John Little

Bruce Lee


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target="_blank" rel="nofollow" href="#u6e909862-7608-59a0-a7ff-f840e5b71bed">23. Recopilación de las rutinas personales de entrenamiento de Bruce Lee

       24. Rutinas de entrenamiento diseñadas por Bruce Lee para sus alumnos

       APÉNDICES

       A. Estadísticas vitales de Bruce Lee

       B. La “máquina de musculación” de Bruce Lee: El retorno a la Marcy Circuit Trainer

       Notas sobre las fuentes

       Índice alfabético

       PRÓLOGO

       Allen Joe

      Cuando me pidieron que escribiera este prólogo para uno de los volúmenes definitivos de John Little sobre la vida, el arte y la filosofía de Bruce Lee me pregunté a mí mismo: ¿por dónde empiezo?

      ¿Cómo podría articular de la forma adecuada las emociones y el calor tan abrumadores que siente mi corazón por un hombre al que he conocido durante treinta años? ¿Cómo comunico la presencia de un hombre que fue –y sigue siendo– tan influyente en mi vida y de tanta confianza para mí y para mi mujer, Annie, que es más que un miembro de la familia? En efecto, Bruce Lee fue tan buen amigo mío que todavía conservo una fotografía suya en mi cartera, incluso dos décadas después de su muerte. Es un verdadero honor para mí que se me haya brindado la oportunidad de dedicarle unas palabras a mi amigo, Bruce Lee.

      Considero que un buen modo de empezar es responder a la pregunta que más frecuentemente me han formulado: ¿cómo conociste a Bruce Lee? Le conocí en Seattle en 1962, cuando mi familia y yo fuimos a visitar una Feria Mundial allí. James Lee, un amigo mío de la infancia (sin ninguna relación con Bruce), había oído hablar a su hermano sobre Bruce y su destreza en las artes marciales y su habilidad bailando el chachachá. James me pidió que fuera a ver a “ese gato” y comprobara si era bueno. Y para mi sorpresa lo era, por no decir algo más.

      Me dijeron que Bruce trabajaba en un restaurante chino en Seattle llamado Ruby Chow’s, así que fui, pedí un whisky escocés y esperé a que llegara. Pasados unos minutos entró un joven bien vestido; se le veía seguro de sí mismo, casi demasiado orgulloso, según su modo de comportarse. Pensé para mis adentros: “Éste debe de ser Bruce Lee”. Después de presentarme, Bruce me pidió que le mostrara algo del kung-fu que había aprendido en California. Realicé una postura del estilo sam seeng kune y Bruce dijo: “Bastante bien, Allen”. Me pidió que intentara darle un puñetazo y, cuando lo hice, simplemente me agarró del brazo y tiró de mí (utilizando una técnica de kung-fu llamada lop sao) tan fuerte que sentí como si me hubieran dado un latigazo. Eso fue el principio de una gran amistad.

      Como es obvio, le transmití a James inmediatamente lo impresionado que quedé con las habilidades de Bruce. Más tarde James invitó a Bruce a Oakland (donde ambos vivíamos) para que le hiciera una visita. Todavía conservo fotos de esta visita, cuando conoció a James. En otra ocasión, Bruce vino a visitarme a mí y retiramos todas las sillas y mesas –no para practicar el kung-fu, sino para que Bruce hiciera una exhibición de chachachá–. Definitivamente, Bruce tenía ritmo y seguía el compás. Tras unas cuantas visitas, Bruce decidió mudarse a Oakland en 1964. Aceptó la oferta de James de quedarse en su casa con su familia. La mujer de James había fallecido recientemente, así que la nueva novia de Bruce, Linda, cuidaría de los dos hijos de James.

      Por aquel entonces, James y yo, junto con un amigo que estudiaba en Oakland, George Lee, levantábamos pesas para aumentar nuestra fuerza y moldear nuestros músculos. Antes de conocer a Bruce, yo había competido en concursos de culturismo y había sido entrenado por Ed Yarrick con algunos de los mejores culturistas y aficionados al fitness de la época –hombres como Steve Reeves, Jack Lalanne, Clancy Ross, Jack Delinger y Roy Hilligan–. Cuando Bruce se acababa de mudar a Oakland estaba en los huesos. Creo que la feroz competitividad de Bruce, tras haber visto la complexión de nuestros cuerpos –¡como los cuerpos de tres chinos juntos!–, favoreció su desarrollo. Le regalé su primer juego de pesas y trabajó con ellas incansablemente. Visto el resultado en las películas de Bruce, creo que es acertado decir que contribuyeron en gran parte a su éxito.

