Pedro Ángel Fernández de la Vega

La Sombra de Anibal


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dentro de la constitución política romana, en el seno de sus asambleas populares y hasta de los comicios centuriados que elegían a los magistrados superiores –censores, cónsules y pretores–. Flaminio había roto el techo de cristal que supuestamente hacía que la elite rectora controlara los resultados de los comicios centuriados tras filtrar los candidatos, a través de una forma de votación timocrática, basada en la riqueza y que confería más poder de decisión, por ser más numerosas, a las centurias de las clases censitarias más ricas y acomodadas. Pero quizá esta sea la clave que explique ese triunfo: no se trataba ya de una trasnochada dialéctica entre patricios y plebeyos, sino entre nobles y plebeyos, entre nobilitas y plebs, entre la clase política integrada por patricios y familias plebeyas incorporadas a la elite dirigente del Estado, y por tanto integrantes del orden senatorial, y la masa plebeya en la que también entraba la sección del orden ecuestre que no formaba parte del senado, la plutocracia empresarial en rápido desarrollo. Es muy probable que Flaminio contara con sólidos apoyos en los niveles más altos de la sociedad (Develin, 1985: 225). En un momento concreto, crítico, los intereses dentro de la más alta clase social romana, la de los más ricos, separaron a los senadores del resto del orden ecuestre y una ley vendría a hacer cristalizar unas fuentes de ingresos y unas pautas de conducta y de honorabilidad diferenciadas. Exigían de los senadores su distanciamiento de los riesgos empresariales y de las actividades lucrativas vinculadas a lo mercantil y a las concesiones públicas de explotación de minas y de recaudación de impuestos, que en adelante se iban a regir por sociedades de publicanos.

      Por tanto, los triunfos populares de Flaminio deben valorarse con cautela. Tal vez sean fruto del populismo encendido contra la clase política, pero distan del radicalismo asambleario de un proletariado urbano revolucionario o subversivo. El populismo emana en efecto del pueblo, de los no patricios, de los plebeyos, pero no de todos, sino de la multiforme masa no integrada en la selecta nobilitas; de quienes no conforman la clase política que nutre las filas del senado. El populismo en Roma deriva de populus, un concepto social imbuido del prejuicio peyorativo con que la minoría oligárquica percibe al populacho, y que esta ley iba a contribuir a enfatizar aún más. Pero a la inversa también, el caudal electoral de Flaminio nace de una línea ideológica «democrática, antiaristocrática» (Münzer, 1999: 353), de una base popular en oposición a una nobilitas a la que ha hecho frente en sucesivos momentos de su trayectoria política.

      No queda constancia de que haya convertido esa oposición en algo programático, pero la reiterada confrontación incita a valorar que buscó un apoyo popular renovado y sostenido sobre propuestas adversas y desafiantes a la clase política, promovidas por un advenedizo. Eso es, sociológicamente, populismo (Mudde y Rovira, 2017: 73; Brubaker, 2019: 30 y ss.). En Roma la forma de hacer política de los populares que se define como una opción política con posterioridad, a partir de época de los Gracos, en la República Tardía, no desdeña un estilo populista de hacer política, de ganar popularidad y votos buscando un liderazgo relevante a partir de argumentos convincentes para las masas (Meier, 1965: 49; Robb, 2010: 12; Mouritsen, 2017: 134). Flaminio suele ser recordado como precedente de los líderes populares, dentro de un tipo de tribunos que hace frente al senado con iniciativas radicales (Mouritsen, 2017: 138). Pero su línea de actuación en ese sentido fue sostenida en el tiempo, se mantuvo después de su inicial tribunado de la plebe hasta el final de una carrera política como censor, y le permitía retomar la iniciativa electoral con éxito para la iteración.

      En las asambleas populares se votaba por tribus, las 4 urbanas masivas y las 31 territoriales, distritos rústicos en los que dejaban sentir su peso específico los terratenientes o propietarios acomodados que se podían permitir acudir a Roma a votar. Y en los comicios centuriados, cuando Flaminio optaba como candidato a las magistraturas, los procesos electorales estaban sesgados por el procedimiento, confiriendo más peso específico a las numerosas centurias de los más ricos, y menos peso a las populosas, pero escasas centurias de los más humildes. Flaminio era un novus homo, un plebeyo iniciado en política, que no olvidó su origen y que se sirvió de él y lo hizo valer en favor de los suyos. Pero los plebeyos no eran solo los desarrapados, y emergía pujante en el seno de la plebe la clase empresarial integrada en el floreciente orden ecuestre.

