Nicholas Eames

Reyes de la tierra salvaje (versión latinoamericana)


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Es un título lo bastante ceremonioso para llamar la atención, pero no es tan pretencioso como decir: “Dios Emperador Supremo de la Ciudad Antes Conocida Como Castia”.

      —Puede que tengas razón —dijo Clay al tiempo que se encogía de hombros.

      —O a lo mejor solo es un imbécil —sugirió Gabriel.

      —Eso también —convino Moog y rio entre dientes—. Y el concilio va a tener lugar aquí mismo, en Agria.

      —¿Y acudirán todos los monarcas de Grandual? —preguntó Clay.

      —Los que puedan hacerlo lo harán sin duda —asintió el mago—. Y los que no, enviarán emisarios en su lugar. Sea o no un duque de verdad, tiene a cientos de miles de monstruos a sus órdenes, y eso le da mucha popularidad. Eso y que no todos los días se ve a un druin con vida.

      “Cierto”, pensó Clay. Él solo había visto a unos pocos, y todos estaban ocultos en la Tierra Salvaje. Aunque los druin eran lo bastante raros como para que se los considerase inofensivos, tendían a mantenerse alejados de los asentamientos humanos, ya que la mayoría de las personas albergaban cierta hostilidad contra los inmortales que en el pasado las habían tratado como a esclavos.

      Tampoco ayudaba mucho que se supiera que untarse la calva con sangre de druin era un remedio infalible contra la calvicie, un hecho que por sí solo los convertía en una presa jugosa para la mayoría de cazarrecompensas del mundo.

      —¿Crees que los reinos enviarán un ejército? —preguntó Gabe con tono optimista.

      Clay también estaba esperanzado, y sintió cómo la ilusión crecía en su interior. Si los reyes y las reinas de Grandual decidían enviar un ejército profesional contra la Horda del Corazón de la Tierra Salvaje, quizá pudiera volver a casa antes de tiempo.

      “Ni se te ocurra pensar en eso, Cooper”, se dijo a sí mismo. “¿Cuánto tardarían en reunir un ejército lo bastante grande? ¿Cuánto tiempo les llevaría a tantos hombres y mujeres atravesar la Tierra Salvaje y cruzar las montañas? Meses, como mínimo. Puede que hasta medio año. ¿Y cuánto tiempo soportaría Castia el asedio?”.

      —Ni idea —dijo Moog respondiendo tanto a la pregunta de Gabriel como las dudas de Clay—. Agria y Cartea se están atacando entre sí hoy en día. Los narmeerí suelen mantenerse aislados y los norteños no se llevan bien entre ellos, mucho menos con el resto de reinos rivales. —Echó algunas cucharadas de chocolate en dos tazas—. Y los fantranos... bueno, todo Grandual los separa de la Tierra Salvaje, y he oído decir que los hombres pez han empezado a realizar incursiones en sus costas.

      —¿Te refieres a los Saig?

      —Hombres pez suena mejor.

      —Para nada —le aseguró Clay.

      Moog se acercó a tomar la tetera cuando el agua comenzó a borbotear y luego vertió el líquido ardiente en cada una de las tazas y empezó a removerlo.

      —Por cierto, no llegaron a responder a mi pregunta. ¿Qué los trajo a mi humilde torre?

      Clay miró a Gabriel, que estaba ensimismado mirando las estrellas a través del suelo de la segunda planta. “Supongo que tendré que decírselo yo”, pensó al tiempo que soltó un suspiro.

      —Nos dirigimos a Castia.

      “Clink, clink, clink...” El repiqueteó de la cucharita cesó de repente.

      —¿Qué? ¿Castia? Por los fríos infiernos, ¿por qué? ¡Está a punto de ser borrada del mapa por la mayor Horda que se recuerda desde la Recuperación!

      —Sí, lo sabemos. La hija de Gabe está allí.

      El rostro del mago se agrió al instante:

      —Oh...

      —Así que vamos a... —Clay tragó saliva. “Dilo ya, Cooper”—. Vamos a reunir a la banda... o eso esperamos.

