Niall Kishtainy

Breve historia de la Economía


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gama de buenas cualidades humanas. Los panaderos y los carniceros suelen ser amables entre sí y se sienten mal cuando sus amigos enferman o pierden dinero. Así es como las personas desarrollan un sentido de lo que está bien y lo que está mal. El comercio no funcionaría muy bien si las personas fueran totalmente egoístas todo el tiempo. Por ejemplo, los panaderos mentirían sobre el peso de sus hogazas y los cerveceros rebajarían su cerveza con agua. Mentir y engañar se convertiría en algo normal, desatando el caos. Cuando las personas son honestas y de fiar es cuando actuar por interés propio beneficia a la sociedad.

      Por consiguiente, la mano invisible de Smith funciona cuando las personas decentes tienen la libertad de intercambiar bienes entre sí, de comprar y vender cosas. El impulso de intercambiar cosas distingue a los humanos de otros animales. Nunca verá a perros que intercambian huesos, pero los humanos hacen este tipo de cosas todo el tiempo. Le doy pan a cambio de un poco de cerveza (o es más probable que venda mi pan por dinero y luego vaya y compre cerveza). Un resultado de todo este intercambio es que las personas se especializan en trabajos específicos y surge una «división del trabajo». Puede ser que en un pequeño pueblo todos hayan comenzado horneando su propio pan y preparando su propia cerveza. Luego algunos se hicieron buenos horneando pan y tenían más del que necesitaban y entonces vendieron el excedente a cambio de cerveza. Con el tiempo dejaron de preparar cerveza para ellos mismos y solo hornearon pan para vender y compraban la cerveza que necesitaban de quienes eran buenos preparándola, beneficiando así a todos.

      La división del trabajo estaba adquiriendo una nueva forma mientras Smith escribía. En Gran Bretaña, los empresarios abrieron fábricas alimentadas por ruedas hidráulicas. Algunas tenían varios pisos y daban empleo a cientos de personas. Cada cuarto tenía herramientas y trabajadores que realizaban una tarea par-ticular de la producción. Smith explicó la manera en la que el trabajo especializado mejora la eficiencia de la economía. Imaginemos la fabricación de un alfiler. Primero se tiene que extender el alambre y luego afilar un extremo para obtener una punta. Después hay que hacer la cabeza y unirla al cuerpo del alfiler. Por último, es necesario embalar los alfileres terminados. Smith observó dieciocho etapas independientes en la fabricación de un alfiler. Por cuenta propia quizá le cueste hacer más de uno o dos alfileres al día. No obstante, si un grupo de personas hiciera alfileres, cada uno podría trabajar en una tarea y volverse muy bueno en ella, en particular si tuvieran máquinas especializadas en las diversas tareas. En conjunto podrían producir muchos alfileres cada día. Cuando el sistema de trabajo especializado se extiende por la economía, se pueden hacer muchos tipos de bienes a bajo coste.

      La especialización se intensifica cuando también lo hacen los mercados. En un asentamiento de diez personas sin vínculo alguno con el mundo exterior, el mercado es pequeño y no tiene mucho sentido que algunas pasen todo el día afilando las puntas de los alfileres, mientras que otras solo hacen las cabezas. Tampoco existe la necesidad de un panadero, un cervecero y un carnicero independientes. Cuando los mercados se extienden, el pueblo conecta con otros y el trabajo especializado se hace rentable. Una ciudad grande permite una división del trabajo verdaderamente complicada, en la que los arquitectos y los afinadores de pianos, los fabricantes de cuerdas y los sepultureros tienen, todos, la posibilidad de ganarse la vida. Todo esto ocurre gracias a la mano invisible, cuando las personas compran y venden cosas entre sí.

      Esto ayuda a todos, incluso a los más pobres en la sociedad, según dijo Smith. La producción de la camisa barata de un jornalero depende de los esfuerzos de muchas personas y máquinas que realizan tareas especializadas: hiladores de lana que fabrican el hilo, tejedores que crean la tela y sastres que cosen los botones. Luego piense en las personas que cortaron la madera para hacer el telar en el cual se tejió la tela, y en los mineros que sacaron el hierro para hacer los clavos del barco que transportó la camisa terminada. El trabajo de miles forma parte de la camisa. En conjunto, sus acciones forman un vasto mecanismo social en donde cada pieza se mueve con las otras, como las de un reloj, para hacer que la camisa llegue al cuerpo del jornalero precisamente cuando la quiere.

