Eduardo H. Grecco

Flores de Bach


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la Terapia Floral. Esto último se debe, en parte, a que se lo sigue concibiendo con las categorías propias de la alopatía o de la fenomenología homeopática en lugar de pensarlo floralmente, es decir, como un arte hermenéutico e interpretativo. Interpretación basada en la presencia previa de una sólida relación donde el paciente se encuentre en condición de asimilar la nueva visión de sí mismo, de los otros y del mundo que la ingesta de esencias florales le proporciona. Es decir, una interpretación en lo cual lo importante no es su exactitud y certeza sino su grado de ajuste a la realidad de la conciencia del paciente y su valor catalizador. En suma, no un hecho de conocimiento o de poder sino una fuerza alquímica transformadora.

      Las esencias florales son significantes, palabras que llegan a la conciencia portando un mensaje. Son lenguaje, y en el lenguaje el hombre se enfrenta con todo aquello que ignora de sí mismo. El lenguaje no solo es comunicación y vínculo; el lenguaje, como señala Martin Heidegger, es ante todo “apertura o revelación del mundo”. La prescripción es una interpretación en acto, en donde el terapeuta floral en vez de hablar con palabras lo hace con esencias, interpreta los decires del paciente y los traduce en remedios que portan un mensaje. Con ellos le está señalando algo al paciente y, al mismo tiempo, intenta ayudarlo a que el mundo que mantiene ignorado se le revele. Todo el proceso de esta relación paciente-terapeuta es un auténtico sendero de progresivos descorrimientos de velos.

      Aunque este texto no sea una respuesta acabada a cómo concebir el lenguaje del diagnóstico en la terapia floral, sí representa un intento en esa dirección, donde convergen método, teoría y doctrina, pero, sobre todo, experiencia clínica.

      Pese a que se han reiterado publicaciones desde su primera edición, esta nueva versión cuenta con algunos desarrollos que me parece importante incluir.

      La labor terapéutica con esencias florales no es un campo clausurado sino un territorio sobre el cual aún hay mucho que sembrar y cosechar. Y a medida que recobramos segmentos del conocimiento de Edward Bach que se encontraban olvidados, perdidos u ocultos vemos que se abren nuevas perspectivas y comprensiones. Pero, al mismo tiempo, el despliegue de pensamientos y modelos como el de la Terapia Floral Evolutiva, del maestro Luis Jiménez, han dado importantes maneras de concebir el proceso diagnóstico, en este caso desde una visión alquímica, ya presente, por otra parte, en la obra de Bach.

      Por eso me ha parecido prudente volver sobre este tema una vez más y agradezco a Ediciones Continente el haber dado espacio en su catálogo a esta obra.

      I. El hecho y el proceso diagnóstico

      Quien descubre el quién soy, descubrirá el quién eres.

      Y el cómo y el adónde.

      Pablo Neruda

      Como principio general puede afirmarse que solo existe –al menos en el territorio de la Terapia Floral– terapéutica de lo particular. Ese axioma se fundamenta en la razón de que la terapéutica se compone de situaciones que conciernen a una única persona, con una única historia y en una única circunstancia.

      Sin embargo, al estudiar estos momentos, irrepetibles en sí mismos, es posible establecer algunas regularidades que sirven de puntos de referencia en el trabajo clínico. Esto se debe a que lo singular no hace imposible lo universal, sino que apunta a no olvidar, en la percepción de lo general, las diferencias de lo individual y a utilizar siempre los esquemas referenciales tratando de adaptarlos a las realidades que impone la práctica concreta. De este modo, es posible construir un espacio teórico de guía en la labor terapéutica donde converge en la experiencia la presencia de modelos que ayudan a gestionar las diversas condiciones en las cuales el hecho terapéutico aparece como fenómeno humano.

      El último tramo de esta puntuación no es irrelevante, ya que para Edward Bach la tarea clínica debe ser comprendida dentro del ámbito más abarcativo de la evolución del alma hacia el objetivo de su realización. Es decir, el fenómeno humano acontece en la Tierra, que es una escuela para el alma, como proceso de aprendizaje y el hecho terapéutico debe ser considerado, entonces, como un encuentro que forma parte de este camino de crecimiento y mediante el cual la persona no solo busca aliviar su dolor sino descubrirse a sí misma, incluso a pesar de que su conciencia lo ignore.

