Juan Manuel Villulla

Las cosechas son ajenas


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a un establecimiento. En la medida en que el mercado de trabajo de los conductores de máquinas y tractores iba estrechándose, los peones desleales podían ser más claramente identificados, y arrastrar cierto estigma social que podía complicar su reinserción en el único trabajo en que hacían pesar alguna calificación especial. Se tornaron así peones hábiles y conocedores de su oficio, pero también personajes solitarios y cautos, muy distintos a sus audaces antepasados que trabajaban y se movilizaban en masa por las llanuras, apelando a todo tipo de métodos para defender sus intereses.

      Las décadas de la gran expansión agrícola, entre 1890 y 1940, fueron también las de la formación de una clase trabajadora encargada de llevarla adelante. Se trató de peones, braceros, estibadores y carreros que formaron parte activa del movimiento obrero de su tiempo a través de distintos tipos de prácticas de lucha política y sindical. Es decir, que no se limitaban sólo a las formas de resistencia individual o acotadas al lugar de trabajo, aunque éstas fueran acaso las modalidades más extendidas y cotidianas de manifestar su antagonismo con los patrones. La masividad, la aglomeración y la cooperación funcional de un número importante de ellos en el proceso de trabajo, así como el ida y vuelta rural-urbano, la ausencia de vínculos personales o regulares con los patrones, y la acción persistente de organizadores político-sindicales, facilitaron la expresión colectiva de sus necesidades comunes por encima de las diferencias que atravesaban a esa multitud tan heterogénea, y más allá de las dificultades para coagular organizaciones más constantes. Es más, el propio vacío en la legislación laboral y una intervención estatal que actuó muy abiertamente como gendarme de la rentabilidad patronal, forzaron también a los trabajadores a elaborar respuestas autónomas de distinta índole para defender sus intereses. En definitiva, los itinerarios de la condición obrera en la agricultura de la época, determinaron un conjunto de experiencias que alimentaban cierta conciencia política de su antagonismo de clase frente a los empleadores.

      Entre los años ‘30 y los ‘40 se fue conformando una nueva generación de obreros rurales que, ante todo, se diferenció de la anterior por el carácter más conciliador de sus líderes, así como por la índole defensiva de sus demandas dado el aumento de la desocupación. Sintomáticamente, por la caída de su peso estructural y el predominio de idearios menos radicalizados, sus dirigentes mostraron una mayor dependencia respecto a una intervención estatal arbitral o benévola para contener la ofensiva patronal, en desmedro del tipo de acción disruptiva y autónoma de antaño. No obstante, los trabajadores organizados en las Bolsas de Trabajo apelaron a esos métodos siempre que lo consideraron necesario. Sólo que, por un lado —ya sin la perspectiva revolucionaria de muchos de los líderes de antaño— se trató de medidas tendientes a lograr un acuerdo en el corto plazo, o para hacer cumplir disposiciones en las que el Estado jugaba un rol más mediador. Por otro lado, los sectores sindicalizados fueron reduciéndose a una minoría cada vez más pequeña entre los trabajadores rurales, lo que expresaba la mayor separación de unos y otros grupos de peones en el proceso de trabajo mismo. En ese sentido, la mecanización —que no interrumpió su marcha desde los años ‘20—, disminuyó el peso numérico y la importancia económico-social de los asalariados respecto a la mano de obra familiar. Además, el declive del área sembrada fruto de la crisis económica y bélica de los ‘30 y ‘40, así como la coyuntura del primer peronismo después, redujeron bruscamente la demanda de fuerza laboral. Y luego, a partir de la década de 1950, cuando la superficie cultivada se recuperó relativamente, los obreros ya no volvieron a ser convocados al trabajo en las antiguas proporciones debido al desarrollo acelerado de la mecanización. Esta salida de trabajadores del campo nutrió de brazos el desarrollo industrial, que los fue fijando en las ciudades, donde encontraban mejores condiciones de existencia que a principios del siglo. Y así, la separación difusa y móvil del proletariado rural respecto al urbano devino en una demarcación más tajante. Esto, a su vez, llevó a marcados desniveles respecto a la construcción de organizaciones sindicales y políticas, así como en el desarrollo de luchas e identidades clasistas. En efecto, mientras el movimiento obrero de las ciudades crecía y se concentraba, el del campo se reducía y dispersaba. Y en medio de esa diáspora, se desarrolló la desafección de la vida sindical por parte de la capa de trabajadores más calificados, que encontraron su lugar conduciendo las nuevas maquinarias, y se fueron integrando al nuevo momento social y productivo del agro pampeano como peones permanentes, en el aislamiento de las estancias mixtas y chacras.

