propio Flaminio es ya senador. Se trata de un político alternativo obviamente, un populista a ojos de sus rivales senatoriales. No hay dudas al respecto para los escritores antiguos: Polibio lo definirá como el «tipo de líder popular que no sueña más que con complacer a las masas» (3, 80, 3; también 2, 21, 8).
Un líder de masas acaba de acceder al poder máximo por segunda vez, apelando a su crédito electoral con promesas que seguramente fijan un objetivo: el fin de la guerra, la derrota de Aníbal, lo que la plebe quiere oír y que la nobilitas con toda probabilidad habrá tildado de oportunismo demagógico, sin lograr mantener bajo control el timón electoral en un momento crítico. Y ahora, tras vencer en las elecciones, Cayo Flaminio podría alzarse con una victoria clamorosa… o verse arrastrado a un nuevo, y quizá fatal, desastre militar a manos cartaginesas. La atmósfera ominosa que se vive y en la que Roma no ahorra expiaciones, sacrificios y rituales por propiciar la voluntad de los dioses a su favor, se tiñe así de un inquietante populismo que ha movilizado al populus en apoyo de un candidato plebeyo, más sensible y próximo a las inquietudes de la población y de los votantes. ¿Cómo se había forjado este liderazgo? ¿Debe verse en esta semblanza que ofrecen Livio y Plutarco solo la animadversión de una línea de pensamiento político aristocrático y senatorial hacia Flaminio, o responde a una realidad dual?
UN NOVUS HOMO REFORMADOR
Desde las leyes Liciniae Sextiae del año 367, que limitaron a 500 yugadas las tierras del ager publicus que podía ocupar y explotar un ciudadano y establecían que uno de los cónsules fuera plebeyo, las mayores reivindicaciones plebeyas habían quedado satisfechas. El camino recorrido después, observado con perspectiva histórica, había ido adormeciendo el espíritu reivindicativo popular en el sopor acomodaticio en que se instaló la elite plebeya, la más combativa en su momento, tras lograr ingresar en la capa dirigente que dio forma a la nueva nobilitas patricio-plebeya. Los cónsules anuales se reclutaban de manera habitual en el seno de esa clase política. Por ello volvía a sorprender cuando de repente prosperaban advenedizos, «hombres nuevos», políticos plebeyos que no formaban parte de las familias nobles. En los años de la primera guerra púnica, ocurrió que dos hermanos, Cneo y Quinto Lutacio Catulo accedieron al consulado consecutivamente en los años 242 y 241, y escasos años más tarde, en el 233, llegaría también M. Pomponio Mato (Brunt, 1982; Beck, 2005: 246). Entre el año 243 en que se designó a C. Fundanio y el 216 en que accedió al consulado M. Terencio Varrón, llegaron al consulado doce «hombres nuevos», una proporción absolutamente desacostumbrada, una anormal inflación de caballeros sin precedentes familiares memorables en la carrera política (Bleicken, 1968: 35). Cayo Flaminio fue uno de ellos. De partida, por tanto, emergía marcado por la etiqueta del arribismo político.
Desempeñó su primera magistratura –al menos la primera de la que se tiene constancia– como tribuno de la plebe. Se acepta generalmente que fue elegido a tal efecto en el año 232, siguiendo la versión de Polibio (2, 21, 7). La noticia misma emana de una medida que Flaminio sometió a aprobación por plebiscito en la asamblea popular, y que lo posicionó desde el primer momento en una línea de defensa ardiente, pero polémica, de los intereses de la plebe, en concreto de los ciudadanos romanos sin recursos: propuso un reparto de las tierras del ager Gallicus Picenus, terrenos de cultivo confiscados por el Estado en la zona nordeste de Italia, cerca de Rímini, y que llevaban casi cincuenta años en poder de Roma. Se trataría de un reparto viritano, de lotes de tierra en pleno campo, sin crear un núcleo de población colonial, que se asignaban en nueva titularidad a ciudadanos romanos humildes para establecerse. Esto podía entrar en colisión con las expectativas de negocio que la aristocracia senatorial depositaba de manera habitual en la ocupación del ager publicus del Estado, aunque en realidad no se conoce si esas tierras estaban improductivas, abandonadas en un territorio de frontera, o más probablemente controladas por los senadores de Roma y explotadas por sus habitantes originarios, los senones, aunque la titularidad fuera pública (Cassola, 1968: 93; Roselaar, 2010: 57; Rosenstein, 2004; 2012: 71). Se corría el riesgo de que la nueva ocupación del terrazgo por parte de ciudadanos romanos fuera sentida como una provocación desestabilizadora por parte de los boyos, una tribu de pueblos galos fronterizos que habían comenzado a mostrar agitación desde el 238. De hecho, la medida de Flaminio era ambivalente, poco desinteresada: ofrecía tierras a colonos, pero los convertía en peones para la defensa pasiva de un territorio militarmente inestable.
