María Antonia López-Burgos del Barrio

Por tierras de Antequera


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“voilà les Alliés de l’Angleterre”. Estos animales eran en verdad los más decrépitos y en vez de alforjas llevaban una especie de cojín, en el que la gente del campo suele llevar sus cosas al mercado. Por esto, así como por otros muchos aspectos, yo creo que estos bandoleros no eran más que un grupo de campesinos inofensivos a los que los polacos les han robado sus caballos para corroborar el detalle de sus proezas; además se consideró como prueba suficiente de bandolerismo el que los campesinos se hubiesen encontrado en un reducido grupo a cierta distancia de sus pueblos.

      La escolta fue aumentada con un destacamento del décimo de dragones cerca de Antequera, a donde llegamos tan tarde por la noche que los cocineros del General no tuvieron tiempo de ejercer sus habilidades, y nos vimos obligados a contentarnos con una comida bastante escasa. No pude evitar fijarme en la distancia a la que el General mantenía a los oficiales de baja graduación, cuyos estómagos incluso parecían haber encogido obedeciendo sus órdenes; ya que, aunque casi unos veintiséis de ellos estaban sentados para cenar al mismo tiempo, ninguno tocó nada hasta que los oficiales del General lo hubieron hecho. Durante esta cena, el Alcalde y las personas más importantes de pueblo le ofrecieron sus respetos al General, quien los recibió con la mayor cordialidad y les informó de las importantes contribuciones que sería necesario que ellos asumieran, con tanta gracia y con tanto sentido del humor, que daba la impresión de que ellos se habían ido completamente satisfechos. Las formas del General, de hecho, aportaban una excelente lección del arte de imponer contribuciones.

      La distancia entre Málaga y Antequera es de ocho leguas españolas o, lo que es lo mismo, de casi treinta y seis millas inglesas; la carretera va subiendo todo el tiempo y está bordeada de viñedos de los que se saca el célebre vino de Málaga. El paisaje es extremadamente romántico, siendo muy variado debido a las escarpadas rocas cubiertas por bosques, valles fértiles y bien cultivados con abundancia de árboles frutales, en particular, almendros y extensos melonares. A eso de una legua de Antequera, las montañas ofrecen una apariencia de lo más singular: rocas de diversas formas se ven como si hubieran sido talladas artísticamente para representar un pueblo, con sus calles, iglesias, torres, casas, fuentes etc. junto con hombres, mujeres y animales, en particular, camellos; de las grietas de estas rocas brotan varios arbustos y plantas, que completan el aspecto extraordinario de este lugar, creo que llamado El Torcal, y famoso por su bonito mármol.

      Antequera, con toda probabilidad la Anticaria de los romanos, y para algunos supuestamente construida sobre las ruinas de la antigua Sinigilis, es uno de los pueblos más antiguos de España. Está situado en la ladera de una colina y se encuentra dividido en el pueblo alto y el bajo; a través de este último corren los riachuelos, el de la Villa y el Guadalhorce, que hace girar muchos molinos cerca del pueblo y también proporciona agua para varias fuentes muy bonitas. En todo lo alto de la colina hay un castillo árabe que se eleva por encima del pueblo y que los franceses han puesto en un respetable estado de defensa. Antequera tiene entre trece y catorce mil habitantes; ha sido cuna de algunos hombres célebres, en particular, Antonio Mohedano, un pintor, y Solano Luque un médico, quien llevó a cabo varios descubrimientos importantes en medicina en el siglo pasado.

      Aquí me alojé en la casa de un viejo sacerdote cuya hermana y su familia vivían con él. De todos ellos recibí un trato esmerado y bastante información. Realmente me alegré de alejarme de la compañía del General lo antes que pude después de cenar, para disfrutar de un cigarro tranquilamente, junto con la conversación de la familia en la que estuve alojado; y como yo no estuve en ningún momento acompañado por ningún francés, siempre estaba seguro de ser recibido con amabilidad y sin reserva. Mi deseo de alejarme de la compañía del General no era, sin embargo, debido a falta de atención por su parte; al contrario, siempre me trataron con la mayor educación, tanto él como su séquito y después de salir de Málaga mi arresto era meramente nominal. Estas atenciones es probable que se debieran a mi relación con muchos de los componentes de la antigua nobleza francesa, a los que Sebastiani y de hecho todos los otros franceses de alto rango con los que me he encontrado recientemente, hablan con el mayor respeto de ellos y se sienten agraciados cuando pueden establecer cualquier relación con ellos.

      Salimos de Antequera muy temprano por la mañana el 19 de octubre, atravesando una zona bastante llana con algunas montañas. Todo el campo era fértil y estaba muy bien cultivado y llegamos a un estrecho desfiladero formado por una elevada montaña a la izquierda y una un poco más baja a la derecha; la primera se llama la Sierra de los Amaraos [Sic. por Amarraos] o la Peña de los Enamorados, a raíz de la leyenda que cuenta que un príncipe moro se precipitó desesperado desde la cumbre ya que su religión le prohibía casarse con una princesa cristiana de la que él se había enamorado. Sea lo que sea, el desfiladero podría ser un excelente puesto militar para un pequeño destacamento. Durante la marcha de este día estuve casi todo el rato con el General Milhaud, quien se había distinguido durante la revolución como oficial de caballería. Sin embargo, nuestra conversación ahora versaba principalmente sobre el tema de la buena vida, ya que el General parecía ser un bon vivant en la mayor extensión del término, y expresaba una gran satisfacción cuando yo solía apreciar un buen plato, o hacía una referencia acertada del Journal des Gourmands, la biblia de los sibaritas franceses.

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      Iglesia del Valle de Abdalajís

      En Archidona nos detuvimos a desayunar, algo que desde que salimos de Málaga siempre ha sido una comida tan importante como la cena, consistiendo en un sabroso y consistente guiso de carne y otros platos cocinados, con todas las frutas de temporada, pero sobre todo melones. Sin embargo, el vino que hemos encontrado en la carretera ha sido bastante peor que la comida, pero los franceses parecen tener poca discriminación al respecto y se lo tragan sin quejarse. Se reunió un numeroso grupo de gente para ver nuestro desfile, entre los cuales había un gran número de mujeres que llamaban la atención por sus bellos semblantes y sencillos vestidos. Durante el desayuno fuimos atendidos por cuatro muchachas extremadamente bellas, a las que los oficiales franceses, para mostrar su galantería, pellizcaban y maltrataban hasta el extremo de que las pobres muchachas sintieran miedo de acercarse a la mesa, y aunque yo no participé mientras estos las estaban acosando, yo sufrí las consecuencias como si lo hubiera hecho y me vi obligado a servirme yo mismo.

      Archidona, al igual que ocurre a otros pueblos en el reino de Granada, tiene una situación muy romántica a los pies de una montaña cuya cumbre está coronada por un castillo moro. Estos lugares, desde donde se ven completamente los pueblos, todos han sido restaurados y utilizados para la defensa por los franceses. El abandono de los españoles, al no ocupar estos castillos al comienzo de la invasión, es algo completamente incomprensible, puesto que debido a su situación todos son fáciles de defender solo con pequeñas guarniciones, y cuya posesión habría permitido a los partidarios del régimen incordiar a los franceses y, por consiguiente, hostigar una guerra desorganizada y poco sistemática por la que ellos sufrirían más que con las batallas frontales.

      Archidona fue con anterioridad propiedad del duque d’Assuyne, pero el Emperador francés ha tenido la deferencia y se ha dignado a apropiársela para él mismo, y los habitantes gozan de la peculiar bendición de disfrutar de la inmediata protección de Napoleón el Grande.