María Antonia López-Burgos del Barrio

Por tierras de Antequera


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cámara incorporada se convierten en sustitutas ideales y exactas del diario de viaje de épocas pasadas y nos hacen recordar el discutible pero extendido dicho de que “una imagen vale más que mil palabras”. No hace mucho tiempo, cuando las imágenes se lograban sólo a través del dibujo, la pintura y las técnicas de reprografía, como puede ser el grabado, las mil palabras eran necesarias para dar a conocer la realidad de países lejanos, de otras culturas y de otras realidades.

      William Jacob

       (1809-10)

      Embarcado en el Saragossa rumbo a Cádiz, escribió su primera carta, con fecha de 11 de septiembre de 1809, sin saber si la podría enviar a través de otro barco o tendría que esperar su desembarco para poderla mandar. La última está fechada el 10 de marzo de 1810 y la escribió a bordo de una corveta persa rumbo a Portsmouth.

      William Jacob, aunque militar, escribe como civil. Su obra refleja en todo momento una profunda preocupación por la situación política de España. No debemos olvidar que su viaje tuvo lugar cuando estaban surgiendo los primeros brotes de la Guerra de la Independencia, y a este respecto apunta: “se opine lo que se opine acerca de la política interior, todos se aúnan en admirar los esfuerzos de los españoles en su intento de liberarse de la opresión”.

      Después de una breve estancia en Granada, salió rumbo a Gibraltar. Pasó la primera noche de manera bastante desagradable en la posada de Loja, por lo que se alegró cuando se puso en camino antes del amanecer atravesando altas y escarpadas montañas.

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      Villanueva de Tapia

      A una hora de camino, nos metimos entre unas espesas nubes y después de otra hora ya las habíamos remontado, con lo que las vistas se hicieron sorprendentes y bastante singulares; las nubes tenían el aspecto del mar mientras que algunos de los picos más elevados que sobresalían parecían islas. Seguimos subiendo y bajando hasta el mediodía, a veces por encima de las nubes, otras por debajo y con frecuencia tan envueltos por ellas que no podíamos ver ningún objeto a una distancia de sólo unas cuantas yardas. Durante estos cambios de altura también íbamos experimentando iguales cambios en el clima y sentimos cada grado de temperatura, desde la cortante helada de una mañana de invierno al calor de un mediodía de mayo. Aunque nos encontrábamos a unas cincuenta millas de Sierra Nevada, sentíamos que cuando las montañas no detenían el viento de la sierra, la temperatura de la atmósfera sufría un apreciable cambio que variaba en los distintos puntos de 48 a 68 grados Fahrenheit. Yo calculé que la parte más baja de nuestro viaje matutino estaba a unas mil yardas sobre el nivel del mar, y la más alta a unas dos mil quinientas ya que en ningún momento llegamos a alcanzar la nieve aunque había en las cumbres de algunas de las montañas que nos rodeaban.

      La doncella, por la oscuridad de la noche favorecida, desde Granada se dio a la fuga.

      Dijo adiós a la casa de su padre,

      y con Manuel comenzó su huída.

      Ninguna doncella mora podía rivalizar

      Con las mejillas o la mirada de Laila.

      No hubo