      12 Periódico La Libertad. 20 de noviembre de 1900, citado en Pianetto (1984:300).

      13 Este “doble carácter” de aquellos chacareros —dominantes hacia los obreros, y subalternos frente a los grandes terratenientes— explica las bases objetivas sobre las que se asentó tanto la posibilidad del acuerdo que entablaron la Federación Agraria Argentina y la Federación Obrera Regional Argentina-IX Congreso en San Pedro, en 1920, como la imposibilidad de que el mismo superase un alcance coyuntural. Un trabajo específico sobre el tema en Volkind, 2009b.

      14 En 1935, el diario “La Prensa” se hacía eco del rol que cumplían estas organizaciones obreras en la regulación de la oferta laboral aún en un contexto de desocupación, con el objetivo de elevar fruto de su accionar los salarios abonados por los patrones: “miles de jornaleros de las provincias limítrofes se han volcado materialmente en la provincia de Santa Fe en busca de ocupación, pero los sindicatos organizados en toda la campaña mantienen una severa vigilancia para impedir que estos hombres trabajen si no se han afiliado previamente a esos organismos obreros”. Fuente: La Prensa, 27/3/1935, citado en Korzeniewicz (1993:330).

      15 Testimonio de Juan Carlos Castro, dirigente cordobés de FATRE desde los años'60, en García Lerena (2006:282).

      16 Testimonio de Israel Rubén Benítez, dirigente de FATRE desde 1959, tercera generación de peones rurales, en García Lerena (2006:276).

      17 Fuente: Pedro Serdán. “Acerca de la clase obrera rural (en una parte de la pampa húmeda)”. Revista Argentina de Teoría y Política N° 5, Mayo de 1971, p. 33.

      18 Tardíamente, hacia 1972, algunos investigadores norteamericanos auspiciados por la Fundación Ford se hicieron eco de la representación que los empresarios se hacían de la cuestión por esos años. Así, Fienup, Brannon y Fender (1972: 304) reprodujeron con un alarmismo desproporcionado la versión de que los trabajadores virtualmente habían alcanzado “el control de las cosechas y el manejo de los cultivos en grandes áreas de la Argentina”, constituyendo “un factor importante para el estancamiento del sector: puesto que el poder de los sindicatos se hacía sentir con más fuerza en la cosecha de granos, dichas condiciones proporcionaban otro incentivo para volcarse a métodos más extensivos de producción pecuaria y alejarse del cultivo de cereales”.

      19 “La representación de la Federación Agraria Argentina, está de acuerdo con la posición de FATRE en cuanto se refiere a la bolsa de trabajo, pues entiende que es conveniente el trato con las organizaciones obreras responsables.” Secretaría de Estado de Agricultura y Ganadería, Acta del 23 de septiembre de 1964 de la reunión de representantes de FATRE, SRA, y la Comisión Coordinadora de Entidades Agropecuarias (Mascali, 1986:83). Este realineamiento de los antagonismos entre capital y trabajo respondió a un contexto en el que, de un lado, parte del movimiento obrero rural y no rural levantaban la bandera de la “reforma agraria” (Luparia, 1973; García, 1964); y por otro, la concentración de la producción y los conflictos por el uso y tenencia de la tierra obligaban a la entidad chacarera a buscar alianzas defensivas, lo cual no quita que desde entonces y hasta el golpe de 1976, parte de los empleadores nucleados en la FAA mantuvieran fuertes contradicciones con los obreros alrededor de los intereses que los enfrentaban en tanto patrones y empleados