Eduardo H. Grecco

Flores de Bach


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      II. El estado general del paciente

      Peso, talla, tipo constitucional, tipo somático, estado de alimentación, sueño, dinamismo, expresión (ansiosa, melancólica, etc.), estado de conciencia, temperatura, pulso, tensión arterial.

      III. Historia emocional del paciente

      La reconstrucción de la historia emocional del paciente es una tarea decisiva en el terreno de la terapia floral y habla de los diferentes lugares en donde este se encuentra detenido y atrapado, y señala qué defectos debe corregir, ya que las emociones que no se pueden enfrentar indican el carácter de la falla a trasmutar. Es natural que una vía para trabajar sobre el desapego sean las pérdidas, en toda su extensión, y la emoción con la cual se responde ante estas circunstancias sea la tristeza. Que una persona no pueda convivir con la pena, la aflicción, etc., y reprima estos afectos en lugar de sentirlos, o se quede fijado o indigestado en una depresión, muestra la dificultad que tiene para dejar atrás los apegos. Así se puede seguir el rastro de esta emoción a lo largo de una vida, estudiando todo tipo de oportunidades que puedan ser incluidas en el rubro de pérdidas, tales como separaciones, extravíos, muertes, penas de amor, frustraciones, fracasos, quebrantos, caídas…

      Pero además las emociones se despiertan y/o se aprenden en el seno de experiencias vinculares, y constituyen lo que de ellas no se ha podido elaborar, lo que de ellas se ha dejado pendiente. En cierta medida, su insistencia en retornar una y otra vez en la vida de alguien implica la necesidad de terminar de vivir algo que quedó incompleto. De manera que emociones y relaciones se espejan mutuamente y una da cuenta de la otra y viceversa.

      Claro está que la vida cordial de una persona abarca mucho más que el campo de las emociones. Existen sentimientos, pasiones, temples anímicos, instintos, tendencias, pulsiones, necesidades y otras expresiones que configuran el espacio dinámico de la personalidad y son otras tantas variables afectivas a considerar.

      Teniendo esto en cuenta, siguen algunas recomendaciones prácticas a la hora de construir la historia afectiva del paciente:

      a) no guiarse solo por lo que el paciente dice sobre sus afectos, dado que cada quien menciona las cosas a su saber y entender, y lo que cita con un nombre puede aludir, en realidad, a una cosa diferente. Por lo tanto hay que interrogar al paciente en profundidad por los afectos preguntando lo más posible para aclarar sus dichos;

      b) impulsar al paciente a que personifique lo más posible sus afectos en su cuerpo (¿En qué parte del cuerpo siente esa angustia, o ese miedo o esa ira?);

      c) recordar que la mayoría de los afectos se expresan de un modo encubierto, con máscaras, y muchas veces están solo dramatizados en el cuerpo; es necesario intentar descubrir que hay detrás de lo aparente y manifiesto;

      d) poner mucha atención a las diferencias y a los matices en la expresión de los afectos, ya que allí puede estar la clave;

      e) tratar de relacionar sucesos de la vida del paciente con modos de respuesta afectiva, a fin de intentar establecer pautas de reacción emocional propias y particulares;

      f) los afectos, en cualquiera de sus manifestaciones, raramente aparecen en estado puro, por lo cual es obligado realizar una descripción muy puntual de los mismos para poder aclarar su verdadero origen y naturaleza.

      2. Examen semiológico

      Se trata de investigar con criterio clínico el estado de los diversos sistemas psicofísicos del sujeto, y averiguar si presentan alteraciones anómalas de alguna naturaleza. La presencia de variaciones significativas en alguno de ellos, que se presumen perturbaciones del equilibrio natural, y un entendimiento emocional de lo que estas implican, facilita realizar ciertos acercamientos diagnósticos más precisos y globales sobre el malestar que aqueja a la persona que consulta.

      El terapeuta floral no es médico, y aunque lo fuera enfoca su mirada sobre el cuerpo desde una perspectiva diferente a como lo hace este profesional de la salud. Los sistemas físicos, por ejemplo, son considerados sistemas emocionales; cada órgano, glándula o víscera es una organización afectiva, y dado que se piensa el soma como trabajando analógicamente con la emoción y viceversa, la información que pueda recolectarse sobre el cuerpo resulta una buena herramienta para complementar otras fuentes de datos del paciente.

