María Antonia López-Burgos del Barrio

Por tierras de Antequera


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lealtad.

      Temiendo por sus vidas cruzando la Vega en su huida,

      La cólera del padre, la cadena del cautivo. Llenos de esperanza hacia Murcia en su partida,

      hacia la paz, el amor y la libertad.

      Etc., etc.

      Desconozco la razón del poeta para aprovecharse de la licentia poetica y haber colocado esta roca en el camino de Murcia, cuando se encuentra en el sentido opuesto, y cuando el nombre de Sevilla, el lugar al que se dirigían en su huida, podría haber convenido para su propósito justo tan bien como el de Murcia.

      La siguiente carta está fechada en Antequera en enero de 1810 desde donde escribe acerca de la población, de su antigüedad, de las pinturas de Mohedano, de la variedad de arbustos y de los manantiales de agua mineral.

      Creo que un grado de vanidad con respecto a las ciudades donde ellos viven induce con frecuencia a los españoles a exagerar su población. Yo había sido informado de que esta ciudad tenía ocho mil familias, las cuales, tomando el modo usual de estimar familias, darían una población de cuarenta mil. La ciudad, de hecho, es muy grande y ya que es muy antigua en ella abundan los edificios romanos y árabes lo que le proporciona una apariencia de extraordinaria grandiosidad. No se conoce la fecha de su fundación pero se hace referencia a ella en el Itinerario de Antonino y se menciona como un municipio en una de entre las numerosas inscripciones que se han conservado. En otra hay prueba de su existencia en el año 77 de la era cristiana, ya que está citada en el octavo consulado del Emperador Vespasiano.

      Ochenta años antes de la conquista de Granada, esta ciudad fue tomada por Juan, el segundo Rey de Castilla, y aún se conservan en el castillo árabe las armas que fueron requisadas por los cristianos. Parece que estos restos nos muestran que los árabes utilizaban armaduras defensivas muy pesadas y que empleaban unas jabalinas cortas para arrojarlas al enemigo, ballestas para lanzar piedras o flechas y escudos de forma ovalada, formados por dos pellejos, tan bien pegados como para resistir la bala de un mosquetón. El castillo en el que se encuentra depositado este armamento está en mejor estado de conservación que ninguna de las fortalezas que he visto y su entrada, llamada el Arco de los Gigantes, es la más bella muestra de su arquitectura. Dentro del recinto se encuentra la iglesia de Santa María, que fue con anterioridad una mezquita musulmana y donde no se ha llevado a cabo ninguna alteración, salvo la introducción de un gran número de cuadros malísimos, estatuas de mala calidad y ornamentación de muy mal gusto y ahora está convertida en un lugar cristiano para la oración.

      El convento de los franciscanos tiene algunas columnas del mármol rosa veteado más bonito que yo haya visto nunca. Son veintiocho y sostienen los arcos del claustro. Observé en varias de las iglesias algunas pinturas al fresco bastante buenas las cuales supe que fueron obra de Antonio Mohedano, quien fue conocido, allá por el 1600, como uno de los mejores artistas de su tiempo. Aunque sus principales trabajos se encuentran en los muros de las iglesias de esta su ciudad natal, en los de las iglesias de Córdoba y en los claustros del convento de los franciscanos en Sevilla, su mérito sólo puede ser apreciado por aquellos que contemplan sus obras en el lugar en el que fueron ejecutadas. Mohedano obtuvo gran celebridad como poeta y sus composiciones, publicadas en 1605, se siguen admirando hasta hoy día. Este lugar tuvo otro pintor de singular mérito, de acuerdo con sus contemporáneos, pero ya que mostró su talento en muros y no en lienzos, al igual que Mohedano, su fama no se ha extendido tanto como merece. Su nombre fue Jerónimo Bovadilla, discípulo de Zurbarán y llegó a ser miembro de la Academia de Sevilla, donde murió en 1680, dejando a esa institución sus bocetos y dibujos, los cuales son muy apreciados.

