María Antonia López-Burgos del Barrio

Por tierras de Antequera


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continuar entre Antequera y Loja otra vez en galera por “un paisaje maravilloso” y solitario.

      Mary Catherine Jackson (1870) narra las vicisitudes de una mujer, ella misma, que viaja sola en tren. A la vez curiosa y austera, se fija en la “belleza ibérica de la clase alta” que adorna a una compañera de vagón, entusiasmándose, con mezcla de placer y temor, por las historias de bandidos que poblaban la comarca durante esos convulsos años posteriores a la Revolución de 1868.

      H. Willis Baxley (1871-1874) se queja de las incomodidades del viaje y de nuevo repite los lugares comunes sobre los amantes de la Peña. Una década después, un viajero “solterón”, como F. H. Deverell (1884) se califica a sí mismo, se maravilla ante la belleza del sur de España, a la que denomina “tierra de flores”. C. Bogue Luffman (1892-93) despide el siglo diecinueve con el relato sobre su viaje desde Casariche a Alameda y una deliciosa semblanza de una pareja de caminantes formada por una bella joven y su marido, un guitarrista ciego; dicho relato resuena con ecos de un mundo definitivamente desaparecido.

      Los fragmentos de cartas y relatos de viajeros del siglo XX, con ser interesantes, ya no sorprenden tanto al lector actual debido a la mayor cercanía en el tiempo y a la desaparición de esa pátina romántica que domina en las historias y narraciones del siglo anterior. Aubrey Fitz Gerald Bell (1912) ofrece unas breves pinceladas sobre el paisaje de Antequera. Cecilia Hill, autora de Moorish Towns in Spain/Los pueblos árabes de España (1931), sigue las huellas de Washington Irving por Andalucía; de sus relatos copia el tono y algunas frases. Destaca una “fascinante excursión” a El Torcal, “un extraño mundo de mármol rojo forjado por la mano de la naturaleza en forma de iglesias, torres, casas, calles… de hombres y de animales”. Alude a su vez a la recuperación industrial que está experimentando España.

      El violinista irlandés y catedrático de español Walter Starkie, autoridad en la vida de los romaníes y conocido por su obra Don Gypsy/Don Gitano, cuenta sus aventuras como músico ambulante entre Ronda y Antequera. Ambulante en un sentido literal, pues hizo el camino andando. Como “filósofo peripatético” que es, reflexiona sobre las virtudes de viajar por el campo solo y a pie. Sus sobrias costumbres y lentitud en el viaje le permiten estar más en contacto con el paisaje. Disfruta de comer y fumar en soledad y de breves conversaciones con otros caminantes. Su conocimiento de la literatura española le permite contemplar las tierras por las que camina, en disfraz casi de vagabundo, a través del filtro culto de la figura de Don Quijote. “Tardé dos días en llegar a la ciudad” de Antequera –señala Starkie–, “pueblo imponente, construido alrededor de las espléndidas ruinas del castillo”. Repite de nuevo la historia de los amantes de la Peña y hace referencia al curioso dicho, hoy felizmente olvidado: “El disimulo de Antequera, la cabeza tapada y el culo fuera” (proverbio este mencionado también por Juan Valera en Pepita Jiménez). “En Antequera gané suficiente dinero en una noche tocando en los cafés como para pagarme una cena agradable y una cama en una posada”; y concluye relacionando la leyenda de la Peña con la historia cervantina de hija que huye en barco del padre cruel.

      Cedric Salter, en 1953, menciona el hoy desaparecido Parador de Turismo, cuyo precio por día de pensión completa era entonces de 125 pesetas.

