Sharon Kendrick

El anuncio del jeque


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pensamientos invadieran su cabeza al contemplar Cronarty en la distancia. Ella había nacido en aquella isla y había visto a su madre perseguir sus sueños en ella. Unos sueños que después fueron machacados una y otra vez, dejando a su madre destrozada. Caitlin había aprendido a asimilarlo sin mostrar sufrimiento, ni siquiera cuando el dolor resultaba insoportable. Y aunque se había alegrado de marcharse a la ciudad cuando terminó todo, Cronarty había sido el único lugar al que deseó volver cuando descubrió que estaba sola y embarazada. La isla le parecía un lugar seguro, con sus acantilados y playas maravillosas contra las que rompían las olas del Atlántico.

      Sin embargo, de pronto ya no le parecía un lugar seguro.

      Ella negó con la cabeza, como si así pudiera disipar el recuerdo del jeque, pero su imagen estaba bien arraigada en su mente.

      Al bajarse del ferry, Caitlin comenzó a caminar hacia su casa. A veces, Morag llevaba a Cameron hasta el barco para recibirla, pero ese día no la esperaban hasta más tarde. ¿Qué diablos iba a decirles? ¿Cómo podría explicarle a la niñera sensata de su hijo que el padre era un poderoso jeque del desierto con el que tuvo una aventura de una noche? ¿Y más importante todavía, cómo iba a decírselo a Cameron? Se mordió el labio inferior. Ella no le había mentido. Nunca. Siempre le había respondido a las preguntas que él le había hecho. Aunque no eran muchas. El pequeño estaba muy ocupado jugando a la pelota o bañándose en el agua helada de mar como para prestar mucha atención a sus antepasados. Los niños de esa zona rural no jugaban con tabletas ni con teléfonos móviles. ¡Si ni siquiera tenían un televisor!

      Y en Cronarty existía la lealtad, así que cuando Caitlin Fraser regresó a la isla embarazada, nadie le preguntó quién era el padre. En cierto modo, vivir allí era como vivir en una cápsula donde no pasaba el tiempo. Cameron no había comenzado el colegio en la península, así que podía tener una infancia tradicional de la isla. Y sí, ella estaba segura de que la gente se preguntaba por qué Caitlin Fraser, siendo de piel clara, tenía un hijo de piel bronceada y cabello oscuro. Sin embargo, nunca se lo habían preguntado.

      ¿Y entonces?

      Caitlin miró al cielo y se fijó en las nubes que cubrían el horizonte.

      Entonces, el mundo exterior estaba a punto de irrumpir en la tranquilidad de su vida. Su hijo descubriría que su padre era uno de los jeques más poderosos del desierto y, al día siguiente, volarían hasta Londres para conocerlo. ¿Cómo podía haberse imaginado algo así?

      Durante años se había sentido culpable al pensar que Cameron no tenía una figura paterna en su vida, un sentimiento de culpa que se aligeraba cuando recordaba que Kadir estaba casado y que los hombres eran capaces de grandes engaños. No obstante, la esposa de Kadir había fallecido. Ya no existía motivo por el que su hijo pudiera mantenerse apartado de su padre. Ni siquiera servía su propio sufrimiento por haber sido engañada de esa manera

      Al ver su casa en la distancia, Caitlin se estremeció. De pronto, no era su casa lo que estaba viendo sino un paisaje completamente diferente. Un paisaje sin árboles y con montañas distantes. Y una mujer que soñaba con convertirse en una exitosa fotógrafa y cuya vida estaba a punto de cambiar por completo.

      Ella se había apoyado en una verja para estabilizar su mano mientras esperaba para sacar una buena foto del águila real que volaba en círculos sobre su cabeza. Tenía perfectamente enmarcada la toma cuando se oyó una voz exótica que provocó que él águila se apartara. Caitlin se giró para protestar, pero al ver al hombre que había hablado se quedó sin habla.

      ¿Quién no iba a quedarse sin habla al encontrarse frente a un hombre como Kadir Al Marara? Un hombre que acababa de salir de la nada. Un hombre alto, de cabello oscuro y piel bronceada, cuya mirada tenía una expresión irreconocible y que ella pensó que estaba encantada. Fue después cuando se percató de que igual tenía razón. Él la miró un instante, y ella se sintió como si llevara toda la vida esperando a que un hombre la mirara de esa manera.

