 1809 y 1969. La zona en cuestión está limitada a los pueblos que conforman el ámbito de investigación definido por el Plan Director del Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera.
Al seleccionar los textos que aparecen en este, libro he optado por viajeros en su mayoría desconocidos para el gran público y cuyas obras tuvieron poca o muy poca difusión en el momento de su publicación. Al realizar las traducciones de los mismos me he ceñido al máximo al original en lengua inglesa para mantener el estilo narrativo de cada uno de los distintos autores. En cuanto a los topónimos, he optado por no corregir la grafía original si bien incluyo entre corchetes la denominación correcta. Tampoco he convertido a nuestro sistema métrico las distintas medidas de longitud que aparecen en los relatos. En cuanto a la personalidad de los autores, siempre que ha sido posible, incluyo unas notas biográficas. Algunos de los viajeros que publicaron sus obras durante el siglo XIX y que tuvieron cierto renombre en sus respectivas profesiones se encuentran incluidos en el Dictionary of the National Biography, aunque por los motivos que acabo de exponer, esto no es algo generalizado ya que muchos de estos viajeros no tuvieron suficiente renombre como para que sus biografías quedaran reflejadas en esta importante obra. En cuanto a los autores pertenecientes a épocas más recientes, he rastreado algunos datos biográficos utilizando las distintas herramientas que hoy día están a disposición de cualquier investigador. El orden cronológico en el que aparecen los relatos está decidido para que se pueda seguir la evolución de algunos aspectos socio-económicos de la población así como de las infraestructuras de la zona.
Las ilustraciones que incluyo en toda la obra, 30 dibujos a plumilla y acuarela, son mi aportación personal y los he realizado en mis continuos paseos por los pueblos que conforman Tierras de Antequera con el ánimo de que sirvan para aderezar las distintas narraciones y, sobre todo, para destacar la belleza de los pueblos y paisajes.
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El primer viajero es William Jacobs, cuyo paso por tierras antequeranas tuvo lugar en enero de 1810. De su obra Travels in the South of Spain in Letters Written A.D. 1809-1810, publicada en Londres en 1811, he seleccionado tres textos en los que se recogen sus experiencias de viaje entre Loja y Archidona, su estancia en Antequera y el trayecto entre Antequera, Álora y Casarabonela.
Procedente de Granada y con rumbo a Gibraltar, a seis horas de Loja, llegó a una población que él llama Chiuma. Cuando relata la historia que dio nombre a la Peña de los Enamorados recurre a la obra del Padre Mariana. Su descripción de Antequera es muy extensa y detallada. Hace referencia a las numerosas iglesias y conventos de esta importante ciudad. Nos ofrece datos muy variados que van desde el número de habitantes que le informaron que había, número que le parece exagerado, hasta el tipo de armamento árabe que aún se conserva desde tiempos de la Reconquista.
Antequera fue cuna de pintores, poetas e historiadores. De los relatos de estos 26 viajeros estudiados, el que nos ofrece William Jacob es digno de mención ya que este es el único en hacer referencia a las obras de Antonio Mohedano, conocido pintor y poeta, considerado como uno de los mejores artistas de su tiempo, de Jerónimo Bovadilla, discípulo de Zurbarán, de Luis de Carvajal, historiador de África y de los árabes en España y de Pedro de Espinosa, uno de los mejores poetas del siglo dieciséis. “Habrá pocos lugares en Europa que el anticuario, el botánico y el geólogo encuentren más dignos de atención que Antequera y sus contornos”. Jacobs hace referencia a las inscripciones romanas y al gran número de edificios antiguos en ruinas y a la frecuencia con que se encuentran monedas de distintas épocas. Aun consciente de su limitado conocimiento de botánica y geología, este viajero ofrece algunos datos de interés. Es extensa y detallada su descripción de la Fuente de Piedra, cuyas aguas son muy beneficiosas para todas las afecciones de riñón.
No tuvo oportunidad de alternar en sociedad durante su estancia en Antequera si bien su opinión acerca del trato recibido fue bastante positiva: “Decir que éramos Ingleses era suficiente para atraernos cortesía y amabilidad de todos aquellos que conocimos”. En cuanto a la industria en la zona, se refiere a la producción de vino y aceite y a la fabricación de tejidos y sombreros.
Pasaron por El Torcal, ya de camino hacia Álora, del que dice que “tiene la apariencia de una