como combustible para soñar.
El regreso a casa, después de seis horas de estudio, era también un momento para gestionar la ansiedad de complacer el estómago, el órgano más sacrificado del momento.
De todas formas, la necesidad te vuelve creativo y el ingenio de nuestras madres afloraba para inventarse un almuerzo, una sopa con los huesos de sustancia sin carne, que los carniceros regalaban, combinado con arroz llenaban, más que nutrir.
En Medellín, donde crecí, la familia que podía tener un plato de frijoles con arroz todos los días era afortunada.
Después del almuerzo, a las carreras, salía a buscar la gallada, como se llamaba a los amigos del barrio, para armar un picao. Se recogía a la gente y luego, con dos piedras a cada extremo de la calle, se armaban las porterías y una pelota echa con la cabeza de una muñeca rellena de periódicos sería el primer amor a la redonda, los momentos más placenteros del día, la creación de una mirada cualitativa de la vida.
Por mi mente de niño, pasaban toda clase de sueños mientras corría raudo tras la pelota y mi realidad era otra creada por mí mismo y hasta ese momento habitaba en mi imaginación, era un instante mágico donde todo era posible.
Mi primer sueño grande se presentaba los domingos de fútbol en el estadio de Medellín, en esos partidos profesionales, en los que se permitía el ingreso de personas que no podían pagar el boleto y durante los últimos 20 minutos ingresaban de manera gratuita, era posible estar más cerca del fútbol, Para mí, era un instante que esperaba con ansias.
Con un pequeño radio pegado a la oreja en las afueras del escenario todo el mundo esperaba que pasaran los minutos. Cuando por fin abrían las puertas, como un pistoletazo que da la partida a una carrera, todo el mundo corría disparado para alcanzar un asiento, un espacio. Pero, por mi corta estatura, nunca llegaba a tiempo, optaba por quedarme en la parte baja de la gradería y colgado de una reja que separaba la cancha de las tribunas, me sentía en un lugar celestial para mi expectativa a pesar de la incomodidad, yo solo alcanzaba a ver a los jugadores de la cintura hacia abajo porque una inmensa valla obstaculizaba la parte superior, lo que me permitió convertir mi desventaja en fortaleza. Así fue como, en esta hazaña era yo el protagonista del juego, de sus cinturas hacia arriba, porque podía ver el juego desde una trama en la que yo era parte del cuerpo de los que hacían los goles o ejecutaban las mejores jugadas.
¡EL SUEÑO HABÍA COMENZADO!
La sensación de estar en un gran estadio, de ser una figura, me permitía vivir un momento alucinante, en donde las carencias no existían, sentía el grito de la tribuna coreando mi nombre, la mente me llevaba a la opulencia de la alta competencia, a creer que todo era posible, me metía en la película irreal, hoy en día, por ejemplo, sería como tener unos guayos iguales a los Adidas que en el presente usa Messi o los Nike de Cristiano Ronaldo, estrellas mundiales, porque en esas esferas de poder son respetados, hasta idolatrados y todo abunda sin límites.
Finalizados esos 20 minutos de gloria, la esquina del barrio, era el centro de reunión, algo así como la Dimayor, el máximo ente regidor del fútbol profesional en nuestro país, el lugar donde se organizaban los partidos o en el mejor de los casos los torneos ínter-barrios. De allí también salen los futuros ídolos o los relegados sociales.
Bien decía alguien que: “el que inventó el fútbol amaba las esquinas, de ahí el nombre de tiro de esquina”.
La esquina, la gallada, la pelota, fueron instrumentos útiles para que los jóvenes de la época lanzáramos nuestro primer grito de independencia ante la férrea disciplina familiar, que generalmente no asociaban las palabras: esquina y fútbol, con estudio. Era patética la falta de conciencia de la importancia del deporte en nuestra formación como complemento a nuestra personalidad. Además, que consideraban inadmisible el ver acabar los zapatos y la ropa en los picaos de barrio.