      –La he molestado –había comentado él.

      –Sí. Ha espantado al águila.

      –Volverá –su tono era de seguridad, y Caitlin se quedó fascinada por su acento exótico. Cuando hablaba, parecía poesía.

      –Entonces, ¿conoce bien a las águilas? –le preguntó ella con curiosidad.

      Él se encogió de hombros y ella se fijó en como la musculatura de su pecho se notaba bajo su chaqueta, y dejó de importarle si él era un ornitólogo experto o no.

      –Sé mucho acerca de halcones, ya que tenemos muchos en mi país. Todas las aves de presa tienen comportamientos parecidos.

      –Y ¿qué país es ese?

      –Xulhabi –contestó arqueando las cejas.

      –No he oído hablar de él.

      Él sonrió.

      –Poca gente ha oído hablar de ese lugar.

      No había sido un comienzo convencional, sin embargo, había mucha tensión en el ambiente. Caitlin deseaba que él la tocara. Que le acariciara el cabello y la besara en los labios. Aunque trató de convencerse de que no estaba bien sentirse de esa manera hacia un extraño, no fue capaz de apartarse de su lado. Ni siquiera recordaba de qué habían hablado, solo que le había parecido la mejor conversación de su vida. Finalmente, Caitlin miró el reloj y dijo que tenía que ponerse en marcha ya que tenía que ir hasta Edimburgo en coche. Él le ofreció quedar a cenar a mitad de camino. Conocía un sitio…

      Caitlin también lo conocía. Era un lugar famoso por su comida y sus maravillosas vistas. Ella recordaba que había comentado que era imposible conseguir una mesa con tan poca antelación, pero, por supuesto, él la consiguió. Era un jeque, ¿no? Un hecho que él no le contó durante la cena, ni durante la excitante noche que habían compartido. Ella sí recordaba que cuando llegaron a la habitación le pareció que él se arrepintió por un instante. Su manera de dar un paso atrás y la forma de mirarla debían de haberle servido de advertencia.

      –He de irme –le dijo él.

      Caitlin debería haberlo escuchado y dejarlo marchar, pero el deseo la había convertido en una criatura que ni ella misma reconocía. Una criatura ansiosa por tener su primera experiencia sexual. Y que quería complacerlo. Que deseaba retirar la mirada tortuosa de su rostro y sustituírsela de nuevo por una sonrisa.

      –Por favor. Quédate –le susurró ella.

      Él la besó y demostró que sus dudas se habían disipado. Ella recordaba muy bien cómo la había desvestido para explorar su cuerpo despacio y cómo la había trasladado a otra dimensión. Todo había sido tan relajado que él ni siquiera se había dado cuenta de que ella era virgen.

      –¡Caitlin! ¡Ya estás aquí!

      Caitlin se sobresaltó al oír la voz de Morag. De pronto, se dio cuenta de que el niño no estaba con ella

      –¿Dónde está Cameron? –preguntó con preocupación.

      –Se ha ido a jugar con Rory MacIntosh, ¿no te acuerdas?

      –Ah, sí. Por supuesto. Qué tontería. No sé en qué estaba pensando –Caitlin suspiró aliviada, pero Morag continuó con cara de preocupación.

      Caitlin miró a la mujer que conocía de toda la vida y se preguntó cómo iba a explicarle todo, consciente de que debía de contarle toda la verdad. Necesitaba contárselo a alguien.

      –¿Tienes tiempo de tomarte un té antes de irte?

      Morag la miró con los ojos entornados antes de sonreír.

      –¿Un té? ¡Pensaba que no me lo ibas a preguntar nunca!

      –¿Me acompaña, señorita Fraser?

      Caitlin asintió y siguió al asistente del jeque mientras atravesaban la casa, con Cameron fuertemente agarrado a su mano. Ella tenía el corazón acelerado, pero su hijo parecía más emocionado que nervioso. Quizá no fuera tan sorprendente. Que un niño