de hecho, el obstáculo que abortó la magistratura de Flaminio en el primero de sus consulados. Se desconocen las circunstancias en que fue designado y elegido. El retraso en lograr el consulado plebeyo después de la pretura indicaría, con toda probabilidad, que lo intentó sin éxito, quizá hasta dos veces, antes de alcanzarlo en una tercera candidatura, y que probablemente la coalición de fuerzas senatoriales y de la nobilitas bloqueara una elección para la que los apoyos populares fueron finalmente decisivos.
Al respecto, los indicios que han quedado derivan de unas informaciones consignadas por Plutarco en su biografía de Marcelo (4). Lo ocurrido se relaciona con la guerra contra los galos cisalpinos que se despertó en el año 225, la misma que según Polibio (2, 21, 8) derivaba de la desafortunada medida del reparto de tierras que Flaminio promovió siete años antes. Flaminio y su colega en el consulado, P. Furio Filo, apaciguaron a los galos y se dirigieron luego a territorio de los insubres donde la escalada de escaramuzas con éxitos y descalabros fue preparando el desenlace hacia una gran batalla, y en esos preparativos sobrevienen los prodigios: en la llanura picena, abierta hacia la costa adriática en la región de Áscoli, donde se desarrollaban las operaciones militares dirigidas por los dos cónsules conjuntamente, el río corrió «teñido de sangre y se dijo asimismo que hacia Arimino habían aparecido tres lunas» (Plut. Marcelo 4, 2).
La información sobre los prodigios se evacuó a Roma, seguramente por informadores al servicio de los rivales políticos de Flaminio. Plutarco focaliza su atención en él al narrar lo ocurrido. Estos prodigios fueron utilizados por el senado. Se ponen en conexión con el hecho de que los augures que, como era preceptivo, habían estado observando «el vuelo de las aves en los comicios consulares, aseguraban que las proclamaciones de los cónsules habían sido defectuosas y acompañadas de malos augurios» (Plut. Marcelo 4, 3). Lamentablemente la información disponible es fragmentaria y no permite entrever rivalidades latentes: quizá no es accidental que este hecho se narre en la biografía de M. Claudio Marcelo, otro de los grandes líderes de aquellos años, y que formaba parte del colegio de augures desde tres años antes. Además, Marcelo será nombrado cónsul para el ejercicio siguiente, cuando vencerá a los insubres en Clastidio. La lucha contra los insubres proporcionaba ocasiones evidentes para triunfos memorables. Marcelo no las desaprovecharía, y de hecho el bloqueo a Flaminio y a Furio tenía por objeto aplazar la guerra hasta la entrada de los nuevos magistrados por elegir. Marcelo preparaba entonces su propia candidatura. Tenía pues interés en posponer el enfrentamiento militar. Y, al contrario, meses después presionaría al senado, durante su propio consulado, para que rechazara la paz que ofrecían los insubres y para que la guerra continuara (Polib. 2, 34, 1; Zon. 8, 20; Plut. Marcelo 6; Vishnia, 1996: 211). Pero además el colegio de augures lo capitalizaba por su prestigio y su larga antigüedad de cuatro décadas Fabio Máximo, el activo rival de Flaminio contra la aprobación de su ley de reparto de tierras. Evidentemente este colegio entrañaba una célula activa de alta resistencia contra los intereses políticos de Flaminio.
Por el momento, en el 223, sobre la base de los prodigios y los malos auspicios, la reacción será inmediata: «al punto se enviaron cartas del senado al ejército citando y llamando a los cónsules, para que, una vez hubieran regresado a Roma, abdicaran cuanto antes y para que nada se apresuraran a hacer como cónsules contra los enemigos» (Plut. Marcelo 4, 4). Los rivales políticos de los cónsules, y específicamente de Flaminio, habían encontrado razones para destituirlos. Se les ordenó que no promovieran operaciones militares. La excusa apuntaba a augurios desfavorables, aunque las dos caras de la moneda tenían el mismo signo: el riesgo de derrota militar se podía argüir como argumento para detener la campaña militar, pero el riesgo de un triunfo memorable a favor del popular Flaminio resultaba no menos preocupante para la corriente política dominante en el senado.
