Sharon Kendrick

El anuncio del jeque


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Caitlin, admitiendo las limitaciones que tenía en la crianza de Cameron. Su hijo nunca había salido de Escocia. Ella quería protegerlo del mundo y de la gente. Protegerlo del lado duro de la vida.

      ¿Y no era cierto que había pensado que, si se mantenía escondida, no se encontraría con un escenario como aquel?

      –No, nunca ha estado allí.

      –Entonces, decidido. Estoy seguro de que le parecerá emocionante, y habrá muchas cosas para entretenerlo –sonrió brevemente–. Lo organizaré para que vengan a recogerte en mi avión.

      Caitlin pestañeó. ¿Tenía su propio avión?

      Por supuesto, ¿pensaba que el rey de uno de los países más ricos del mundo haría cola en un aeropuerto como la gente corriente?

      –Eres muy amable –repuso ella–, pero soy capaz de llegar a Londres por mi cuenta.

      La miró de arriba abajo fijándose en la ropa que llevaba. Un jersey, una falda de punto hasta la rodilla y unas medias de lana grises.

      –Aunque no con un poco más de estilo, ¿verdad?

      Caitlin se sintió molesta al oír su comentario. La última vez que se vieron, él no hizo ningún comentario acerca de su ropa. Había estado más preocupado por quitársela que por ofrecer una crítica sobre moda. No obstante, ella no debía ir por ese camino. Iba a resultarle muy difícil gestionar sus emociones sin recordar cómo se había sentido entre los brazos de Kadir mientras él la besaba de forma apasionada.

      –Creía que venía a una entrevista de trabajo como fotógrafa. Y por lo que sé, sujetar una cámara cuando hace un tiempo desapacible requiere ropa cómoda y no elegante –comentó–. Respecto al viaje a Londres, me gustaría que Morag me acompañara. Si es que puedo convencerla de que haga el viaje.

      –¿Quién es Morag? –preguntó él, frunciendo el ceño.

      –Es una enfermera retirada que me conoce desde que yo era pequeña. Ahora cuida de Cameron mientras yo estoy trabajando.

      –¿Y con qué frecuencia sucede eso? ¿Cada cuánto has de dejar a nuestro hijo en manos de esa señora?

      Era una acusación injusta y su tono posesivo era un poco preocupante, pero Caitlin decidió que estaba enfadado y que la gente decía todo tipo de cosas cuando se enfadaba. Respiró hondo y lo miró con calma.

      –Nunca lo dejo a menos que sea completamente necesario. Nunca acepto cualquier trabajo, ya que estoy tratando de crearme una buena reputación. Trabajo mucho para una agencia, a través de la que supongo has conseguido citarme en este hotel con la promesa de una oferta laboral. Una oferta que no existe, ¿verdad, Kadir?

      Él negó con la cabeza a modo de respuesta. Cuando sus miradas se encontraron, ella vio un brillo en sus ojos que sus espesas pestañas no pudieron ocultar. ¿Se había imaginado el suspiro que parecía había escapado de sus labios y que provocó que ella recordara cómo se había sentido cuando él la besó? De pronto, un montón de recuerdos invadieron su mente sin que ella pudiera hacer nada por mantenerlos bajo control.

      Se preguntaba si él había pensado alguna vez en las circunstancias en las que se habían conocido. Ella estaba tratando de capturar la imagen de un águila real y, después, él le comentó que nunca se había quedado cautivado por el cuello de una mujer. Ni por su trasero. Al parecer, él pensaba comprar la enorme finca que ella estaba fotografiando, pero la venta nunca se realizó. Caitlin se preguntaba si él la habría comprado si él no la hubiera conocido, o si su infidelidad le había dado cargo de conciencia y por eso había cambiado de opinión. Sin duda ella era la última persona con la que él desearía encontrarse. Caitlin puso una sonrisa de amargura. A menos que no solo hubiera tenido una aventura extramatrimonial con ella.

