base de la riqueza del país cambió de la agricultura a la industria. Se comenzaron a amasar fortunas invirtiendo en la economía industrial. Un ejemplo fue David Ricardo (1772-1823), un importante corredor de bolsa británico (alguien que comercia en la bolsa de valores). Después de hacerse rico, se interesó por la Economía y mostró capacidades de lógica nunca antes vistas en un economista.
En el siglo XVIII, se instruía a los hijos de familias adineradas en griego y latín antes de que fueran a la universidad. No ocurrió así con el joven Ricardo. Su padre, un hombre de negocios judío y exitoso, creía que una educación práctica era más importante, por lo que cuando Ricardo tenía catorce años lo envió a trabajar a la bolsa de valores. Resultó ser brillante y ganó mucho dinero. Más tarde ayudó a prestarle dinero al gobierno británico para luchar contra Napoleón. Uno de sus tratos fue justamente apostar sobre el resultado de la Batalla de Waterloo en 1815. Habiendo financiado al gobierno, Ricardo asumió un gran riesgo: si los británicos perdían, perdería mucho dinero. Su amigo, el también economista Thomas Malthus, de quien hablaremos en su momento, tenía una pequeña inversión en el préstamo. Malthus cedió al pánico y escribió a Ricardo pidiéndole que se deshiciera de su inversión. Sin embargo, Ricardo mantuvo el temple y conservó la suya. Cuando llegaron las noticias de la victoria británica, se convirtió en uno de los hombres más ricos de Gran Bretaña de la noche a la mañana.
David Ricardo se encontró accidentalmente con la Economía en una biblioteca en la que descubrió La riqueza de las naciones de Adam Smith. Resultó ser el libro más importante que leería y el cual lo inspiró a utilizar su formidable mente para el análisis de la economía en una época en la que los nuevos capitalistas competían por el poder contra los antiguos aristócratas terratenientes. La cuestión era cómo dividir la creciente riqueza del país entre los terratenientes, los capitalistas y la masa de obreros. Aunque Smith había demostrado la manera en la que los mercados generaban prosperidad, detectó puntos de conflicto. Estos se volvieron más fuertes a principios del siglo XIX, cuando los elevados precios de la comida encolerizaron a los obreros.
Algunos creían que tales precios eran el resultado de las altas rentas de los terratenientes, que elevaban los costes de los agricultores. Ricardo no estaba de acuerdo y aseveró que ocurría lo opuesto, que eran los altos precios de la comida los que ocasionaban las rentas elevadas. Creía que los terratenientes estaban sacando la mejor tajada a costa de todos los demás por los elevados precios de la comida. Bajar las rentas no enmendaría este desequilibrio.
Para explicar su lógica, el corredor de bolsa nos pide que pensemos en la economía como una inmensa granja que produce cereales. Los terratenientes alquilan tierra a los granjeros capitalistas. Los granjeros contratan obreros para que labren la tierra y siembren las semillas, así como para que luego vendan la producción. Cuando crece la población, se necesita más cereal. Quedan pocas tierras, por eso, para cultivar más, los granjeros recurren a cultivar cereales en áreas menos fértiles. Los cereales se vuelven más difíciles de producir y su precio se eleva. Los granjeros de las tierras menos fértiles necesitan muchos obreros para producir una fanega de cereal, por lo que tienen pocas ganancias después de haber pagado los salarios de sus obreros. Quizá usted crea que los granjeros de tierras más fértiles tengan al final mayores ganancias, debido a que pueden producir una fanega con menos obreros. En realidad, son los terratenientes quienes ganan, porque los granjeros compiten por el uso de la tierra: si hubiera granjeros obteniendo ganancias elevadas por cultivar tierras muy fértiles, otros agricultores ofrecerían pagarles una renta más elevada a los terratenientes por el uso de esa tierra. Por consiguiente, los precios elevados de los cereales elevan las rentas que cobran los terratenientes, no las ganancias de los agricultores capitalistas. ¿Qué hay de los capitalistas que son dueños de fábricas en ciudades? Sus ganancias también caen debido a que los elevados precios del cereal hacen que el pan sea más caro y consecuentemente deben pagar salarios más altos para asegurar la supervivencia de sus obreros. En cuanto a los trabajadores, salen perdiendo porque su comida les cuesta más. Por eso, Ricardo concluyó que «el interés del terrateniente siempre se opone al interés de todas las demás clases en la comunidad».
