Cf. Pap. VIII, 2 B, pp. 1-3.
6. Cf. SKS 20, p. 194, Journalen NB2: 138 (1847).
7. Cf. SKS 20, p. 264, Journalen NB3: 38 (1847).
8. Cf. SKS 21, p. 47, Journalen NB6: 64 (1848).
9. Cf. SKS 22, p. 148, Journalen NB12: 5 (1849).
10. Cf. Pap. X, 6 B, p. 63; Pap. XI, 3 B, p. 1; Pap. XI, 3 B, p. 4, y Pap. XI, 3 B, p. 6.
11. Cf. R. L. Perkins, «Introduction», en International Kierkergaard Commentary. The Book on Adler, p. 1, Mercer UP, Macon, 2008.
12. Cf. SKS 25, p. 214, Journalen NB28: 3 (1853).
13. G. Steiner, «Introduction», en S. Kierkegaard, On Authority and Revelation: The Book on Adler, or a Cycle of Ethico-Religious Essays, trad. de W. Lowrie, Princeton UP, 1955, p. xviii.
14. Cf. Pap. VIII, 2 B, pp. 1-3; Pap. VIII A, p. 252.
15. J. Hohlenberg, Søren Kierkegaard, Hagerup, Copenhague, 1940.
16. S. Cavell, «Kierkegaard On Authority and Revelation», cit.
17. P. Peñalver Gómez, «Kierkegaard», en J. L. Villacañas (ed.), La filosofía del siglo XIX, EIAF 23, Trotta/CSIC, 2001, pp. 124-125.
18. De los papeles de alguien que todavía vive. Sobre el concepto de ironía, trad. del danés de D. González y B. Saez Tajafuerce, Trotta, Madrid, 2006 (Escritos de Søren Kierkegaard, 1).
19. La repetición. Temor y temblor, trad. del danés de O. Parcero y D. González, Trotta, Madrid, 2019 (Escritos de Søren Kierkegaard, 4/1).
20. La época presente, trad. del danés de M. Svensson, Trotta, Madrid, 2012.
21. Discursos edificantes, cit.
22. George Steiner llega a afirmar que, con su análisis de la figura de Adler, Kierkegaard es uno de los autores que mejor ha profundizado en la psique humana junto a Dostoievski y Nietzsche. Cf. G. Steiner, «Introduction», cit., p. xxiii.
23. Cf. Pap. X, A, p. 551.
[91] PREFACIO
Lo esencial de este libro solo podrá ser captado por entendidos en teología y, entre estos, solo interesará a aquel individuo que (en lugar de darse importancia y criticarme por el hecho de haberme atrevido a escribir un libro tan voluminoso sobre el profesor Adler) se entregue a la lectura con esfuerzo y, de ese modo, descubra hasta qué punto Adler es el objeto de este texto y hasta qué punto nos sirve para arrojar luz sobre nuestra época y para sostener ciertos conceptos dogmáticos; en definitiva, hasta qué punto se presta aquí la misma atención tanto a nuestra época como al propio Adler.
Lo que me gustaría decir en un prefacio (como no escribo en ningún periódico ni en ninguna revista, utilizaré el prefacio para exponer algunas observaciones banales) sobre la relación literaria entre escritor, lector y crítico, he tenido la suerte de encontrarlo ya expuesto, mejor y con mayor precisión de lo que yo podría hacerlo, por un hombre al que siempre he venerado: el viejo Fichte1; en un sentido amplio, un hombre; en un sentido elevado, un genio; en un sentido clásico griego, un pensador. Lo que dijo sobre este asunto bien puede ser necesario repetirlo en nuestra época. Además, la circunstancia de que lo dijera hace casi cincuenta años2 quizá permita que sus palabras sean escuchadas. El hecho de que quien habla ya haya fallecido tiene cierto poder balsámico que debería hacer al lector más receptivo al duro argumento de que si el mundo actual está equivocado también lo habrá estado durante los últimos cincuenta años.
Cuando alguien que todavía vive se dirige a sus contemporáneos, puede verse tentado a plantear que el mundo anteriormente iba bien, pero que se ha echado a perder en catorce días. De ese modo solo conseguirá que sus contemporáneos se mortifiquen, y con razón, puesto que indudablemente el mundo es más o menos igual de próspero, o más o menos igual de decadente que siempre. «Un vistazo a nuestros días», «un retrato del presente», «una interpretación de nuestra época» y otras expresiones por el estilo son fáciles de explotar a través de la retórica. El orador o escritor organiza el discurso (como bien saben hacerlo los más brillantes) con el fin de producir cierto efecto sobre el instante [92] sin preocuparse por trasladar una concepción sólida y firme sobre su época, ni siquiera por reflexionar sobre si la tarea pudiera resultar demasiado grande.
Un predicador que desee seducir a su parroquia dirá: «Podemos decir en honor a nuestra época, y es algo que no se puede pasar por alto, que una nueva vida ha comenzado a agitarse, que cada vez serán más y más, etcétera». Pero al domingo siguiente añadirá despotricando: «¿Será que la corrupción de nuestra época aún no ha llegado a su grado máximo?, ¿será acaso que aún podemos alcanzar cotas más altas de frivolidad?», etcétera. Todas estas diferentes apreciaciones se presentan en ocasiones simultáneamente en un mismo texto, y quien permanezca algo atento a la lectura cerrará atónito el libro y pensará: «Dios sabrá en qué época vivió realmente esta persona».
Por eso es mejor dejar hablar a los difuntos. Cuando un pastor se plantee predicar sobre la opulencia de nuestra época y, por casualidad, el sábado por la tarde tropiece con un sermón de 1718 sobre el mismo tema, creo que servirá mejor a sus feligreses si se limita a leer dicho texto que si habla por sí mismo. La cuestión principal no es que alguien tenga derecho a despotricar y los demás deban soportarlo, la cuestión es que todos y cada uno de nosotros nos hagamos más sabios. Cuando un muerto habla de algún modo nadie habla y por esa misma razón todos estamos dispuestos a escucharlo.
El pasaje se encuentra en este texto: Nicolais Leben und Meinungen, Obras completas, vol. 8, p. 75 (anexo 3 del capítulo 2)3.
Copenhague, enero de 1847
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