Después del juego o el desafío venia el proceso de llegar a casa con el desgaste de los únicos zapatos, los mismos que usabas para ir a misa, con los que hiciste la primera comunión, los de la mejor ropa para visitar la novia si el balón dejaba tiempo, para ir a la escuela y por eso encontrarse con la mirada y el fuete del padre era una circunstancia que acrecentaba tu tenacidad.
Creo que los primeros ladrones de sueños han sido los padres que, de manera involuntaria, hacen muchos males bien intencionados.
Desde esos instantes sabíamos que nuestro primer gran reto era superar problemas que habitaban dentro, para endurecernos en el arte de sortear tambien las limitaciones de los demás, para no permitir que afectaran el correcto mapa de los sueños, hoy en día, este es un tema de estudio de la neurociencia.
Albert Camus, un extraordinario escritor argelino, cuenta que jugó al fútbol y escogió el puesto de arquero porque era desde donde menos se le gastaban los zapatos, pues no podía darse el lujo de correr tras el balón por toda la cancha, porque en la noche su abuela le revisaba las suelas y le daba una paliza si las encontraba gastadas.
Dice, además, “Soy un fanático iluminado del fútbol, para mí es un juego que genera una pasión que nunca envejece, lo que aprendí acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo a esta práctica”.
Antes era un lujo tener un balón y el que lo poseía tenía un puesto fijo en la titular del equipo sin riesgo de ser reemplazado, no fuera que con su salida se llevara el implemento de juego y finalizara el partido.
La calle se volvía un estadio, los carros eran rivales a eludir, pienso que de allí nace la gran técnica del jugador colombiano pues se condicionaba a tocar la pelota con mucho cuidado para no quebrar un vidrio, ni tener que ir por ella calle abajo o preparase para subir a un techo a buscarla. En esas circunstancias se crea nuestro gran complejo y temor a patear al arco de media y larga distancia, que después es alimentado por los chiflidos del público cuando el primer remate no sale bien, todo esto nace con la gran virtud de la ductilidad, la muy buena relación con la pelota y el gran manejo del espacio reducido.
El fútbol en esa época era tratado con gran desprecio y el futbolista vivía como un paria social sin ingreso a la selecta sociedad. Inclusive siendo un jugador profesional era menospreciado, desafortunadamente los mismos futbolistas acrecentaban ese concepto con sus actuaciones fuera del terreno de juego, donde no sabían interpretar debidamente su desempeño, fueron siempre tratados como ciudadanos de segunda y es claro que “el que no es un buen ejemplo es una buena advertencia”.
Los jugadores profesionales salían generalmente de la pobreza, pero regresaban rápidamente a ella, porque su resentimiento lo desahogaban adquiriendo desaforadamente lo que nunca habían tenido, las gruesas cadenas de oro, pulseras, anillos, acompañadas de actuaciones excéntricas, eran una mera degeneración de la vanidad común, algo un poco demoníaco que los hacía apelar a recursos extremos de rebeldía, donde lo que menos importaba era el éxito...
Era una triste elección que muchos de ellos tomaban de manera inconsciente para dar una bofetada a la sociedad que los marginaba, a los vecinos que les decomisaban la pelota o se la rompían y les echaban a la policía, esos mismos que posteriormente, cuando se convertían en jugadores famosos, hablaban del muchacho casi como un hijo al que se le ayudó y hoy es el orgullo del barrio, lo que les generaba más resentimiento.
Los jóvenes de la época tenían un gran objetivo, pero muchos factores en contra para lograrlo. Sin embargo, el descubrimiento de que lo que más amas crece y se convierte en tu realidad era un sentimiento que, como un motor, los incentivaba a seguir sin parar por sus sueños.
Las altas montañas no son para turistas sino para escaladores, los mejores siempre han sido los que hacen las cosas en las circunstancias más difíciles, los que son movidos por el coraje.
Regularmente, la gente se permitía referirse a los jugadores (desde los insultos) con comentarios como:
• -“Estos jóvenes son unos méndigos de afecto, por eso juegan a la pelota todo el día e inventan el amor y la diversión que les hace falta”-.
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