      EL HECHO TERAPÉUTICO

      El hecho terapéutico comienza con la demanda –petición, súplica, solicitud, ruego, requerimiento, pretensión, consulta– de una persona que se ve aquejada por un padecer de cualquier naturaleza y espera que el terapeuta lo ayude a aliviar y a curar este malestar. No importa la forma en que se exprese esta indisposición en la subjetividad del paciente –molestia, fastidio, incomodidad, disgusto, dolor, desazón, descontento irritación, desasosiego, inquietud, impaciencia, mortificación, sinsabor, tormento– lo cierto es que lo vive como algo de lo cual quiere verse libre. La contraparte es otra persona, el terapeuta, que se ofrece a ayudarlo a descubrir el modo de cómo transitar por el sendero de la liberación de los síntomas y conflictos que lo aquejan.

      Todo el conjunto de acciones que se despliegan en el tiempo y el espacio llamado tratamiento pueden articularse en tres momentos lógicos: diagnóstico, prescripción y terapéutica. Si bien esta Primera Parte solo se refiere al primero, los otros están implicados y presentes.

      EL DIAGNÓSTICO

      Existe en la tarea un primer momento orientado a tratar de entender las manifestaciones, síntomas y signos que la persona lleva a la consulta –concebidas estas como un mensaje que revela qué cosas le ocurre y por las cuales pide ayuda– que se denomina proceso diagnóstico. La palabra proceso tiene su valor, porque si bien todo diagnóstico es un resultado, también es un recorrido, algo en curso, que no está cerrado o clausurado. Todo diagnóstico puede ser considerado, entonces, como una hipótesis, tentativa y provisoria, que va formando el terapeuta acerca del paciente y de su enfermedad.

      No se trata, en el diagnóstico, de algo que comprometa el orden de la verdad, sino de la conjetura. Este valor conjetural del diagnóstico se verá comprobado o rechazado a posteriori en el curso del tratamiento, pero el hecho de que el diagnóstico sea una hipótesis no significa que esto le reste valor. Por el contrario, se trata de un recurso que orienta la actividad terapéutica y que consiste en la descripción, delimitación y denominación de las manifestaciones clínicas del paciente con la intención, en el territorio de la Terapia Floral, de encontrarles un sentido como señales del desvío de la personalidad del mandato del Alma.

      Si nos colocamos desde la perspectiva que se deriva de la práctica habitual de la clínica médica y psicológica es posible diferenciar varios tipos de diagnosis; por ejemplo: etiológica, semiológica y nosográfica.

      El diagnóstico etiológico apunta a establecer las causas probables que genera un síntoma o un cuadro clínico, que en el área floral se refiere a la identificación de las emociones que están en el origen del padecimiento de la persona. Incluso Bach formula un modelo de comprensión global del origen del enfermar, aunque señala que las causas reales de un padecer deben buscarse, siempre, en la historia singular del paciente.

      En esta dirección conviene pensar que los modelos explicativos son moldes vacíos a ser llenados por las experiencias irrepetibles de cada quien. Por ejemplo, se sabe que la esquizofrenia está asociada, entre otras cosas, a un modo de comunicación materno-infantil denominado “doble vínculo”, pero lo realmente importante es ver cómo esta pauta se articuló concretamente en la vida de ese sujeto en particular, de un modo que lo llevó a construir esa patología como respuesta.

      El diagnóstico semiológico, por su parte, busca identificar los signos y los síntomas que porta una persona, describirlos, diferenciarlos y denominarlos. Los síntomas son del orden de lo subjetivo; “me arde la piel” es una apreciación que no depende de la observación sino de la vivencia del paciente y que no puede ser constatada directamente; en cambio la fiebre es un dato objetivo, un signo, que puede medirse perceptiblemente.

      Los síntomas y signos no aparecen aislados sino