      Flaminio, por otro lado, era un plebeyo experimentado en la guerra y por eso ganó su segundo consulado: contaba con apoyos recientemente renovados en el cargo de censor y en el fragor del debate político desatado por el plebiscito de la ley Claudia, y había conocido las mieles del triunfo militar por decisión popular.

      EL CÓNSUL IMPÍO

      Y retornamos al inicio: el año 217 se ha iniciado con prodigios inquietantes en un contexto opresivo y amenazante, con Aníbal y su ejército en el norte, pero amenazando los cimientos del Imperio romano y Roma misma. A los prodigios se responde con expiaciones y ofrendas a los dioses. Cneo Servilio Gémino como patricio y Cayo Flaminio como plebeyo son ya cónsules designados tras vencer en los comicios, pero aún no han tomado posesión. El año político se inicia el 15 de marzo y se avecina la fecha.

      Flaminio, observando que se están reconociendo por parte de los augures incesantes prodigios, y que el senado ya ha decidido movilizar a los decenviros para que consulten los Libros Sibilinos, activando por tanto los mecanismos de reserva ante indicios graves o acuciantes de quebranto de la pax deorum, sospecha que de nuevo se prepara el terreno para revocar su mandato. Según Tito Livio, «tenía en mente sus viejos enfrentamientos con los senadores, los que había tenido como tribuno de la plebe y los de después, cuando era cónsul, con motivo primero de la abrogación de su consulado y del triunfo después». El historiador añade a la lista de rencillas entre Flaminio y el senado toda la información sobre el choque reciente provocado por la ley Claudia (21, 63, 2).

      Flaminio –acosado– toma decisiones de urgencia. Emite un edicto consular al cónsul saliente, para que aguarde con el ejército acampado en Rímini, en la capital de ese territorio tan fecundo para él, el mismo que había distribuido al inicio de su carrera política. Para las operaciones la región es oportuna, y a él particularmente le aporta seguridad. Se trata de un espacio en el que se ha desenvuelto su experiencia militar como cónsul, el punto de destino de su vía Flaminia, y donde sin duda posee firmes conexiones de fidelidad clientelar. En el edicto acompañado de una carta, Flaminio emplaza al cónsul saliente a que le espere el 15 de marzo. Planea tomar posesión del consulado fuera de Roma. Huye así de los escrúpulos religiosos con los que se podría impedir o revocar su nombramiento en la capital. La experiencia pretérita le hace poner tierra de por medio.

      Livio indica que estaba «convencido de que lo iban a retener en la ciudad poniendo pegas a propósito de los auspicios, retrasando las ferias latinas y aduciendo otros inconvenientes referidos a su función consular» (21, 63, 5). Estrategias dilatorias o, peor aún, quizá eliminatorias. Flaminio tiene motivos para desconfiar. El senado pretende invalidar por la vía religiosa lo que no ha podido evitar en los procesos electorales, creando interdicciones en torno al cónsul (Champion, 2017: 112). Flaminio pretende hacerse cargo de las tropas sin haber celebrado y presidido las ferias Latinas como le corresponde (Pina Polo, 2011: 103; Marco Simón, 2011). Pero al tomar esta decisión, Flaminio ofrece su flanco al descubierto: incumple todos los protocolos de investidura del imperium (Driediger-Murphy, 2018: 187). Sale de Roma como privatus, simulando un viaje y marchando «clandestinamente a su provincia como simple particular. Cuando esta circunstancia se hizo de dominio público, un nuevo motivo de resentimiento vino a suscitarse entre los senadores, ya en contra desde antes» (Liv. 21, 63, 5). A la luz de la trayectoria precedente, es comprensible el modo de proceder de Flaminio: el plebiscito sobre reparto de tierras en el que, al parecer, había sido preciso apelar significativamente a la aquiescencia divina, un consulado en que ha sido desalojado del poder por auspicios adversos, un nombramiento abortado como jefe de la caballería, y, en fin, su defensa y aprobación de la ley Claudia con todo el senado en contra.

      Livio presenta un punto de vista posicionado del lado del senado y en contra de Flaminio: «primero, nombrado cónsul con irregularidades en la toma de los auspicios, cuando dioses y hombres le decían que volviese del frente mismo de batalla no había hecho caso; ahora consciente de haberlos menospreciado evitaba el Capitolio y el ofrecimiento solemne de los votos para no acudir al templo de Júpiter Optimo Máximo el día de la toma de posesión de su magistratura para no ver al senado