El poder de los terratenientes minaba la economía, de acuerdo con Ricardo. Cuando los capitalistas construyen fábricas y contratan obreros para que hagan y cultiven cosas, incrementan la producción en la economía, pero con ganancias más bajas los capitalistas tienen menos que gastar y la creación de riqueza se desacelera. Los terratenientes se hacen ricos con el sencillo hecho de recolectar la renta de la tierra. En vez de invertir sus ingresos como los capitalistas, los consumen en sirvientas y mayordomos, en bibliotecas para sus mansiones, quizá en expediciones a los trópicos para conseguir plantas para sus jardines... actividades que no contribuyen a la riqueza a largo plazo de la nación.
En la época de Ricardo, el desequilibrio se inclinó más en favor de los terratenientes porque Gran Bretaña tenía leyes que prohibían los cereales baratos del extranjero. Se conocían como las «leyes del maíz» y evitaron que el país importara los cereales necesarios para alimentar a su creciente población. El resultado fue una subida aún mayor de los precios de los cereales. El razonamiento de Ricardo mostró que las leyes ayudaban a inflar las rentas de los terratenientes, a disminuir las ganancias de los capitalistas y a empobrecer a los obreros. En 1819, tuvo lugar una manifestación en el Campo de San Pedro, en Mánchester, para exigir el sufragio universal y la derogación de las leyes del maíz. Esta protesta se convirtió en un baño de sangre cuando los soldados le dispararon a la multitud. Algunos de los manifestantes murieron, y cientos de ellos resultaron heridos. El incidente llegó a conocerse como la masacre de Peterloo, trazando una comparación con la batalla de Waterloo.
Ese mismo año Ricardo se convirtió en miembro del parlamento. Allí planteó su respuesta a los problemas de la nación: eliminar las leyes del maíz. Esto ayudaría a convertir a Gran Bretaña en «el país más feliz de la tierra», según dijo. Su propuesta apenas tuvo repercusión. No se estaba acostumbrado a oír argumentos basados en un análisis económico estricto. Para muchos parecían más bien alejados de la realidad. Otro miembro del parlamento opinó que Ricardo había «discutido como si viniera de otro planeta» (todavía se oyen quejas sobre los economistas por la misma razón). Con el tiempo ganó la discusión y Gran Bretaña eliminó las leyes del maíz, pero no ocurrió sino hasta mediados del siglo XIX, décadas después de su muerte.
De acuerdo con David Ricardo, ¿qué ocurriría si se eliminaban las leyes del maíz? Habría un flujo de cereales extranjeros baratos. Los obreros no tendrían que lidiar con los altos precios de la comida y los capitalistas tendrían una factura menor por salarios, porque sus empleados no necesitarían gastar tanto en comida. Las ganancias de los capitalistas aumentarían y comenzarían a invertir de nuevo. La creación de riqueza se aceleraría.
Sin las leyes del maíz, el país compraría cereales baratos del extranjero y produciría menos. Cultivar todo el cereal no siempre tiene sentido, afirmaba Ricardo. Un país puede producir otros bienes (telas y hierro en las fábricas) y venderlas a los extranjeros a cambio de su cereal. Si Rusia puede producirlo de manera más barata que Gran Bretaña, y esta última puede producir hierro de forma más económica que Rusia, resulta fácil ver que ambos países ganan cuando Gran Bretaña solo hace hierro, Rusia solo cultiva cereales y los dos países intercambian dichos bienes.
El astuto razonamiento de Ricardo iba todavía más lejos. Ambos países podían ganar del comercio aun si uno de ellos era mejor para producir cereales y hierro. Con el fin de entender su lógica, imaginemos que a una amiga y a usted les asignan una tarea como mover algunas cajas pesadas de un garaje y barrer el suelo. Usted puede mover las cajas más rápido que su amiga, y además es mejor barriendo. ¿Debería barrer y mover las cajas? No necesariamente. Al barrer renunciaría a hacer un progreso rápido para mover las cajas. Su amiga, no obstante, quizá no renuncia a tanto en términos del número de cajas movidas al barrer un metro del suelo. Quizá en el tiempo que le lleva a su amiga barrer un metro, podría mover dos cajas. En el tiempo que le lleva a usted barrer ese metro, podría mover cinco. En términos relativos, su amiga tiene una ventaja sobre usted al barrer. Tiene una «ventaja comparativa» al barrer aun si en términos absolutos es peor que usted en ello. En conjunto terminarían la tarea más rápido si usted se restringe a mover cajas y su amiga a barrer.
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