Jorge Del Rosal

El vuelo de Bacardí


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de licores más vendida del mundo, con 16 millones de cajas despachadas.

      A lo largo de la historia, «el murciélago» siempre estuvo presente, simbolizando los valores y la cultura que don Facundo nos heredó.

      Yo soy Jorge Del Rosal, el narrador de este relato. Soy descendiente de Facundo Bacardí Massó, uno de sus tataranietos.

      Como parte tanto de la familia como de la empresa, mi vida profesional ha estado estrechamente entrelazada con la historia más amplia de Bacardi. Trabajé para la compañía 35 años, o 37 si incluyo los empleos de verano nada corporativos que hice mientras estaba en la universidad.

      Me convertí en maestro mezclador de Bacardí y dirigí todas las operaciones de producción para Bacardi Brasil. Luego diseñé, construí y administré Bacardi Venezuela. Pasé a fungir como asistente del presidente y director general de Bacardi Limited, la empresa matriz global, y me retiré siendo vicepresidente de recursos humanos y ejecutivo senior a cargo de proyectos especiales.

      Lo que viene a continuación es nuestra historia, mi historia. Compartiré con ustedes el épico relato de todo lo que don Facundo puso en marcha cuando llegó a la pequeña ciudad de Santiago de Cuba, a mediados del siglo XIX. También les contaré de mi contribución al bienestar de la familia y la empresa.

      Mi historia y la de mi familia inmediata han tenido su cuota de adversidades, desafíos y frustraciones, pero también describiré los éxitos, la diversión y las aventuras que surgieron de trabajar dentro de la cultura profundamente arraigada de Bacardi.

      Estoy orgulloso de mis contribuciones y del trabajo arduo que realicé durante casi cuatro décadas.

      Las páginas que siguen ofrecen una visión interna de mi propia historia y de las historias de nuestra familia, su empresa y un tumultuoso siglo y medio de historia, política, comercio y cultura.

      Por encima de todo, el nuestro es un legado de pasión, ambición, crecimiento y éxito, los cuales están muy arraigados en el ADN de la familia Bacardí.

      Jorge Del Rosal

      Miami, febrero de 2020

      Trabajadores en los cañaverales durante la zafra para la producción del ron BACARDÍ en México en los años sesenta. (Propiedad desconocida)

      CAPÍTULO 1

      EL COMIENZO (1772-1862)

      Una colonia lejana, un pequeño alambique de licor… y un murciélago

      LOS ORÍGENES DE LA FAMILIA BACARDÍ

      Como se acostumbra decir, comencemos por el principio.

      Juan José Antonio Bacardí Tudo nació en noviembre de 1722 en un pueblo del noreste de España llamado San Jaime de Passanant. Pocos años después, su padre, quien venía de una larga estirpe de albañiles, mudó a la familia hacia la costa, al municipio de Sitges, justo a las afueras de Barcelona.

      Es a partir de este momento que se puede comenzar a rastrear de manera definitiva la genealogía de la familia cubana Bacardí.

      Juan José creció en Sitges. Con el tiempo se casaría con doña Marina Massó. Tuvieron seis hijos: Juan, Magín, José, Facundo, Manuela y María.

      Los registros de nacimiento de la ciudad fueron destruidos durante la guerra civil española, pero varios testimonios concuerdan en que la fecha de nacimiento de Facundo, quien terminaría fundando la empresa familiar de ron, es el 14 de octubre de 1814.

      La economía de Sitges, una localidad conocida por los marineros griegos 3000 años antes como Blanca Subur, estaba centrada en la producción de vino, y Juan José se convirtió en un comerciante establecido de vino. La industria vitivinícola se mantuvo fuerte allí hasta la década de 1960; en la actualidad es un vibrante pueblo turístico frente al mar, con muchos de sus calles y edificios de varios siglos de antigüedad aún intactos.

      Con el tiempo, el encanto del enorme imperio colonial de España se volvió irresistible para los hijos de Juan José, quienes soñaban con oportunidades y aventuras más allá de su antigua ciudad natal catalana.

