y deliberadamente, cerró la mano, pero sin apartarla, mientras Zahir daba un paso hacia ella.
Quizá fue el movimiento lo que rompió el hechizo…
–Va en dirección contraria –dijo Diana–. Tiene que tomar Charles Street. Luego Queen Street. Después Curzon Street.
–Eso lo ha aprendido en la guía de taxistas, ¿verdad?
–Sí. No… –sus ojos estaban en contacto aún. Ella apenas podía respirar–. Queen Street es solo de bajada, un taxi tendría que tomar Erfield Street.
Zahir le agarró un brazo con suavidad, abrió la puerta del conductor y dijo:
–Hasta mañana por la mañana, Diana. La veré a las diez en punto.
Zahir esperó a que el coche se alejara para soltar el aire que había estado conteniendo en los pulmones.
Tan solo hacía unas horas que conocía a esa mujer y, sin embargo, era como si la hubiera estado esperando toda la vida. Era ella la única que le hacía reír, que le hacía bailar, que le hacía cantar.
Mientras caminaba por las silenciosas calles, sabía que debería estar pensando en el futuro, en sus planes; sin embargo, lo único que tenía en la cabeza era a Diana Metcalfe.
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