que luego de escuchar al paciente es necesario preguntar todas las cosas que no han quedado claras o no han sido aportadas en su relato.
Las preguntas deben ser abiertas, claras, concretas y sin rodeos, apuntando siempre a lo que queremos averiguar. Preguntar no es sugerir; es importante que las preguntas sean neutras, expresadas sin prejuicios y sin insinuar respuestas posibles. No debemos juzgar ni discutir lo que el paciente responde, solo aclarar más lo que sea necesario, hasta que el tema quede lo más nítido posible.
Comprender se refiere a la operación por la cual tratamos de darnos cuenta y explicar los procesos que llevaron al paciente al sufrimiento que padece y la lección que la enfermedad que porta le quiere enseñar.
Diagnosticar implica elaborar, a partir de todos los datos y la comprensión que hacemos de ellos, una hipótesis globalizante sobre la naturaleza de la situación, la historia, la personalidad y la lección, en términos florales.
Los pasos de una entrevista
Si bien esto no es algo rígido, la entrevista tiene varias fases: inicio, desarrollo y cierre.
En el inicio se crea el clima bajo el cual va a transitar el resto de la entrevista. En esta etapa no siempre es bueno identificar al paciente, saber quién es en términos de datos generales (nombre, domicilio, estado civil, etc.). Muchas veces, por el contrario, es mejor dejar que estos elementos surjan solos en el curso de la entrevista y, en caso de que alguno no aparezca, preguntar al final.
Las preguntas “¿en qué lo puedo ayudar?” o “¿qué lo trae por aquí?” sirven para comenzar la tarea de determinar el motivo de la consulta. En este punto es prudente atender a lo que el paciente dice y cómo lo dice, y poder detectar no solo lo manifiesto sino también los motivos inconscientes o desconocidos que lo traen. Si es necesario, una vez que ha explicado el porqué y el para qué ha ido a la consulta, se puede incentivar a que siga hablando, preguntándole cosas como: “¿Qué le parece si me habla de usted?, ¿qué le gustaría contarme?, ¿qué le gustaría compartir conmigo?”. Esto lleva a la segunda fase –desarrollo– donde los comentarios, como se indicó, siempre deben estar dirigidos a sostener el relato del paciente y no llevarlo a temas que puedan interesar al terapeuta pero que lo alejen de su discurso. Mientras el paciente habla es necesario observar mucho, escuchar mucho, ver las cosas sobre las cuales no habla o evita, frente a qué cosas reacciona o se emociona, entre otros aspectos.
El cierre en toda entrevista diagnóstica es una operación delicada, porque no debe hacerse solo cuando ya se averiguó lo que se quería saber: el paciente necesita hablar, contar, bajar su angustia. Además, el cierre debe ser contenedor, el paciente debe sentir que valió la pena haber hablado.
Por eso, todo cierre debe considerar una serie de intervenciones conducentes a lograr alcanzar estos objetivos mencionados. Entre ellas podemos mencionar:
a) repreguntas, en tanto al repreguntar se va dando una sensación de ir cerrando la entrevista y el paciente va percibiendo una cierta dirección o focalización temática;
b) contención, que es más una actitud general del terapeuta que una acción precisa y determinada, y que busca provocar en el paciente la certeza de que este es un lugar válido para hablar de sus problemas);
c) devolución, donde el terapeuta le comunica al paciente sus impresiones sobre sus padeceres, el significado que estos poseen, lo desvíos a los que aluden y los caminos que son necesarios transitar para alcanzar la salud. El paciente debe llevarse alguna respuesta que no sea un enigma de esfinge y saber qué viene de ahora en más, cuándo volver, qué hacer durante este lapso, etcétera.
Con respecto a la devolución, comenta Raúl Pérez:
Una estrategia que suelo utilizar en la devolución es “traducir” el significado de su receta floral al paciente, para que pueda apreciar que en la misma se encuentran sintetizados los temas de los cuales se habló durante la entrevista, de modo que sienta que ha sido comprendido. En el caso de que sean muchos los síntomas que lo aquejan, le señalo las prioridades que he decidido trabajar y, al mismo tiempo, le explico brevemente la posible evolución del tratamiento y algunas otras recomendaciones que fueran convenientes.
