“Dado que la falta de individualidad (es decir, permitir la interferencia ajena sobre nuestra personalidad, lo que impide cumplimentar los mandatos del Yo Superior) es de tanta importancia en la producción de la enfermedad, y como con frecuencia comienza muy temprano en la vida […]”. (La negrita es mía)
II. Instrumentos diagnósticos
“El sanador debería reconocer en los enfermos que su enfermedad se debe a la pérdida de la expresión espiritual como resultado de restringir su misión divina a causa de los pensamientos e influencias de las personas que los rodean”.
Edward Bach
Vamos a referirnos a tres grandes herramientas para el trabajo de investigación diagnóstica: la entrevista, la historia clínica y la patobiografía. Cada una de ellas posee sus propias cualidades, pero las tres tienen en común el ser experiencias de indagación “entre-dos”, que en su desarrollo requieren una participación activa tanto del paciente como del terapeuta y conforman una totalidad en la cual funcionan como eslabones de mutua complementación. Las respuestas, observaciones y relatos que por medio de estos procedimientos se logran pesquisar convergen en la construcción de una cierta imagen del paciente, provisional y exploratoria, que posibilita la posterior labor prescriptiva y terapéutica. Por su parte, el paciente alcanza, en estos actos, el beneficio de poder repensar su historia y sus conflictos y darse cuenta de los reales poderes que lo atan a la enfermedad.
Todos estos ingenios clínicos tienen una fuerte dosis de ritual, de ceremonia pautada y ordenada, que en el imaginario colectivo señalan –tal como lo hace cualquier otro ritual– el inicio de los principios y finales, enlaces y desenlaces de nuestra vida. Son manifestaciones exteriores de vivencias internas de iniciación, como si se emprendiera un viaje hacia un territorio desconocido a buscar respuesta a ciertas preguntas: ¿quién soy yo?, ¿qué me hace sufrir?, ¿cómo puedo curarme? Un recorrido donde habrá encuentros, despedidas, muertes, renacimientos y transformaciones.
Muchas veces se los ha convertido en formas huecas, actividades burocráticas sin sentido real, una norma que cumplir, una casilla de un formulario a llenar. De este modo se les hace perder toda su significación creativa y terapéutica; pero esa esterilización no es responsabilidad del instrumento sino de quien lo usa. Así, la idea a tener en cuenta es que los recursos técnicos son el medio de una intención, y dependiendo de cuál sea esta, en la conciencia del terapeuta será el valor que los alienta, la resonancia que puedan generar y los beneficios que brinden.
LA ENTREVISTA
La entrevista es, esencialmente, una relación. No tiene como objetivo primario el conocimiento de datos sobre el paciente sino la tarea de establecer un encuentro. Aun en la entrevista diagnóstica (cuya función básica parece ser el recabar información), la labor crucial del terapeuta es establecer un contacto cercano con el paciente, es decir, construir un espacio empático dentro del cual las confidencias allí volcadas cobran sentido curativo. Cuando este clima se ha podido generar, la indagación sobre la vida y obra del paciente resulta plena y fructífera, dado que la totalidad de su mundo queda revelado en el diálogo. La vibración simpática con el universo personal del paciente es el eje primordial e indispensable de la intención terapéutica y de ninguna manera puede considerárselo como un fenómeno eventual y contingente.
La concordancia o discordancia entre paciente y terapeuta que puede concretarse en la entrevista forma parte de una dinámica más abarcativa: la de los vínculos humanos. En el territorio de la Terapia Floral este proceso no se sitúa solamente en el nivel de los aspectos psíquicos y/o sociales, sino que se funda en la coincidencia o discrepancia de almas, ya que desde esa mirada todo encuentro implica la posibilidad de una participación activa del alma en los caminos que recorre la personalidad. Esto es, que el alma del paciente lo ha conducido ante la presencia del alma del terapeuta, que no hay encuentros casuales y menos uno de esta naturaleza.