      Manuela, ya anciana, recordó en una entrevista de tiempo atrás que su hermano Facundo se fue de Sitges cuando tenía 15 años —lo que sería el año 1829— en busca de una nueva vida en las colonias caribeñas. Recuerda que su hermano se fue de casa con apenas unas cuantas pertenencias.

      En aquellos días, los barcos europeos normalmente zarpaban cuando tenían suficiente cargamento para justificar el largo viaje al extranjero. Los pasajeros pasaban semanas esperando la siguiente salida, para luego tener que acomodarse y dormir en condiciones de oscuridad y humedad bajo cubierta. Era una situación pestilente debido al pésimo saneamiento, el mar agitado, las plagas y las enfermedades.

      A finales de la década de 1820, el viaje por el mar Mediterráneo, a través del estrecho de Gibraltar y por todo el océano Atlántico, tenía una duración de entre seis y diez semanas.

      Juan, el hermano mayor, parece haber sido el primero en realizar el viaje. Le siguieron Facundo y, más tarde, Magín y José.

      Para la década de 1840, los cuatros hermanos Bacardí Massó ya estaban establecidos en Santiago de Cuba, ciudad portuaria fundada por el conquistador Diego Velázquez a principios del siglo XVI. El lugar era conocido por su pujante mezcla de las culturas francesa, británica, española y africana.

      UNA NUEVA VIDA EN EL CARIBE

      Para finales del siglo XVIII, Santiago se había convertido en una pequeña ciudad en auge. Para el año 1800 albergaba ya a más de 30 000 habitantes, de los cuales más de la mitad eran esclavos o lo habían sido.

      La Revolución francesa inspiró en Haití, territorio que en aquel entonces se conocía como Saint-Domingue, una insurrección de esclavos que duró 13 años. Para 1804, la población francesa blanca y acaudalada había huido de la isla tras 150 años de dominio colonial.

      Si se mide la distancia entre sus puntos más cercanos, Haití y Cuba están solo separadas por 80 kilómetros, de modo que la ciudad sudoriental de Santiago se convirtió en el lugar predilecto de exilio.

      Los franceses llevaron con ellos su cultura y sus visiones políticas liberales, influidas por la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, formulada durante la Revolución francesa. También llevaron sus conocimientos agrícolas: en la época de la revuelta de los esclavos haitianos, la colonia producía más de la mitad del café del mundo.

      Se dice que cuando los insurrectos quemaron las plantaciones de café de la isla en su totalidad, un enfurecido Napoleón Bonaparte exclamó: «¡Maldito café! ¡Malditas colonias!».

      Los exiliados franceses llevaron a los suelos montañosos fértiles que rodean Santiago las semillas de café y un siglo de experiencia en su cultivo, procesamiento y exportación. Sembraron vastas extensiones de tierra en la zona oriental de Cuba, refinaron técnicas de producción y construyeron una industria internacional de exportación que rápidamente eclipsó el diezmado comercio de Haití.

      Fue en esta floreciente ciudad portuaria del siglo XIX que los recién llegados hermanos Bacardí Massó decidieron ganarse la vida. No hay registro de cómo los cuatros jóvenes inmigrantes llevaron el pan a su mesa durante los primeros días en Cuba, pero sobrevivieron.

      El primero en ser dueño de un negocio fue Juan, el mayor, quien había reunido suficiente dinero para abrir una pequeña quincallería. La llamó El Palo Gordo.

      No se sabe con exactitud cuándo Juan estableció la tienda, pero un amigo de la familia llamado Diego Pérez dijo en una entrevista en 1925, a los 95 años de edad, que recuerda haber ido allí de niño a comprar papel para la escuela. Pérez afirmó que en aquel momento probablemente tenía unos 12 años, y nació en 1831, así que la tienda de Juan ya debía de haber estado abierta en 1843.

      Al parecer José y Facundo trabajaron