EL TRIUNFO QUE NO PUDO SER ABORTADO
O Flaminio lo esperaba, o mostró gran intuición, o, más probablemente, ocurrió que, del mismo modo que la información con los prodigios se filtró a Roma, el signo adverso de la resolución del senado llegó con celeridad hasta los cónsules, antes que las propias cartas oficiales, pues «recibió Flaminio las cartas y no quiso abrirlas sin haber entrado antes en acción contra los bárbaros» (Plut. Marcelo 4, 5). Flaminio entabló combate. La derrota infligida a los insubres la refiere de manera más precisa Polibio, el cual, sin embargo, nada relata sobre los móviles supersticiosos y las intrigas políticas que se agitaron en Roma. Para este autor, que, como se vio, menospreciaba el perfil «demagógico» de Flaminio, la victoria no fue mérito de Flaminio, sino que se consiguió a pesar de sus directrices poco afortunadas. Según su versión «desplegó sus tropas sobre el borde mismo del río» lo que limitó su movilidad (2, 33, 7). Y aun así, venció al enemigo.
Después de lo ocurrido Flaminio regresó a Roma, pero «el pueblo no salió a recibirle; y, por no haber cumplido así que fue llamado, ni haberse mostrado obediente a las cartas, sino que las miró con burla y desprecio, faltó poco para que perdiese la votación del triunfo» (Plut. Marcelo 4). Flaminio fue penalizado formalmente por su proceder, pero finalmente mereció los honores del triunfo gracias a su victoria. En realidad, sus enemigos políticos quisieron abortar la empresa militar y, más tarde, las posibilidades del triunfo. Llegaron hasta el fin. Zonaras (8, 20) certifica lo que Plutarco da a entender: su triunfo lo aprobó el pueblo, no el senado, en un proceder absolutamente anómalo, desacostumbrado y totalmente excepcional. La concesión de los honores se aprobaba en sesión plenaria del senado, reunido fuera de la muralla de la ciudad, en el templo de Belona emplazado en el Campo de Marte. Allí, el cónsul investido aún de su imperium, y que por ello no podía entrar en Roma, era escuchado. Tras el debate oportuno en el senado, y tras la pertinente votación favorable, la aprobación definitiva del triunfo se sometía a decisión popular. En el caso de Flaminio, el senado habría votado en contra y el cónsul recibió su triunfo directamente del pueblo, en abierta oposición a la decisión de los patres (Pelikan, 2008: 40; Rosenstein, 2012: 134). La salvedad que establecen Plutarco y Zonaras excluye la aprobación de ese triunfo por senatus consulto, aunque resulte difícil de admitir. Por lo demás, las inscripciones que contienen los fastos triunfales certifican que tanto Flaminio como su colega celebraron sendos triunfos el 10 y el 12 de marzo del año 222, es decir, cuando en circunstancias normales habría estado a punto de expirar su mandato que finalizaba el 14 de marzo (Inscr. It. 13, 1, 79; Liv. 22, 1, 4). En realidad, por tanto, la abdicación forzada se habría producido tan al límite del año consular, que se pueden abrigar dudas de que se produjera (Beck, 2005: 254). Existe sin embargo la posibilidad de que aún estuviera en uso la antigua costumbre de iniciar al año consular el primero de mayo y que ese fuera el año en que la fecha se alterara, en que se adelantara un mes y medio (De Santis, 1917: 316; Eckstein, 1987: 16). De hecho, no se llegó a nombrar cónsules sufectos como sustitutos. Sea como fuere, y aunque se obligó a abdicar a Flaminio y su colega, su cese resultó más bien formal, sobrevenido al final del ejercicio de su magistratura. Habían triunfado a pesar de todo, y lo habían hecho siendo todavía cónsules, dentro de su año político.
Plutarco recuerda, sin embargo, que fueron reducidos a la condición de privati de manera inmediata: «después de celebrar el triunfo le devolvieron [a Flaminio] a la condición de particular, y le obligaron a renunciar al consulado igual que a su colega» (Plut. Marcelo 4, 6). Dadas las fechas de los fastos consulares, la abdicación se asemeja más a una reprobación institucional que a una verdadera destitución, porque su tiempo como cónsules ya estaba prácticamente agotado. Plutarco ratifica que así fue y que de inmediato se produjo la toma de posesión por parte de Marcelo y su colega, los nuevos cónsules. Para organizar los comicios en que fueron elegidos, se había designado un interrex, Quinto Fabio Máximo, el rival político de Flaminio en el debate de su ley de reforma agraria y un destacado miembro por antigüedad y talla política del colegio de augures (Plut. Marcelo 6, 1; Broughton, 1986: 233).
La política ofrecía así una faceta religiosa que introducía un factor eventualmente desestabilizador del ordenamiento constitucional en manos de las apreciaciones incontroladas de los colegios sacerdotales, en concreto por parte de los augures. En realidad, los augures eran también senadores y políticos, como Fabio y el propio Marcelo. Su función consistía precisamente en leer los signos que delataran una ruptura de la pax deorum, en decodificar los designios favorables o desfavorables de los dioses, y esas lecturas adquirían rango de obediencia