Tres preguntas claves de toda entrevista
En toda entrevista floral hay tres preguntas esenciales que ordenan todo el resto del interrogatorio: ¿quién es usted?, ¿qué cosas lo hacen sufrir? y ¿a dónde lo lleva todo esto?
No importa si están formuladas de este modo ni siquiera si se explicitan como tales. Lo importante es que constelan la totalidad de la vida del paciente en esos pivotes existenciales y permiten reseñar una historia y una situación en torno a ciertos ejes que dotan de sentido la comprensión clínica. Tampoco es indiferente cómo cada quien define quién es o por qué sufre o a dónde lo lleva su malestar. No resulta lo mismo que la persona diga ser un hombre activo y solidario, a que diga su nombre y edad, o que responda que no sabe quién es o qué cosas lo hacen padecer. Las formas de hablar son reveladoras de urdimbres emocionales y perspectivas creenciales, y pueden llegar a encarnar a la persona misma. De manera que es necesario detenerse no solo en el contenido sino en el estilo de las respuestas.
Qué se está buscando
Para centrar la búsqueda diagnóstica en el punto preciso que reclama la Terapia Floral hay tres áreas significativas sobre las cuales reflexionar.
La primera se puede situar en torno de la dialéctica de lo opuesto y lo semejante. En la homeopatía el trabajo clínico centra su atención en lo similar, en encontrar el remedio semejante a las dolencias del paciente. En cambio en la Terapia Floral la tarea es buscar lo opuesto, responderse a la pregunta de cuál es la virtud que se debe desplegar, que es contraria a lo que el paciente necesita curar. Bach lo plantea en reiteradas ocasiones: ver la adversidad para advertir tras ella lo mejor del paciente.
Sin duda alguna la cuestión de defecto y virtud configuran el plano de opuestos centrales de la labor de indagación, pero también hay otros; la dolencia principal, es decir los síntomas de los cuales (desde la conciencia) se queja el paciente o a los síntomas que no reconoce como tales o que considera que no son dignos de ser reportados o que no tienen relación con el caso, u opuesto a la estructura emocional sofocada que es el núcleo de la causa del padecer del paciente.
La búsqueda de lo opuesto merece algunas reflexiones. Por ejemplo, un paciente en un estado emocional Holly cuya energía de odio e indignación sofocada brota como hipertensión. Si nos ajustamos al principio bachiano de lo opuesto se podría preguntar cuál es la virtud opuesta al odio capaz de curar esa hipertensión, o si existe una sola posibilidad o un abanico. En este punto la situación a la cual se enfrenta el terapeuta es liminar, ya que para sanar esa emoción, para transmutarla, es necesario primero catalizarla, que el paciente la sienta no como alta presión sino como odio, bronca, ira, indignación.
El síntoma es lo opuesto a la emoción, y aplicar la ley de los opuestos es, en primer lugar, traer el afecto donde está el síntoma, pues el síntoma está en el lugar del afecto sofocado. Desarrollar la virtud complementaria en un síntoma se refiere siempre, en primer término, a una emoción.
Esta es la primera oposición real. Cuando el afecto aparece, cuando el afecto se hace vivencia, es el momento de interrogar lo que ese afecto quiere mostrar o enseñar. Recién en ese punto se va a poder decir cuál es la virtud a desarrollar en ese paciente que se opone a expresar libremente su indignación y odio. Esto muestra que aun en el modelo de defectos y virtudes, la clínica sigue siendo una herramienta imprescindible para dejar de actuar con una práctica lineal –que sería a tal defecto tal virtud–, coherente en término de la aplicación al campo de la personalidad pero no tan preciso en otros territorios más inmediatos.
La segunda cuestión es, justamente, la personalidad. De acuerdo con las citas de Bach mencionadas, al hablar de diagnóstico de personalidad es evidente la necesidad de apuntar la búsqueda de identificar tal dimensión, dado que solo en la restauración del original de la misma el alma podrá hacer su tarea correctamente. Ya lo dicho es suficiente e ilustrativo de este punto