cuales cada quien se encuentra atrapado, que no puede enfrentar y expresar y que son la energía que alimenta la existencia de los síntomas.
Las emociones son apegos, la presencia del pasado en la vida, y hacen oír su voz por medio de los sueños, los síntomas y los vínculos. Su fluir puede seguir cuatro destinos principales: descarga, control, supresión y regulación. Un estallido de ira es una descarga; sentir ira y disimularla detrás de una máscara Agrimony es controlarla, sofocarla, y hacerla desaparecer de la conciencia equivale a suprimirla, y finalmente, hacerla aflorar, darse cuenta de su sentido y apropiarse de ella es regularla. Pero para poder hacerlas surgir con esencias florales, primero hay que poder precisarlas. Y en eso consiste el diagnóstico emocional: bucear en los afectos que, por sofocados e ignorados, hacen padecer.
Bach señala en Ustedes causan su propio sufrimiento que “No le importará (al médico), por ejemplo, si una deficiencia respiratoria se debe al bacilo de la tuberculosis, el estreptococo o cualquier otro organismo; pero sí se preocupará intensamente por saber si el paciente por qué el paciente sufre una dificultad respiratoria”. En Los Doce Curadores y otros remedios acota: “Detrás de toda enfermedad yacen nuestros miedos, nuestras ansiedades, nuestra codicia, nuestras simpatías y antipatías; investiguemos estas emociones…”. Vale la pena remarcar, en referencia a lo que se trata de insistir aquí (buscar siempre los afectos sofocados), la frase de Bach “Detrás de toda enfermedad” que he resaltado en negrita.
El diagnóstico de personalidad responde a la pregunta existencial del ser. Existen numerosos modelos de diagnóstico de personalidad y tipologías que ordenan la diversidad de las variaciones individuales en un grupo reducido en función de ciertos principios. En el caso específico de las flores hay un modelo, ya plantado por Bach, de ciertos tipos florales arquetípicos: Los Doce Sanadores.
Esta última afirmación tiene una serie de consideraciones preliminares, una de las más importantes es que habría que discutir primero la cuestión misma del problema del concepto de “tipo” aplicado al campo floral que es posible que, en Bach, se derive de la morfología idealista de Goethe.
En el terreno propio de la clínica floral el diagnóstico de personalidad consiste en identificar el patrón estructurante en torno al cual se organizan los modos habituales de ver, comprender y responder de una persona. En suma, la forma en la cual busca seguridad, se sostiene, se protege, se comunica, busca ser amado y ama. Este concepto se parece bastante al de “temple” que deriva de la medicina de los cuatro elementos y que Bach alude, por ejemplo, cuando dice: “Como ya lo hemos mencionado, las faltas de nuestra naturaleza las desarmonías mentales están expresadas por doce diferentes estados de ánimo, cada uno de los cuales tiene una planta correspondiente para su cura”.
La negrita es mía e intenta resaltar la expresión de Bach: estados de ánimo, no emociones, no afectos. Tal expresión se corresponde con el concepto de temple anímico, más si incluimos la anterior referencia acerca de que se puede determinar la personalidad según la posición de la luna natal.
Y la luna justamente marca esto en una carta. ¿Qué es, entonces, un temple anímico? Brevemente podríamos definirlo como un estado de ánimo por el cual un individuo se siente y vive de una forma determinada frente a sí mismo y ante el mundo. En suma, un modo de ser que tiñe con su tonalidad cualquier manifestación de la persona. “Todos nosotros poseemos un carácter propio e individual, integrado por nuestras preferencias, nuestras apatías, nuestras ideas, pensamientos, deseos, ambiciones, la forma en que tratamos a los demás, etcétera”, escribió Bach.