Sin embargo, las ansiedades y miedos del terapeuta pueden actuar como un límite a esta posibilidad y disminuir o destruir el logro de este fin. En esta dirección, se hace significativo el trabajo que el terapeuta haya hecho sobre sí mismo para resolver sus conflictos e impedimentos y desplegar su capacidades, habilidades y talentos personales como sanador.
La experiencia central del nosotros terapéutico es una vivencia que solo puede ser lograda si se está accesible a que ella ocurra. No requiere esfuerzo, pero sí una cierta disposición y una especial solicitud para permanecer allí, comprometidamente, sin distorsionarla y reducirla a una cuestión técnica. Cuando esta disposición está bloqueada el terapeuta debe ser capaz de trabajar sobre las dificultades que le impiden estar abierto a una participación coexistencial en la vida del paciente que le dé la adecuada dimensión, no para explicar sus problemas sino para comprender su dolor.
Las características de la entrevista floral
En este marco, donde el proceso que realmente importa es la relación en sí misma y no el protocolo dentro del cual esta se desenvuelve, la directriz para llevar a cabo una entrevista clínica, del tipo que se corresponde con el trabajo floral, podría inicialmente ser que se desarrolle un diálogo abierto, profundo, a solas y sistemático.
El carácter de no dirigida (abierta) que tiene la entrevista implica la propuesta de arranque de dejar hablar al paciente, el verdadero protagonista de este acontecimiento, y únicamente intervenir para sostener su discurso. No cambiar de tema, no cortar el relato, seguir el hilo de la narración hasta que esta se agote y caiga por su propio peso.
Es cierto el dicho “el pez por la boca muere”, pero además hay otro argumento para insistir en que la primera entrevista sea abierta: la forma en cómo, de manera libre, el paciente va presentando su relato tiene significación propia. Los temas que elige, sobre los que insiste, los que evita y la secuencia de aparición de situaciones y personajes tienen valor por sí mismos.
Al mismo tiempo la entrevista debe ser profunda, tratando de llegar a capturar los entretelones emocionales en los cuales la persona se encuentra atrapada, el argumento de su historia, sus marcos creenciales, sus deseos y anhelos inconscientes, las repeticiones y sufrimientos que no puede soltar, los traumas que no ha logrado elaborar, pensando todo esto en términos de las palabras de Bach: “Solo juzgamos los defectos, las faltas y las circunstancias adversas de un paciente como indicaciones de la virtud que está intentando desarrollar. En oposición a esto, necesitamos buscar seriamente el bien positivo, debemos descubrir una virtud, en especial una virtud predominante, que nuestro paciente tiene cuando manifiesta lo mejor de sí para darle el remedio que hará que esta virtud crezca tanto que acabará expulsando los defectos de su naturaleza”.
Que se recomiende a solas alude a dar al paciente un contexto adecuado para que pueda brindarse sin condicionamientos en su relato, sin la interferencia de otros que puedan limitar o influir en su decir. También es cierto que, en algunos casos, la presencia de otra persona ligada al paciente puede dar información diagnóstica adecuada, pero en general es conveniente realizar una entrevista del terapeuta a solas con el consultante, para escuchar sus declaraciones sin intermediación alguna.
Lo de sistemática implica situarse ya en los recorridos posteriores al segmento de narración libre del paciente, en los cuales se abre el camino a un interrogatorio dirigido para investigar aquellas áreas en las cuales se necesita mayores pistas y averiguaciones.
La entrevista diagnóstica
La entrevista diagnóstica es, entonces, un encuentro creador, en el cual terapeuta y paciente, en una relación asimétrica y en un diálogo libre, van generando un espacio de intercambio, apoyo y confianza que permite encontrar y desgranar las razones por las cuales un sujeto sufre y padece.
En toda entrevista diagnóstica el terapeuta observa, interroga, escucha, comprende, y finalmente realiza una evaluación presuntiva sobre y a partir de todos los antecedentes que ha logrado reunir.
Observar la conducta implica poner atención en todas las manifestaciones visibles del paciente, su postura, forma de hablar, de vestir, gestos, reacciones