      Marjorie Grice-Hutchinson plasmó sus impresiones sobre Andalucía en Malaga Farm/Un cortijo en Málaga (1956). El suyo es un sabroso relato sobre una excursión “a lomos de caballos y mulas con sus vistosas gualdrapas” hasta El Torcal, del que destaca sus figuras fantásticas y flora diversa. Menciona el relato histórico-legendario de El Abencerraje y la hermosa Jarifa y hace referencia a la historia y arquitectura religiosa de Antequera, a la fértil vega con sus grandes cortijos “que han pertenecido durante siglos a las mismas familias”. Presta alguna atención a la clase terrateniente que en Antequera se reúne en el Casino. Al respecto, cuenta la relevante anécdota de cómo van a parar a este club de señoritos ella y su grupo de turistas extranjeros vestidos con “sus atuendos poco convencionales”. Una conversación entre su marido, el barón Ulrich von Schlippenbach, ella y uno de estos ricos labradores sobre la mejor forma de curar jamones concluye de este modo: “Mi vecino garabatea algo en un papelito y se lo entrega al chico [del casino], que desaparece calle abajo. Al cabo de unos minutos regresa con un enorme jamón en las manos. –Para usted, señora –dice el agricultor-. Me encantaría que probara nuestro jamón, por eso mandé al chico a casa para que trajera esta pequeña muestra. Quedo profundamente impresionada por la hospitalidad del casino, y aunque no nos apetece en absoluto marcharnos nos despedimos de nuestros amigos”. Con unas notas sobre los Dólmenes de Antequera y su guarda Pedro, también encargado del cementerio, concluye su relato.

      El último de los viajeros incluidos en esta antología es el hispanófilo británico afincando en Ronda y recientemente fallecido, Alastair Boyd. De su viaje a caballo por tierras de la provincia de Málaga, se destacan los fragmentos que corresponden a la ruta por Cañete la Real, Teba, Cuevas del Becerro, Ardales, La Joya y los Nogales (“que no tenían carretera ni luz”) y donde pasaron tanto frío que se les resfriaron los caballos, Villanueva de la Concepción, Casabermeja, Ardales, el Valle de Abdalajís, pueblo “espacioso, saludable y puro”, Colmenar –“inhóspito y barrido por los vientos siendo al mismo tiempo sucio y destartalado–”, Riogordo y el caserío Baños del Vilo, desde donde se ve el mar. En contraste con otros viajeros, Boyd presta algo más de atención al contexto social y político del momento a través de sus conversaciones con gentes que encuentra al paso y que le dan su opinión sobre la historia y los problemas de la época (emigración, pobreza, influencia excesiva del ejército y la iglesia católica en la vida pública, etc.), temas estos sobre los que convenía hablar con gran cautela todavía en esos años finales de la década de los sesenta. Con el maestro y practicante del Valle, “un tal don Joaquín”, se pasa una tarde hablando de Cervantes: “Él era capaz de recitar pasajes completos de Don Quijote, obra que me rogó que leyese otra vez completamente, asegurándome que era la fuente de todo el conocimiento y que yo podría guiar toda mi vida con él sin tener necesidad de leer ningún otro libro”.

      Por Tierras de Antequera ofrece un panorama riquísimo de impresiones y visiones sobre esta ciudad y comarca desde una perspectiva característicamente foránea. Como mencionaba al comienzo, dichas impresiones están mediatizadas por los estereotipos con que los extranjeros trataban de entender España, ese curioso y fascinador país del sur de Europa. No obstante, si se hace una buena criba de tópicos y lugares comunes, el lector encontrará datos, comentarios y opiniones de gran interés documental, artístico, social y antropológico. Su lectura es una delicia para el aficionado a viajar a través de las páginas de los libros. En suma, María Antonia López-Burgos ofrece en este volumen una excelente antología de textos que encantará a los que llevamos muy dentro de nosotros las tierras y gentes de Antequera, con sus bellezas, defectos y virtudes, así como a todo lector curioso.

      Estudio preliminar

      Podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que el ser humano siempre ha sentido la necesidad de viajar y podemos afirmar también que siempre ha sentido la necesidad de dejar constancia de haber realizado el viaje. Cuando estas dos premisas se unen, aparece lo que denominamos literatura de viajes. A lo largo de la historia, en todas las épocas, en todos los países, en todas las culturas, se han escrito relatos de viajes, ya sean reales o ficticios, imaginativos o descriptivos, poéticos, fantásticos, novelados o introspectivos, aunque no todos se pueden adscribir al género “literatura de viajes”.

      Cuando hablamos de literatura de viajes o de libros de viajes, y los que nos dedicamos a investigarla lo sabemos muy bien, tenemos que establecer unos límites