LA REACCIÓN SENATORIAL CONTRA FLAMINIO
Sobre este plebiscito reformador para el reparto gratuito de tierras propuesto por Flaminio, los escritores latinos coinciden en un aspecto: el orden senatorial reaccionó decididamente en contra. Livio aludirá a sus «enfrentamientos con los senadores, los que había tenido como tribuno de la plebe» (21, 63, 2). Al referirse a esta ley, denominada lex Flaminia (de agro Gallico et Piceno viritim dividendo), Valerio Máximo hablará de una auténtica ofensiva contra Flaminio, quien, a pesar de todo, se empeñó en promover el plebiscito «en contra de la voluntad del senado. Se resistió a los ruegos y amenazas de los senadores y no se dejó intimidar ni siquiera por un ejército formado contra él si persistía en la misma opinión» (5, 4, 5).
La escalada de la tensión política se adivina desacostumbrada, vivida con la máxima ansiedad, a juzgar por la intervención del ejército, y sobre todo porque las versiones no coinciden. Valerio Máximo lo recoge como uno de sus Hechos y dichos memorables, en un relato que se cierra de este modo: «cuando ya se hallaba [Flaminio] en la tribuna de las arengas a iba a dar lectura a la ley, su padre le puso la mano encima. Entonces, vencido por este acto de autoridad de su padre, hombre sin cargo alguno, descendió de la tribuna, sin que el pueblo le hiciera reproches, a causa de la frustrada asamblea, sin el más mínimo murmullo de desaprobación» (5, 4, 5). El pasaje está revestido del valor de un exemplum con toda la carga retórica de la dramatización y permite evocar a Flaminio en el foro, sobre la tribuna de los rostra, a punto de dirigirse a la plebe y cediendo en último extremo, en un memorable acto de piedad y obediencia filiopaternal. El relato, en cambio, se adivina más teatral y moral que real. No es verosímil este desenlace, que en parte versiona Cicerón (De la invención 2, 17, 52), porque a juzgar por las restantes informaciones sobre lo ocurrido, la ley se aprobó. La gravedad de la situación y la elevada temperatura política, así como la derrota senatorial, han forjado quizá esa versión impostora.
Polibio sitúa lo ocurrido en el año 232, coincidiendo con el consulado de M. Emilio Lépido. Sin embargo, Cicerón lo ubica en el consulado de Quinto Fabio Máximo que desempeñó con Espurio Carvilio, y que corresponde al año 228. Cabe pensar que Cicerón se equivocó y que se produjo no durante el segundo, sino durante el primer consulado de Quinto Fabio Máximo, el que desempeñó en el 233 junto con Pomponio Mato. Seguramente, antes de acabar su mandato Fabio –el 14 de marzo del 232– se produjo el debut en el cargo como tribuno de la plebe de Flaminio, quien tomó posesión el 10 de diciembre del año 233 (Müller-Seidel, 1953: 269; Broughton, 1986: 225; Cassola, 1968: 261) Los hechos habrían ocurrido así entre diciembre del 233 y marzo del 232, aplicándose la ley tras el acceso al consulado de M. Emilio Lépido desde mediados de marzo de ese mismo año 232. Obviamente para los historiadores se trató de un hecho de memorable trascendencia. Quizá la propuesta para la reforma agraria había formado parte de la campaña electoral al cargo de Flaminio. Por su parte, Fabio Máximo tenía asignado como destino consular la provincia de Liguria, la zona norte donde se emplazaba el territorio sobre el que Flaminio planificaba el reparto de tierras (Develin, 1976: 640). La reacción de Fabio fue claramente adversa y seguramente se exacerbó al percibir en la reforma instada por Flaminio, una injerencia desestabilizadora en lo que Fabio consideraba su ámbito de competencias. En cuanto al otro cónsul, Pomponio Mato, era también, como Flaminio, un «hombre nuevo», y no es descartable que se posicionara contra su colega Fabio, del lado del tribuno popular Flaminio. No consta que lo hiciera de manera activa, pero las conexiones de los tribunos con cónsules y la connivencia de estos magistrados en el desencadenamiento de iniciativas será una constante en los años venideros: la potestad tribunicia creaba un liderazgo intermedio, facultaba un rol de mediación muy activo ante la plebe para articular apoyos populares en favor de decisiones senatoriales o de los cónsules (Vanderbroek, 1987: 65). De hecho, Cicerón atribuye un silencio pasivo, quizá cómplice, al cónsul colega de Quinto Fabio.
A este, en cambio, a Quinto Fabio Máximo, Cicerón sí le