Este patrón de estado de ánimo se estructura en una personalidad que tiene marcas originales –el alma elige el tipo más adecuado para la lección que tiene que aprender–, y al respecto, en Libérate a ti mismo Bach expresa: “Dios ha otorgado a cada uno de nosotros, como derecho de nacimiento, una personalidad muy propia; también nos ha dado una tarea específica para realizar, que nadie más puede hacer, y un camino particular a seguir, que nadie debe interferir”. Y observa más adelante: “Lo único que tenemos que hacer es preservar nuestra personalidad, vivir nuestra propia vida, ser los capitanes de nuestro propio barco, y todo estará bien”. Esto implica que si se deja que las “influencias mundanas interfieran sobre nuestra auténtica individualidad”, la estructura correcta para hacer el trabajo que haya que hacer, aprender lo que haya que aprender y seguir el sendero adecuado se distorsiona y pierde su valor como herramienta para la labor del alma. La personalidad se ha descarriado y entra en conflicto con los mandatos del alma. Y esto es lo que encontramos en la clínica, no la verdadera personalidad en estado “original” sino una organización que se ha desviado (distorsionado, deformado, desfigurado, retorcido, encubierto). Si fuera lo contrario (la personalidad preservada –resguardada, salvada, conservada, original, auténtica–), la persona no tendría motivos para una consulta, porque su personalidad estaría en armonía con su alma y cumpliendo su función. ¿Por qué se desvía la personalidad? Porque se resiste al dolor y al esfuerzo que a veces le implica el aprendizaje del alma.
En otro texto, Seamos nosotros mismos, Bach insiste: “¿Ha pasado por tu mente alguna vez que Dios te ha dado una individualidad? Pues sí, él realmente lo hizo. Te ha dado una personalidad única, un tesoro que debes guardar para ti mismo”.
Si seguimos por este derrotero se puede agregar lo que Bach afirma acerca de que “Existen, por lo tanto, grupos definidos dentro de la humanidad, cada uno de los cuales desempeña su propia función, es decir, pone de manifiesto en el mundo material la lección específica que ha aprendido. Cada individuo de estos grupos tiene una personalidad propia bien definida, una tarea particular que hacer, y una forma determinada de llevarla a cabo. También existen causas de desarmonización, que a menos que nos aferremos a nuestra propia personalidad y a la tarea encomendada, pueden reaccionar sobre el cuerpo en forma de enfermedades. […] El secreto de la vida consiste en ser fieles a nuestra personalidad, en no sufrir interferencias de influencias externas. […] Los remedios nos ayudan a mantener nuestra personalidad”.
De manera que si la personalidad se descarría1 esto da lugar a la enfermedad (como un correctivo) y los Doce Curadores (dado que Bach en las citas precedentes está hablando en ese contexto) tienen la finalidad de restaurarla en su forma de ser original, alejando las interferencias e influencias ajenas. Ocurre, muchas veces, que estas tales circunstancias distractivas se han congelado como un rasgo caracterológico en el sujeto y confunden al observador y lo llevan a diagnosticar como atributo de la personalidad algo ajeno a ella. La estabilidad de una pauta no la convierte en rasgo de personalidad. Desde la Terapia Floral, no hay razón suficiente para pensar a esta pauta como una cualidad de la personalidad, dado que en Bach este concepto alude a algo distinto de lo que habla la psicología. Para esta ciencia, la personalidad es fruto de una convergencia de disposiciones y experiencias (especialmente de identificaciones con las figuras significativas de la infancia) y en cambio para la doctrina basada en las enseñanzas bachianas es un sello, marca o traza que Dios nos regala y que el Alma elige. Regalo y elección concordantes con una necesidad de aprendizaje, una misión que cumplir y un camino que transitar.
Para Bach el diagnóstico de personalidad tenía una función muy significativa, al punto que comenta, entre muchas otras citas similares, que “en el tratamiento es esencial diagnosticar el tipo de persona y la virtud que intenta perfeccionar […]”.
Y esto nos conduce al diagnóstico de lección, que es específicamente floral, y en él se expresa, en términos de flores, la tarea que cada persona vino a aprender en esta vida y el aprendizaje que debe realizar.
Existe una vinculación muy estrecha entre este tipo de diagnosis y la teoría de Bach de los defectos y virtudes, que expusiera en varios de sus textos. De ellos se desprende el hecho de que en cada encarnadura los seres humanos venimos al mundo realizar un aprendizaje pequeño pero significativo, paso a paso pero progresivo, y como resultado del mismo el alma avanza en su proceso hacia la perfección (“En este mundo todos estamos en el mismo sendero hacia la perfección”). Tal concepto implica que el alma es imperfecta (incompleta) y busca por medio de la experiencia del sendero de la vida progresar en el sendero de su evolución.