      El primer hijo de Bruce y Linda, Brandon, nació cuando vivían en Oakland. De hecho, cuando Linda estaba embarazada de Brandon, se dio el famoso altercado de Bruce con el experto en kung-fu que intentó evitar que Bruce enseñara su técnica a los estudiantes que no eran chinos. Aunque Bruce ganó la pelea, no se sentía satisfecho con su actuación –era muy típico de Bruce intentar encontrar la manera de mejorar una técnica en la cual ya había alcanzado un nivel impresionante–. Después de aquello le pregunté a Bruce lo que había pasado y comentó que le había llevado demasiado tiempo conseguir que su oponente se rindiera. Esto desembocó en la plantación de las semillas de las que florecería su arte del jeet kune do. Desde aquel momento, Bruce se esforzaba constantemente por mejorar, tanto física, como mentalmente, así como por investigar a fondo los mecanismos y la ciencia del combate con el fin de aprender formas más efectivas y eficaces de dominar al adversario. Como descubrió que estaba excesivamente involucrado tras el incidente, Bruce decidió incrementar su intenso entrenamiento físico.

      Un año más tarde, Bruce se mudó a Los Ángeles. De vez en cuando venía a visitarnos a Oakland. A veces traía a sus estudiantes de Los Ángeles Ted Wong y Dan Inosanto. James, George y yo viajábamos a Los Ángeles en ocasiones especiales, como los cumpleaños de Bruce y de Linda, con lo que volvíamos a unirnos “los cuatro mosqueteros” –Bruce, James, George y yo–. Todavía recuerdo la vez en la que visitamos a Bruce en “El avispón verde” y tuvimos que dormir junto al gran perro danés de Bruce, Bo. Otro recuerdo que conservo es el de cuando nació Shannon, la hija de Bruce y Linda. Por aquel entonces, Bruce había ganado bastante peso entrenando y su cuerpo era asombroso. También durante esta visita, Bruce me mostró en privado esa ahora famosa frase que había escrito para motivarse.1

      Mucha gente dice que Bruce iba adelantado a su época, pero no lo estaba tanto para parecer excéntrico o no pertenecer a este mundo. Lo describiría mejor si dijera que estaba tan en armonía consigo mismo y con el mundo que le rodeaba, que parecía estar adelantado a su época. Vestía muy bien y se relacionaba con toda la gente y sus situaciones. Además, Bruce siempre supo exactamente lo que quería en la vida. Su concentración y su determinación le ayudaron a conseguir tal éxito en su corta vida.

      Abrí una verdulería en Oakland, a la que Bruce venía a menudo a visitarme. Recuerdo una ocasión en la que Bruce estuvo en la tienda durante ocho horas esperando a Linda para darle una sorpresa por su cumpleaños. Utilizando papel de carnicería, comenzó a esbozar unas bonitas formas de kung-fu. Al final del día las tiró. Ahora me arrepiento de no haberlas cogido del cubo de la basura. No tendría precio para mí, no por la fiebre por Bruce Lee –la colección de fetiches ha crecido rápidamente desde que falleció–, sino por los recuerdos que ahora representa aquella vez en la que pasé con mi amigo todo un día en la verdulería.

      Bruce solía decirme que su nombre sería famosísimo, “como Coca-Cola”, y eso es lo que ha pasado. En todos los viajes que he hecho, he comprobado que el nombre de “Bruce Lee” es conocido en todo el mundo, desde Norteamérica hasta cualquier lugar de Europa y Asia. Hay que entender que ha logrado lo que pretendía al ser reconocido en países como China, sumido en una represión; incluso si menciono el nombre de “Bruce Lee” en una ciudad como Shanghái, automáticamente se enciende una bombilla en la mente de sus habitantes.

      Repasando algunos de estos puntos, me doy cuenta de lo fácilmente que llegan a mi mente las anécdotas sobre Bruce, pero así es como era