      Se quedó en silencio y esperó a que Moog empezara a poner excusas. Tenía el negocio de la filacteria y una cura muy escurridiza que encontrar. ¿Quién iba a cuidar de sus animales? Estaba muy cansado, muy viejo. Seguro que prefería morir lentamente a lo largo de los años que viajar a través del bosque negro y ser despedazado por monstruos. Tenía muchas razones para oponerse, pero esta última parecía la más probable.

      Clay no iba a reprocharle nada si era la que terminaba por usar.

      —¡Fantástico! Bueno, no lo de Rosa, claro —dijo el mago—. Es terrible, Gabe. Terrible. ¡Pero sí! ¡Sí! ¿Volver a juntar a Saga? ¿Reunir a los viejos colegas? ¿Cómo no me va a entusiasmar?

      —Entonces... ¿vienes con nosotros? —preguntó Clay.

      —¡Claro que sí! ¿Qué clase de amigo sería de no hacerlo?

      Clay se sintió desconcertado al recordar la negativa tan enfática que le había dado a Gabriel cuando fue a su casa a pedirle lo mismo.

      —¿Y tu investigación?

      —Pues aquí seguirá cuando regrese. ¡Estamos hablando de Rosy! Además, tampoco es que tenga que preocuparme por contagiarme con la podredumbre en el bosque, ¿no? —Miró tanto a Clay como a Gabe, que compartían la misma expresión afligida—. No he puesto muchos peros, ¿verdad? Sí, da igual. Por supuesto que voy con ustedes!

      Se acercó a Gabriel y le ofreció una de las tazas. Clay olió el aroma del chocolate caliente al pasar frente a él y empezó a arrepentirse de no haberle pedido uno también.

      —Por Saga —dijo Moog, mientras entrechocaba su taza con la de Gabriel. Cuando estaba a punto de darle el primer sorbo, un fuerte retumbar agitó la puerta y oyeron a Steve hablar con el particular ceceo que le provocaba el aro que tenía en la boca.

      —¿Tienen uztedez zita con mi maeztro?

      Se oyó el murmulló grave de varias voces, y luego una voz bien reconocible gritó:

      —¡Arcandius Moog! ¿Estás ahí, compañero? Soy Kal.

      Clay y Gabriel compartieron una mirada de pánico.

      Moog se acercó a la puerta:

      —¿Kallorek? ¡Hola! Ahora...

      Clay le tapó la boca demasiado tarde:

      —Fuimos a casa de Kal para intentar recuperar la espada de Gabe —le susurró tan rápido como pudo—. Nos amenazó con matarnos.

      —¿Te refieres a Vellichor? ¿Qué hace Kallorek con Vellichor? —preguntó Moog.

      —Te lo explicaremos más tarde —respondió Clay, mientras le dedicaba una mirada intensa a Gabriel, quien había estado a punto de contárselo allí mismo.

      —¿Estás con alguien, Moog? —La voz de Kallorek sonaba muy amistosa—. ¿Quizá con tus viejos amigos Gabe y Mano Lenta? ¿Qué te parece si abres y hablamos las cosas entre los tres?

      Se volvió a oír la voz de Steve.

      —Zeñor, ¿tienen uztedez zita con mi...? —La puerta retumbó con fuerza, como si la hubieran golpeado con algo muy pesado. La amabilidad de la aldaba desapareció al instante—. ¡Me han dado un puñetazo! Malditoz hijoz de... —Y la puerta volvió a retumbar, está vez con más fuerza. Steve se quedó en silencio.

      —¡Moog! —La voz de Kallorek sonaba cada vez más ruda—. Abre la puerta.

      El mago se zafó de la mano de Clay y se acercó a toda prisa a la mesa más cercana, donde yacía una bola de cristal colocada encima de un paño negro de terciopelo. El orbe solo mostraba una neblina grisácea; Moog dejó su taza a un lado y tocó la superficie con los dedos. Empezó a materializarse una imagen entre volutas de humo violeta. Un instante después, la imagen desapareció para dejar paso de nuevo a la neblina grisácea.

      —Se la compré a la bruja que vivía aquí antes que yo —intentó justificarse, mientras le daba varios golpes sin que