estudio de la epístola misma. Tómese como práctica el leer y estudiar el pasaje de cada versión, al menos dos veces, antes de consultar el análisis de tal pasaje en el bosquejo, teniendo en cuenta que en el estudio de la Biblia no hay, ni puede haber, substitutivos para el texto bíblico en sí mismo, pues es de la Palabra inspirada de Dios de la que, por Su gracia, nos proponemos apoderarnos.
c. Estudiar la epístola, sección por sección, en conexión con el bosquejo explicativo. Cuando Pablo escribió esta carta a los cristianos de Roma, no lo hizo dividiéndola en capítulos y versículos. Las tales divisiones, tal como hoy las tenemos, fueron hechas en el siglo XIII y en el año 1551, respectivamente. Estas divisiones las realizaron hombres no inspirados, y deben, por lo tanto, tomarse como tales. Para mejor comprensión de la estructura y argumentos de la epístola recomendamos que se estudie por secciones en la forma en que éstas se hallan divididas en el bosquejo interpretativos, y no capítulo por capítulo. Las ventajas de este método se harán evidentes y palpables en la medida en que el estudiante progrese en su estudio. Por ejemplo: Estúdiese la Sección I, “Introducción” 1:1-15, y hasta tanto se haya comprendido satisfactoriamente no deberá pasarse a la Sección II, “Tema de la Carta”, 1:16, 17. Sígase este procedimiento hasta que se cubra la totalidad de la epístola; y después de haberla completado, comiéncese de nuevo. ¡Será sorprendente cuánto se ha adelantado en cada nuevo repaso!
d. Trabájese sistemáticamente. Dedíquese cada día un espacio de tiempo definido para el estudio, y recuérdese que no hay nada que pueda aprenderse sin esfuerzo y que, por lo tanto, debe existir el propósito firme de realizar un esfuerzo mental. El principiante deberá hacerse a la idea de emplear varios meses de estudio si es que realmente quiere, o intenta comprender el material de la epístola, sin olvidar las palabras de Martín Lutero acerca de la importancia de Romanos: “Merece no sólo ser conocida, palabra por palabra, de todo cristiano, sino que debiera ser el objeto de su meditación diaria, el pan cotidiano de su alma… Cuanto más tiempo se emplea en su estudio, más preciosas aparecen sus enseñanzas”.
e. Emprenda su estudio en actitud de oración. Sólo el Espíritu, que inspiró la carta, puede abrir la luz en nuestras mentes oscuras para ver y recibir su mensaje. Por esta razón debemos reconocer nuestra dependencia de Él y buscar su ayuda.
3. Por qué se incluyen los apéndices
Los apéndices A, B y C tratan de materias íntimamente relacionadas con Romanos, pero de haber sido incluidos en el bosquejo como notas, se habría interrumpido la continuidad de pensamiento.
C. INTRODUCCIÓN
1. El autor de la carta.
Pablo, el autor de Romanos, destaca de entre los hombres en la misma medida que la epístola destaca de los demás escritos del Nuevo Testamento. Su fe y paciencia, su profunda piedad y compasión, al igual que su mente penetrante e invencible espíritu, son inigualables. No sabemos de nadie tan completamente dedicado al evangelio de Cristo, ni de ningún otro siervo de Dios que haya contribuido tan rica y abundantemente a la mejor comprensión de la fe cristiana, que Pablo.
Pablo, cuyo nombre en hebreo era Saulo, nació en Tarso de Cilicia y creció en la tradición hebrea de la estricta secta de los fariseos. Educado en Jerusalem, bajo la dirección del notable rabino Gamaliel, fue uno de los dirigentes religiosos más destacados de su época y de su pueblo. Quizá sea esta la causa de su celosa persecución de los seguidores de Jesús de Nazaret. Éstos creían que Jesús había sido crucificado y resucitado de entre los muertos como el Cristo de Dios; pero Pablo veía en Jesús solamente un impostor bajo la maldición de Dios. Fue cuando se dirigía a Damasco a prender y encerrar en prisión a los cristianos, cuando el Señor Jesús, resucitado, se le apareció en persona y le salvó. Fue designado por el Señor mismo para ser el apóstol de los gentiles, y empleó el resto de su vida predicando el evangelio y estableciendo iglesias a través de los dominios del Imperio Romano.
