demain, mademoiselle Beauchamp.
Ella inclinó levemente la cabeza.
–A demain, monsieur Lefevre. Nos veremos al mediodía.
Capítulo Dos
A la mañana siguiente, Allegra se conectó a Internet y se dedicó a mirar la página web del viñedo. Quería estudiar la situación para ir a la reunión con algunas ideas y propuestas.
El edificio no había cambiado nada durante su ausencia; seguía tan grandioso e imponente como antes, de piedra pálida salpicada por altos balcones de contraventanas blancas.
Cuando bajó del coche, un aroma a rosas se volvió tan intenso que intentó localizarlas con la mirada; pero no estaban a la vista y supuso que se encontrarían detrás de la casa.
¿De quién habría sido la idea de la rosaleda? ¿De la esposa de Xavier, quizás?
No se lo podía preguntar a Hortense sin dar la impresión de que Xavier le interesaba demasiado. Estaba allí por un simple asunto de negocios.
Miró la hora y vio que eran las doce y dos minutos. No había llegado tan pronto como pretendía, pero había llegado lo suficientemente pronto como para poder jactarse de ser puntual.
Se dirigió a la puerta y llamó. Al cabo de unos instantes, le abrió un joven de cabello rubio, que se quedó asombrado al verla.
–Mon Dieu, c´est Allie Beauchamp! ¿Cuánto tiempo ha pasado…? Bonjour, chérie. ¿Qué tal estás?
El joven sonrió de oreja a oreja y le dio un beso en la mejilla.
–Bonjour, Gay. Han pasado diez años… y estoy muy bien, gracias. –Allegra le devolvió la sonrisa–. Me alegro mucho de verte.
–Y yo de verte a ti. ¿Has venido a pasar las vacaciones?
Ella sacudió la cabeza.
–No exactamente. Soy la nueva socia de tu hermano.
Guy arqueó una ceja.
–Mmm.
–¿Mmm? ¿Qué quieres decir con eso?
–Nada, pero ya conoces a Xav.
–Sí, ya lo conozco.
–Por la hora que es, supongo que estará en su despacho.
–Lo sé. Me está esperando –dijo Allegra–. Pero olvidé preguntar dónde demonios está su despacho.
–Y él olvidó decírtelo, por supuesto…
–Eso me temo.
–Típico de él –dijo Guy–. No te preocupes. Te acompañaré.
–¿Vas a estar en la reunión?
–¿De qué vais a hablar? ¿De los viñedos?
Ella asintió.
–Entonces, no. Los viñedos son asunto de Xav, no mío. Yo me limito a venir los fines de semana, beberme sus vinos e insultarle un poco –declaró con una sonrisa pícara–. Por cierto, lamenté mucho lo de Harry. Era un buen hombre, Allie.
A Allegra se le hizo un nudo en la garganta. Desde su regreso a Francia, Guy era la primera persona que la recibía con afecto y la llamaba por su antiguo diminutivo, Allie. Era el único que no parecía despreciarla por haber cometido el delito de no asistir al entierro de su tío abuelo.
–Sí, yo también lo siento.
Guy la llevó por el lateral de la casa, hasta un patio que daba a una zona de oficinas.
–Gracias por acompañarme –dijo ella.
Él volvió a sonreír.
–De nada… Si te vas a quedar unos días, podrías volver otra vez y cenar con nosotros.
–Será un placer, Guy.
–Entonces, hasta luego.
Tras despedirse de Guy, Allegra entró en el edificio. Como la puerta del despacho de Xavier estaba abierta, ella vio que él estaba dentro y que estaba tomando unas notas en una libreta. Parecía sumido en sus pensamientos. Aquella mañana se había afeitado, pero tenía el pelo revuelto. Se había remangado la camisa y sus fuertes brazos revelaban el vello oscuro que los cubría.
Allegra lo encontró exquisitamente atractivo. Se tuvo que clavar las uñas en las palmas para no hacer algo absurdo como abalanzarse sobre él, ponerle las manos en las mejillas y darle un beso apasionado.
Respiró hondo y se recordó que ya no era su amante, el hombre con el que había soñado vivir.
Xavier miró a Allegra, que llevaba otro de sus trajes de ejecutiva agresiva. Desde su punto de vista, no podía estar más fuera de lugar. En esa época del año, todo el mundo se dedicaba a trabajar en las viñas; y los viñedos no eran el lugar más adecuado para llevar trajes y zapatos de tacón alto. Los trajes se podían desgarrar con las ramas y los tacones se hundían irremediablemente en el terreno.
–Gracias por venir… Pero siéntate, por favor.
Ella se sentó y le dio una cajita cerrada con un lazo dorado.
–Es para ti.
Él miró el objeto con interés.
–Me pareció que sería más apropiado que un ramo de flores o una botella de vino –continuó Allegra.
–Merci.
Xavier quitó el lazo, apartó el envoltorio y se encontró ante una de sus debilidades: una caja de bombones de chocolate negro.
Fue toda una sorpresa. Jamás habría imaginado que se acordara de sus gustos, ni esperaba que se presentara con un regalo.
–Muchas gracias, Allegra –repitió–. ¿Te apetece un café?
–Sí, por favor.
Ella lo siguió hasta la pequeña cocina americana.
–¿Te ayudo? –preguntó.
Xavier pensó que solo lo podía ayudar de una forma: vendiéndole su parte de la propiedad y marchándose de allí antes de que la tumbara sobre la mesa y le hiciera el amor. Pero, naturalmente, no se lo dijo.
–No, no hace falta.
–¿No me vas a preguntar si lo quiero con leche y azúcar?
Él sonrió.
–Siempre te gustó solo.
Sirvió dos tazas de café y las puso en una bandeja. A continuación, alcanzó un bol con tomates, un pedazo de queso, una barra de pan, dos cuchillos y dos platos. Cuando ya los había llevado a la mesa, dijo:
–Sírvete tú misma.
–Gracias.
Como Allegra no se movió, él arqueó una ceja y cortó un pedazo de pan y un poco de queso.
–Discúlpame por no esperar a que te sirvas tú –dijo–. Tengo hambre… He estado en los viñedos desde las seis.
–Bueno, ¿de qué quieres que hablemos? –preguntó ella.
–Podríamos empezar por lo más importante. ¿Cuándo me vas a vender tu parte de los viñedos? –replicó.
–No insistas, Xav; no tengo intención de vender –dijo–. ¿Por qué no me concedes una oportunidad?
A Xavier le pareció increíble que le preguntara eso. ¿Por qué le iba a conceder una oportunidad? Allegra lo había abandonado cuando más la necesitaba, y no se iba a arriesgar a que le hiciera otra vez lo mismo.
Además, empezaba a desconfiar de sí mismo en lo tocante a ella. No había pegado ojo en toda la noche porque no podía creer que Allegra le gustara tanto como a los veintiún años. Era una