María Antonia López-Burgos del Barrio

Por tierras de Antequera


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la expresión “no vale nada” aplicada por la gente a sus oficiales y a sus tropas que yo considero esto como un mero cumplido hacia los nuestros, y esto solo es muestra del grado de su cortesía cuando los seres más orgullosos que existen sobre la faz de la tierra pueden sacrificarse tanto ahora a la educación, como para degradar a sus propios compatriotas simplemente para halagar a los extranjeros.

      Dejamos Álora recibiendo las bendiciones del orador, quien había transformado la casaca de mi ayudante en el uniforme de un general y quien prematuramente había elevado a mi amigo a un rango que, cuando él lo alcance, no tengo la menor duda de que lo llevará con honor para él mismo y que será muy beneficioso para su país.

      Nuestro camino era impresionante, y aunque la distancia era solo de dos leguas, el trayecto nos llevó cinco horas. Muchas zonas de la carretera, o mejor dicho, de la vereda, iban por el filo de un precipicio con el río a doscientas o trescientas yardas por debajo y al otro lado la imponente Sierra de Blanquilla, con sus peñascos de mármol perpendiculares. Las montañas eran tan escarpadas, que habían construido un pequeño muro en la base de cada uno de los olivos para evitar que los árboles se cayeran al precipicio. Después de atravesar por un paso en esta montaña, bajamos a un valle, cuyo suelo era tan profundo que a los caballos les era muy difícil avanzar.

      Ya había anochecido cuando llegamos a una de las posadas más miserables con las que nos habíamos encontrado hasta entonces, y que no nos proporcionó ni víveres ni camas y casi ni tan siquiera una habitación un poco mejor que un establo donde pudiéramos sentarnos. Con esta angustia nos fuimos en busca del Alcalde, le dijimos cuál era nuestro país, le explicamos nuestra situación y le pedimos alojamiento para pasar la noche. Él atendió nuestras peticiones con mucha cortesía; le dio órdenes a su alguacil para que examinara los libros y viera quién tenía las mejores camas en el pueblo, y luego firmó una orden para que los propietarios nos recibieran en su casa para pasar la noche. El alguacil nos acompañó a tres casas, en las que nosotros fuimos alojados, y las familias nos recibieron, no sólo de forma correcta y educada, sino de manera muy cordial. Fuimos acomodados en las mejores habitaciones y esta mañana, cuando les ofrecimos una remuneración, ellos rehusaron aceptarla cortésmente diciendo que se sentían honrados de que los únicos ingleses que habían visitado Casarabonela hubiesen dormido en sus casas. Estas personas eran respetables comerciantes que residen en la calle en la que estaba situada nuestra posada.

      Este pueblo tiene una situación muy singular, en las faldas de una montaña desde donde el descenso al valle que hay por debajo tiene más de ochocientas yardas, y en algunos lugares es casi perpendicular. Te puedes hacer una idea de cómo es cuando te diga que desde el valle al pueblo estuvimos dos horas ascendiendo constantemente por un camino lleno de curvas. Tiene entre cuatro y cinco mil habitantes que subsisten con los productos del rico valle que se extiende por debajo y de los maizales que se encuentran a la misma altura del pueblo. Algunas bellas cascadas caen desde las montañas que hacen girar algunos molinos que hay por detrás del pueblo. La sierra se eleva con grandiosa majestuosidad en algunas partes, hasta alcanzar casi la altura de una milla en perpendicular, lo que da un efecto impresionante a la escena.

      Visitamos la iglesia de uno de los conventos, la cual no tenía nada dentro que mereciera la atención; y una fortaleza árabe en ruinas que sobresale por encima del pueblo y que es prácticamente igual a otras a las que ya me he referido, por lo que no merece la pena que la describa.

      Al salir de Casarabonela comenzamos a ascender inmediatamente por las montañas más altas y más escarpadas con las que hasta ahora nos habíamos encontrado. Durante una parte considerable de la subida, la montaña está formada por mármol o por piedra caliza, pero cerca de la cumbre vimos varias vetas de buen carbón y algunas de tres o cuatro pies de grosor. Este mineral es conocido por los habitantes y se utiliza como combustible por algunas personas de las clases más pobres; pero por lo general no es en absoluto apropiado para ese fin ya que los vapores sulfúricos que emite son muy desagradables. Me fijé en una parte de esta montaña en el primer esquisto que había visto en España; era de un tono azul grisáceo pero el estrato no tenía demasiado grosor.

      Dejamos a nuestra izquierda la parte más elevada de la montaña llamada Sierra de Junquera, que estaba cubierta de nieve, y continuamos viajando por carreteras execrables subiendo y bajando de forma alternativa durante cuatro horas. A la distancia de media legua, a la izquierda, vimos el convento de las Carmelitas descalzas que parecía estar rodeado de campos cultivados, buenos jardines y viñedos, mientras que en el resto de la zona no se veía otra cosa que extensos bosques de alcornoques y de encinas, bajo las cuales cientos de cerdos se estaban alimentando con las bellotas que se habían caído. El alcornoque es una especie de roble que se parece a los que hay en Inglaterra aunque no es tan alto ni tan frondoso; no pierde las hojas en invierno, las bellotas son un poco amargas y la gente no se las come, pero los cerdos se ceban con ellas. Hay otras dos especies de robles; una es la encina con hoja perenne, pero la otra pierde las hojas en otoño; ninguna de ellas, sin embargo, crece demasiado hasta alcanzar un tamaño considerable, ni tampoco las de Andalucía están pensadas para la construcción naval.

      Mayor-General Lord Blayney (1810-1814)

      Una vez que fueron atendidos los heridos, los prisioneros salieron desde Málaga por la mañana temprano y, a las diez y media, un cuerpo de mil soldados de caballería, compuesto por el regimiento 16th de dragones, un regimiento de lanceros polacos y destacamentos de otros cuerpos, estaban formados y un gran número de carretas y carromatos con los equipajes preparados para emprender camino. Puesto que no deseaba exhibirme en este desfile, pedí y solicité permiso para salir por otra parte de la ciudad, y reunirme con el General a media legua del camino. Pidieron al Sr. Lavoisteen, uno de sus ayudas de campo, que me acompañase con una escolta. Y nos reunimos con él en un punto determinado.

      Aparecieron unos cuantos hombres a caballo en la cumbre de una montaña y se ordenó a un destacamento de lanceros polacos que fueran a hacer un reconocimiento, mientras que el convoy se detenía a tomar un refrigerio en una pequeña casa al borde del camino. Los polacos subieron la montaña con gran celeridad y al poco tiempo aparecieron con cinco caballos, informando que pertenecían a los bandoleros de los que ellos habían matado a siete. El general con cierto aire de triunfo