y segundo. El acto primero es la forma y la integridad de la cosa, el acto segundo, la operación».
115. Id., In de Anima II, lec. 1, 224: «La diferencia entre la forma substancial y la forma accidental es que la forma accidental no hace al ente en acto de modo absoluto, sino ser en acto esto o lo otro, por ejemplo, grande, blanco o cosas de este tipo. La forma substancial, sin embargo, hace ser en acto de modo absoluto [facit esse actu simpliciter]. De ahí que la forma accidental advenga en un sujeto que ya preexiste en acto. Pero la forma substancial no adviene a un sujeto que ya preexiste en acto, sino solo a algo que existe en potencia, a saber, la materia prima. Es claro, por eso, que es imposible que una cosa tenga muchas formas substanciales, porque la primera lo hace ser en acto de modo absoluto y todas las otras formas advendrían sobre un sujeto que ya existe en acto, de modo que se añadirían accidentalmente a un sujeto que ya existe en acto, pero no lo harían ser en acto de modo absoluto, sino solo relativo».
116. Id., STh III, q. 6, a. 6, ad 1–2.
117. Id., STh III, q. 2, aa. 2–3.
118. Id., STh III, q. 17, a. 2: «El ser [esse] pertenece tanto a la hipóstasis como a la naturaleza; a la hipóstasis como aquello que tiene ser y a la naturaleza como aquello por lo que algo tiene ser […]. Ahora bien, es imposible que el ser que pertenece a la misma hipóstasis o persona multiplique en una persona o hipóstasis, porque es imposible que una cosa no sea un único ser. Por tanto, si la naturaleza humana se añadiera al Hijo de Dios no hipostática o personalmente, sino accidentalmente (como postularon algunos), sería necesario poner dos esse en Cristo; uno en cuanto es Dios y otro en cuanto es hombre. [Pero] puesto que la naturaleza humana está unida al Hijo de Dios hipostática o personalmente, como se dijo más arriba [STh III, q. 2, aa. 5–6], y no accidentalmente, se sigue que no adquirió un nuevo ser personal según su naturaleza humana, sino solo una nueva relación de la persona preexistente a la naturaleza humana, de modo que se dice que esa persona subsiste no solo según su naturaleza divina, sino también según la humana». ‘La cursiva es nuestra’. En la cuestión disputada sobre el Verbo encarnado (De unione, a. 4), santo Tomás sí considera la posibilidad de un esse creado y humano en Cristo. Apoyados en este texto, el tomista Herman Diepen postuló en el siglo pasado una famosa teoría sobre la «integración» del esse en el pensamiento de santo Tomás. Incluso aceptando la interpretación de Diepen, la subsistencia personal de Cristo es una y su unidad deriva de su esse divino en cuanto Hijo eterno. Por consiguiente, lo que sostengo aquí sobre la unidad de la existencia divina personal de Cristo no tiene una relación directa con la verdad o falsedad de la interpretación de Diepen.
119. Id., Compendium I, c. 210.
120. Aristóteles, Metafísica IX, 6, 1048b6–9: «Pero “estar en acto” no se dice de todas las cosas en el mismo sentido, sino analógicamente: como esto existe en esto o en orden a esto, aquello existe en aquello o en orden a aquello; pues unas cosas están en la relación del movimiento a la potencia, y otras, en la de la substancia a cierta materia», trad. Valentín García Yebra, Metafísica de Aristóteles, edición trilingüe, (Madrid: Gredos 1998).
121. Tomás de Aquino, STh III, q. 16, a. 9.
122. Volveré sobre este argumento con más detalle en el capítulo 4.
123. J. Maritain, De la grâce et de l’humanité de Jésus (Paris: Desclée de Brouwer, 1967).
124. Tomás de Aquino, STh III, q. 9, aa. 2–3.
125. Cf. CEC 472–74.
126. Cf. J. Maritain, De la grâce et de l’humanité de Jésus, 49–131.
127. Esta es la razón por la que santo Tomás defenderá la necesidad de la visión beatífica en Cristo: para ser Salvador en cuanto hombre no debe ser él mismo salvado (STh III, q. 9, a. 2). Volveré sobre este argumento en los siguientes capítulos.
128. Tomás de Aquino, STh I-II, q. 5, aa. 1 et 5.
129. Cf. Id., STh I-II, q. 3, a. 1; II-II, q. 27, a. 3.
PRIMERA PARTE
EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
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