      –Por supuesto que el trabajo no existe –dijo él, con frialdad–. Prepara a Cameron para salir mañana a primera hora. Una de mis asistentes irá a buscaros para acompañaros a Edimburgo –hizo una pausa–. ¿Qué vas a decirle, Caitlin? ¿Cómo vas a explicarle a mi hijo quién soy yo?

      –Todavía no lo he decidido. Tengo que pensarlo.

      –¿Sabe quién es su padre?

      –No –negó con la cabeza–. Nunca lo ha preguntado.

      –¿Estás segura?

      –¡Sí! Lo prometo.

      Caitlin vio que él suspiraba despacio.

      –¿Cómo puedo creerte? ¡A pesar de que pongas la mano sobre tu corazón!

      –Me creas o no, ¡es la verdad!

      Él la miró con ojos entornados.

      –Ven preparada para pasar varias noches.

      –¿De veras es necesario?

      Él soltó una carcajada.

      –Ay, Caitlin, ¿de verdad eres tan corta de vista? Crees que estoy preparado para un encuentro corto? ¿Cómo si fuera una cita con el dentista? ¿Que me bastarían unas horas para conocer al niño que acabo de descubrir que existe?

      Ella no había pensado en ello. Todo había sucedido tan deprisa que se sentía mareada. Y estaba más asustada que antes. Asustada por el poder de Kadir y su potencial para destrozar su vida, pero también por la manera en que él podía hacerla sentir. ¿Cómo era posible que después de todo ese tiempo, ella reaccionara ante él de una manera inadecuada? Su cuerpo había reaccionado bajo su mirada, de una manera que no había reaccionado desde la última vez que él la había mirado. Era como si sus sentidos hubiesen permanecido dormidos todo este tiempo, como los bulbos que permanecen bajo la tierra durante el invierno esperando a despertar bajo los rayos de primavera.

      Él la miraba con arrogancia y posesividad y, al experimentar una ola de calor recorriendo todo su cuerpo, ella se percató de que estaba mirando a Kadir Al Marara como si nunca lo hubiera visto antes.

      Se fijó en la sombra de su barba incipiente y se preguntó si se afeitaría a menudo. No lo sabía. Igual que no sabía qué le gustaba desayunar, o cómo pasaba los días. No sabía nada acerca de sus padres y muy poco acerca de su difunta esposa. Su esposa, recordó ella con amargura. La mujer con la que estaba casado el día que le bajó la ropa interior y se rio de placer al descubrir que tenía húmeda la entrepierna. El recuerdo provocó que se avergonzara por haberlo hecho y por seguir reaccionando al pensar en ello.

      «Este hombre no es más que un desconocido», pensó. «Puede que tenga un hijo suyo, pero yo a él no lo conozco. Ni él a mí. Para él solo soy una mujer con la que se acostó en un pequeño pueblo escocés».

      Una mujer que lo abrazó y murmuró contra su boca:

      –Por favor… Por favor…

      Caitlin se estremeció y deseó que aquel encuentro no hubiese sido más que una pesadilla.

      Aunque no habría sido justo para Cameron, ¿no?

      No podía continuar ocultándole la verdad sobre su padre, por mucho que ella deseara hacerlo. Ella se había criado sin padre y sabía muy bien el gran vacío que había tenido en su vida. ¿Deseaba lo mismo para su hijo?

      Se preguntaba si sus pensamientos se estaban reflejando en su rostro y por eso Kadir le estaba dirigiendo esa gélida mirada.

      –Hay algo más de lo que necesitamos hablar, Caitlin –añadió–. Por si acaso estabas planeando desaparecer, te aconsejo que no lo hagas. No solo sería una pérdida de tiempo, sino que me harías enfadar y eso nunca es buena idea. Además, vayas donde vayas con mi hijo, te aseguro que te encontraré.

      Capítulo 3

      CAITLIN sentía el pulso acelerado cuando salió del hotel para dirigirse a la terminal del ferry que la llevaría de regreso a la pequeña isla donde vivía. Durante las pocas ocasiones que iba a la ciudad solía pasear para mirar los escaparates y tomarse un chocolate caliente con nata y