      Las numerosas inscripciones romanas que se encuentran en esta ciudad y sus alrededores han intensificado el gusto por el estudio de antigüedades, lo que ha dado lugar a que aparezcan varias personas eminentes en esa rama del conocimiento. Mencionarlos es innecesario ya que sus nombres son muy poco conocidos en Inglaterra pero sus trabajos han contribuido bastante a ayudar a Muratori y a otros anticuarios. Esta ciudad fue la cuna de Luis de Carvajal, el historiador de África y de los árabes en España y de Pedro de Espinosa, uno de los mejores poetas del siglo dieciséis, período en el que la lengua castellana gozaba de una gran pureza.

      Habrá pocos lugares en Europa que el anticuario, el botánico y el geólogo encuentren más dignos de atención que Antequera y sus contornos. Yo ya me he dado cuenta de que hay gran profusión de inscripciones romanas y es considerable el número de edificios antiguos en ruinas. También se encuentran con frecuencia monedas de varias épocas.

      Teniendo en cuenta el poco conocimiento de botánica que yo poseo, no puedo hacer justicia a las distintas variedades que ofrece este lugar. Las zonas rocosas están cubiertas por el liquen saxatilis tinctorius, del que, por medio de un procedimiento muy sencillo y rápido ellos obtienen el archil, utilizado en las fábricas como tintura púrpura o morada. La vinca, vinca pervinca, ahora se encuentra en flor en los bordes de los arroyos, así como el jazmín y el espliego. Son muy abundantes la anchusa cuya raíz se conoce en Inglaterra con el nombre de alkanet, y el regaliz. Sus raíces son tan molestas para los labradores que ellos con indignación las llaman mala yerba y su cultivo y preparaciones están totalmente abandonados. El anís y el comino se pueden encontrar por todos lados y son de gran valor para los habitantes de las zonas montañosas, que los utilizan para hacer licor. La cistus o rosa de roca crece de forma muy generalizada y produce una sustancia líquida a la que el sol da una consistencia gomosa y así se la comen los campesinos. Abundan los áloes, la pita, el esparto, la opuntia y las distintas especies de palmas, y se aplican a los distintos usos que yo ya mencioné en Sevilla. La planta que da alcaparras (capparis) crece de forma generalizada en esta zona. Se trata de un arbusto con espinas que tiene unas florecillas, y la vaina que contiene las semillas crece hasta el tamaño de una aceituna pequeña. Los lugareños las comen crudas. Encurtidas en vinagre, son un artículo con el que se comercia. Se encuentran numerosas especies de brezos, los cuales son de gran utilidad ya que son convertidos en carbón y de ese modo proporcionan combustible para los habitantes. En España se piensa que para la fabricación del hierro, el carbón hecho de brezo se adapta mejor que ningún otro.

      Las rocas que rodean esta ciudad son todas calcáreas o mármol y a eso de media legua de esta, hay una sólida roca de un maravilloso color rosa desde la que varios nacimientos de agua forman un arroyo que mueve varios molinos y riega la llanura que se extiende por debajo. Aunque la formación de las rocas, los diferentes estratos y las vetas de las diferentes sustancias minerales que contienen, han sido descritas de forma tan somera que el geólogo y el investigador de temas de minería encontrarán aquí un campo rico e inexplorado para el perfeccionamiento de sus respectivas ciencias.

      Cerca de esta ciudad hay dos manantiales que han sido célebres desde hace mucho tiempo, junto a otros varios, cuya fama nunca ha llegado más allá de los límites de Antequera. Uno es considerado como específico para la piedra y se dice que actúa como disolvente y también es beneficioso para fortalecer el estómago. Antiguamente su fama era mucho mayor que en la actualidad. Aquí se conserva una inscripción romana, descubierta sobre un altar, que viene a decir, que Lucious Posthumus Satulius, en cumplimiento de una promesa, dedicó el altar a la divina fuente. Morales, un escritor español de mucho renombre, relata que se tenía tanta confianza en los efectos beneficiosos de este manantial que los romanos llegaron casi a construir un pueblo cerca de él