      Smith también presentó un nuevo entendimiento de lo que era la riqueza. Los fisiócratas creían que era lo que crece del suelo, los mercantilistas, que era el oro. Para Smith la riqueza de una nación era la cantidad total de bienes utilizables (trigo, cerveza, camisas, libros) que produce la economía de un país para sus habitantes. Es así como los economistas de la actualidad piensan en ella. La renta de una nación (su «renta nacional») es el valor total de todos los bienes que producen los negocios de un país. Smith se percató de que el fin de la economía era proporcionar bienes para que las personas los consumieran. Los mercantilistas, por el contrario, no se preocupaban por los beneficios que obtenían las personas al acceder a los bienes, sino que lo que les importaba era producir bienes para vender a los extranjeros a cambio de oro; la disponibilidad de muchos bienes, incluidos los importados, incluso podía ser algo malo si el gasto en ellos generaba una fuga del oro del país.

      Smith tuvo una visión de una nueva economía que entonces apenas estaba naciendo, una que se basaba en la división del trabajo y el interés propio. Con frecuencia, lo han aclamado como un sabio quienes creen que los mercados deberían regir sobre todo lo demás, que los gobiernos deberían hacer lo menos posible y los negocios, en cambio, lo que les venga en gana. Doscientos años después de la publicación de La riqueza de las naciones, el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, defendió estos principios y tomó a Smith como su inspiración. Algunos de sus funcionarios en la Casa Blanca llegaron a usar corbatas con el retrato de Smith en ellas.

      Sin embargo, quizá Smith no se hubiera sentido halagado por esto. Por un lado, defendió el papel de los mercados como un ataque al sistema mercantilista que regía Europa con sus muchas restricciones para la compraventa. Quería que el sistema se desmantelara, pero aún así creía que los gobiernos desempeñaban papeles importantes en la economía. Asimismo, detrás de la armonía de personas decentes que buscan su interés propio, Smith oyó notas disonantes. La división del trabajo hace que la tarea de cada trabajador sea simple y, aunque incrementa la producción, hace que los obreros sean «estúpidos e ignorantes». Además, ¿cómo se debía dividir toda la nueva riqueza entre los trabajadores y sus empleadores? La nueva economía tenía un potencial tanto para el conflicto como para la armonía; cada uno de los economistas que siguieron a Smith se inclinó hacia alguna de las posibilidades por encima de la otra.

      7

      UN ENCUENTRO ENTRE

      EL MAÍZ Y EL HIERRO

      El historiador y viajero francés Alexis de Tocqueville se sorprendió al ver signos de una nueva sociedad cuando viajó a Mánchester en la década de 1930. Fábricas elevadas que echaban humo y hollín sobre las calles y las casas. Por todos lados escuchaba los sonidos de la industria: «los engranajes chasqueantes de la maquinaria, el silbido del vapor de las calderas» y «el golpeteo regular de los telares». Fábricas como las de Mánchester transformaron la economía británica a lo largo del siglo XIX. Los dueños de las fábricas compraban las herramientas y las máquinas necesarias para producir bienes (telas, vidrio y cubiertos) y pagaban salarios a los obreros que acudían todos los días desde las cabañas circundantes. Se hacían productos de forma más barata y se inventaban otros nuevos. Los hombres, las mujeres y los niños dejaron las granjas y se mudaron a las ciudades en expansión. Allí trabajaban duro junto a maquinaria impulsada por vapor, y ya no los regían el amanecer y el atardecer sobre los campos, sino los relojes y los horarios de sus patronos. Los cambios fueron tan drásticos que más tarde se conocerían como la Revolución Industrial.

      Más allá de la ciudad estaba el campo, donde se cultivaba el trigo necesario para alimentar a los obreros de las fábricas. Durante mucho tiempo, la agricultura había sido el sostén de la economía y, por consiguiente, los terratenientes eran ricos y poderosos. En el pasado, la tierra se había compartido de acuerdo con las viejas costumbres de la aldea. Sin embargo, poco a poco, los propietarios cercaban terrenos para crear grandes granjas, por lo que agricultores y pastores se convirtieron en jornaleros contratados para tabajar en ellas a cambio de un salario. Los agricultores capitalistas empleaban a los jornaleros y producían cultivos que vendían por una ganancia, no para autoconsumo. Los nuevos métodos agrícolas