Pedro Ángel Fernández de la Vega

La Sombra de Anibal


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grecolatinos es parcial y sesgada, viciada por la interpretación senatorial emanada de sus rivales políticos y, sobre todo, por el discurso elaborado al respecto tras el formidable desastre militar al que las legiones de Roma se vieron encaminadas bajo el mando de Flaminio. No es totalmente cierta la irreverencia del cónsul, y este enfoque no reconoce el partidario uso político recurrente que se estaba haciendo de los rituales para inhabilitar a Flaminio.

      UN BALANCE DE GESTIÓN Y DE LUCHA POLÍTICA

      Polibio ofrece la semblanza más sumaria de Flaminio, la que, según su versión, conoció Aníbal y con la que este urdió la estrategia de provocación que le procuró su gran victoria contra el cónsul romano. Según el historiador griego, Aníbal supo «de Flaminio que era un agitador, un consumado demagogo escasamente dotado para la auténtica gestión política y militar, y que por añadidura estaba totalmente pagado de sus propias actuaciones» (3, 80, 3). La soberbia del líder popular fue la perdición de Roma. Pero es más que un líder popular, es un «consumado demagogo», un encantador de masas manejadas, un populista: en su retrato está implícito el tono peyorativo inherente al manejo de la opinión pública popular con un sesgo adverso a las elites que se reconoce como populismo.

      Despojada de sesgos, la biografía de Flaminio corresponde a la de un líder político de vocación y apoyo popular, imbuido de una sólida conciencia de clase. Como novus homo se apoyó en la masa social de votantes del populus sin un aparente soporte de la clase política, de la nobilitas. Quizá pudo contar con ella al principio de su carrera para iniciarla, aunque más parece que, dado que la primera magistratura que consta haber desempeñado, la de tribuno de la plebe, la aprovechó para promover su reforma agraria de distribución de tierras a ciudadanos sin recursos y dispuestos a emigrar, es posible que esta ley formara parte de las propuestas de su campaña electoral. No promovía más que lo que era esperable de un tribuno, defender los intereses de la plebe, y eso no es demagogia (Develin, 1979: 243). En todo caso, arrostró una oposición frontal del orden senatorial en una apuesta decidida y calculada, ambivalente: contó con el voto popular, pero a cambio hubo de afrontar la oposición firme de la clase política que le deparó su severo rechazo al advenedizo, tildándolo de demagogo, de oportunista seductor de la voluntad popular.

      Sobre su pretura se conoce poco, aunque cabe concluir un balance favorable de su gestión siciliana. De su primer consulado se puede inferir una enconada oposición senatorial que se vio superada por su victoria militar contra los galos, desautorizada por el senado, pero reconocida como triunfo por la asamblea popular. Los apoyos populares le granjearon una censura memorable, con inversiones públicas reconocidas y celebradas. Su apoyo y defensa activa de la ley Claudia le colocó de manera irreconciliable y definitiva contra el orden senatorial. Y en la reacción senatorial para inhabilitarlo en su segundo consulado late una rivalidad política combativa que recurre a los vicios rituales como estrategia para intentar de nuevo la destitución. El retrato de Flaminio muestra en su trayectoria una coherencia sostenida: se trata de un plebeyo que se inicia como novus homo y al que el populus reporta los apoyos electorales necesarios en los comicios y la lealtad de la tropa en el campo de batalla.

      En este balance, late de trasfondo un vigor democrático innegable (Münzer, 1999: 353). El debate acerca de la escasa calidad democrática de la constitución romana no se puede abrir ahora, en este análisis, pero hay que reconocer, que a pesar del funcionamiento timocrático y viciado de los comicios centuriados donde se elegía a los magistrados superiores contando con el mayor peso específico de la elite económica, en el caso de Flaminio ese control de homologación política se vio arrollado por el empuje electoral de un líder que, tras su memorable tribunado de la plebe, promoviendo el reparto de tierras del Estado, logra ser elegido para las magistraturas a las que concurre como candidato movilizando apoyos que escapan al control acostumbrado de la aristocracia política, de las redes clientelares de la nobilitas. Y que al lograr aprobar la lex Claudia está gratificando y cumpliendo debidamente con sus apoyos electorales emanados del seno de la alta sociedad romana y el orden ecuestre, de los grupos adinerados no senatoriales.

      En esos parámetros de legitimidad democrática electoral como credencial para un candidato indeseado para la nobleza rectora, pero designado por voluntad popular, la reacción senatorial recurre a una instancia de apelación superior. Una y otra vez, la gestión política de Flaminio se ve interferida por los escrúpulos religiosos y por los auspicios desfavorables. La religión funcionaba como garante de estabilidad constitucional. En realidad, en Roma no se producía una separación entre las esferas religiosa y política (Beard, North y Price, 1998; Scheid, 2003: 130; Mouritsen, 2017: 22). Los protocolos ceremoniales y rituales otorgaban un refrendo a las actuaciones y establecían también las garantías de recambio político anual y los nombramientos cada lustro de los censores. En la trayectoria política de Flaminio funcionaron sistemáticamente de manera alternativa: los auspicios sirvieron como fusibles que facultaron su destitución postrera en el primer consulado, que impidieron su nombramiento como jefe de la caballería, y permitieron intentar evitar su acceso a un segundo consulado. En buena medida, con la religión se jugó la estrategia de la política del miedo: la clase sacerdotal, que es un modo restrictivo y selecto de referirse a la clase política senatorial, se activó de manera recurrente, insólita, para desautorizar a Flaminio en sus mandatos. Los presagios y los auspicios venían a convenir en que la voluntad de los dioses no era propicia para Flaminio, que el frágil equilibrio de la pax deorum se veía en riesgo con su persona.

      La memoria de Cayo Flaminio quedaría lastrada para la historia por su derrota en Trasimeno, ensombrecida para siempre por una literatura emanada y patrocinada desde los círculos del poder aristocrático. La opinión popular, sin embargo, habría que intentar intuirla a partir de indicios indirectos. El Circo Flaminio o la vía que portaba el mismo nombre lo inmortalizaron, y el apelativo de su promotor se mantuvo, y su propio hijo, con el mismo nombre, hizo carrera política como pretor en el año 193 y como cónsul en el 187. La gens Flaminia estaba ya integrada en la misma nobilitas que tanta hostilidad mostró a Flaminio.

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