      En este territorio, el trabajo de la bioenergética, la psicosomática dinámica y la lectura emocional del cuerpo (fonología corporal) proveen de conceptos e instrumentos adecuados para la labor floral, ya que sus edificios teóricos están sustentados en formas de comprensión de la relación emoción-cuerpo cercanas a la teoría de las signaturas. Por eso no hay que excluir de la historia clínica floral la lectura del cuerpo sino transformarla en corporalidad, es decir, mirar al organismo biológico como parte de la personalidad, como algo vivo, subjetivo, cargado de afectos y biografía y como una estructura de lenguaje que habla por medio de sus formas, funciones y síntomas, a punto que es posible decir que la arquitectura y fisiología del cuerpo poseen una verdadera intencionalidad afectiva.

      LA PATOBIOGRAFÍA

      La patobiografía es una herramienta con la cual se busca correlacionar la vida del sujeto con la historia de sus síntomas. Esto permite: a) ir estableciendo algunos nexos significativos en términos de qué cosas suceden y qué respuestas, en términos de síntomas, el paciente articula entre sí, y b) observar la génesis del enfermar del paciente. Esto implica sustentar la idea de que la enfermedad es transformación en el doble sentido de a) cambio constante y b) más allá de las formas. Es decir que la enfermedad varía con el correr del tiempo en sus manifestaciones aparentes, pero tras ellas se esconde una esencia permanente que la define.

      Escribir una biografía de lo patológico (que de eso trata la patobiografía) supone incluir la subjetividad de quien le da posibilidad de encarnar a la enfermedad como tal, de forma que síntomas e historia, enfermedad (tomada como objetividad) y subjetividad puedan ser vistos como dos caras de una misma moneda.

      Pero además de la subjetividad, la patobiografía requiere tener en cuenta los conceptos de tiempo y duración, no como realidades físicas o biológicas sino como aspectos psicológicos e históricos. Reflejar una cronología cruzada entre síntoma y eventos no necesariamente permite la intelección de la génesis de una enfermedad ni las conexiones psíquicas de su nacimiento, ni garantiza que se halla podido llegar al nudo central de una biografía. Por el contrario, en muchas circunstancias esto hace que se oculte la verdad, salvo que solo se pretenda una explicación mecánica de la vinculación entre historia y enfermedad que deje de lado el hecho cierto de que los síntomas que el paciente padece no solo son monumentos conmemorativos de situaciones traumáticas (Freud), sino presencia de vidas simultáneas que coexisten en la realidad del ahora de esa persona en una trama que trasciende toda homogeneidad temporal. Recordemos que en el alma y el inconsciente no hay tiempo, todo es un eterno ahora. De tal manera que lo que sucedió cronológicamente hace diez años hoy puede estar vivo y activo. Veamos.

      Hay importante reflexionar sobre el hecho de que no es lo vivido sino lo no vivido (lo que ha quedado pendiente en la vida) lo que es activo y causa del enfermar. Son pocos los autores –Sigmund Freud, Viktor von Weizsäcker, Luis Chiozza, José Luis Cabouli, entre otros– partidarios de esta afirmación, que contraría lo habitualmente enseñado en la clínica, y de sus aportes es tributaria, en parte, la teoría que he desarrollado sobre los atrapamientos emocionales como base del origen de los síntomas. Llevado esto al terreno de la patobiografía, la consecuencia inmediata resulta ser que esta construcción solo provee auténtico sentido cuando en ella se hace evidente la eficacia de lo no vivido como fuerza generadora del malestar y la enfermedad.

      Pero esta marcación no basta sin contemplar otra propuesta adicional. No solo hay que referir la trama de lo no vivido, sino acercar al desarrollo de la historia patobiográfica de una persona la dimensión de lo imprevisto –inesperado, inopinado, impensado, sorprendente, milagroso, imprevisible, impróvido, fortuito, imposible– que remite al tema de la libertad. Es decir que jamás podremos comprender plenamente a un hombre y a su enfermedad en la medida en que no lo veamos, también, como ser libre