2. La ocasión y propósito de la carta
La carta se escribió en Corinto, probablemente en el año 57 o 58 de la era cristiana. Durante mucho tiempo Pablo había deseado visitar Roma, y finalmente esperaba poder hacerlo de paso en su viaje hacia España, pues al parecer, la carta fue escrita para preparar el camino de la proyectada visita.
La iglesia de Roma estaba formada por judíos y gentiles, y es evidente que la fe de los santos en Roma estaba bien fundada en la fe, por cuanto Pablo encomia su pureza en doctrina y práctica. Por esto, el propósito de la carta es más bien preventivo que correctivo. El designio de la epístola es el establecimiento, en forma clara y lógica, del sistema doctrinal cristiano y, al mismo tiempo, el atajar y evitar la propagación de falsas enseñanzas que pudieran surgir posteriormente.
3. Un breve análisis de la carta.
La carta se divide en tres partes principales. La primera trata de la justificación por la fe y sus consecuencias (capítulos 1-8); la segunda trata de la exclusión temporal de los judíos y de la inclusión de los gentiles en el pueblo de Dios (capítulos 9-11); y finalmente, la tercera parte consiste en las exhortaciones prácticas y temas personales dirigidos a los santos en Roma (capítulos 12-16).
PRIMERA PARTE
LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE Y SUS CONSECUENCIAS
(Capítulos 1-8)
Después de presentarse a sí mismo y exponer el tema de la carta ―las buenas nuevas de que la justicia de Dios se obtiene por medio de la fe―, Pablo procede a establecer el hecho de que todos los hombres son pecadores y necesitan ser justificados. Muestra que, tanto los judíos como los gentiles, están bajo el poder del pecado y, por lo tanto, son incapaces de guardar la Ley; consecuentemente aparecen condenados ante Dios y necesitan un método de salvación diferente al basado en la obediencia personal.
Pablo muestra después cómo Jesucristo hizo por el hombre pecador lo que el pecador no puede hacer por sí mismo; esto es, obrar una justicia perfecta, la cual le es dada (atribuida o imputada) al pecador en el momento en que cree.
Teniendo como base la justicia de Cristo, que obtiene por la fe, el pecador es declarado aceptable por Dios y, por lo tanto, es JUSTIFICADO (absuelto, declarado en buena relación con Dios). Después el apóstol Pablo explica cómo siendo justificado por la fe, el hombre, en lugar de vivir en pecado, vive una vida de frutos lógicos de obediencia a Dios. Únicamente aquellos que no están bajo la Ley sino bajo la gracia, pueden encontrar las razones o motivos de amar y servir a Dios verdaderamente. Inmediatamente llama la atención sobre la función de la Ley, mostrando que la misma revela y condena al pecado; pero que lo mismo que la Ley no puede justificar al culpable, tampoco la Ley puede santificar al creyente. El pecado permanece en el cristiano tanto tiempo como él mismo permanece en este mundo. Pablo cierra la sección mostrando que el creyente, no obstante estar rodeado de pecado y sufrimiento mientras vive, está también poseído y ayudado por el Espíritu Santo, pues ha sido predestinado para la gloria y está perfecta y eternamente asegurado “en Cristo”, y nada en la creación entera puede separarle del amor de Dios.
SEGUNDA PARTE
EXCLUSIÓN TEMPORAL DE LOS JUDÍOS E INCLUSIÓN DE
LOS GENTILES COMO PUEBLO DE DIOS
(Capítulos 9-11)
La segunda parte de la epístola se refiere a un problema que era de lo más confuso y oscuro en los tiempos de Pablo: la incredulidad de la nación de Israel y la salvación de los gentiles. Los judíos se alejaban de Jesús mientras que los gentiles se acercaban a Él en fe, reconociéndole como Salvador. ¿Cómo podría explicarse este hecho? Si Jesús de Nazaret era el verdadero Cristo, el Hijo de Dios, ¿por qué la nación judía, el pueblo escogido de Dios, con quien Él había establecido Su pacto, se alejaba dándole la espalda en incredulidad? Pablo resuelve el problema de la exclusión de judíos y el llamamiento de los gentiles, apelando al principio de la elección divina; esto es, que Dios determina quién será objeto