estratégico del problema. Propongo lo siguiente para acercar la hora de nuestra victoria: que el VI ejército de tanques SS comience la contraofensiva en Budapest, protegiendo de esta manera la seguridad del baluarte sur del nacionalsocialismo de Austria y Hungría, por un lado, y preparando la salida a los flancos rusos por el otro. Recuerden que precisamente allí, en el sur, en Nagykanitza, tenemos setenta mil toneladas de petróleo. El petróleo es la sangre que corre por las arterias de la guerra. Prefiero entregar Berlín que perder este petróleo que me garantiza la inexpugnabilidad de Austria y su unidad con la agrupación italiana de millones de hombres de Kesselring. Continúo: el grupo de ejércitos Vístula, reuniendo las reservas, llevará a cabo una contraofensiva determinante en los flancos rusos utilizando para esto el campo de operaciones de Pomerania. Al romper la defensa de los rusos, las tropas del Reichsführer SS llegarán a su retaguardia y tomarán la iniciativa. Apoyados por la agrupación de Stettin, cortarán en dos el frente de los rusos. Para Stalin el problema del transporte de las reservas es un problema grave. Las distancias están en contra suya y a favor nuestro. Siete líneas de defensa que protegen a Berlín —y prácticamente lo hacen inaccesible— nos permiten alterar los cánones del arte militar y transportar al occidente un grupo considerable de tropas desde el sur y desde el norte. Tendremos una reserva de tiempo. Stalin necesitará dos o tres meses para reagrupar las reservas, nosotros necesitaremos cinco días para trasladar los ejércitos. Las distancias en Alemania nos permiten hacerlo, desafiando las tradiciones de la estrategia.
»Jodl: De todas maneras, sería deseable coordinar este problema con las tradiciones de la estrategia…
»Hitler: ¿Qué quiere decir con eso, Jodl?
»Jodl: Creo que todo esto es muy sabio y perspicaz, pero me permito expresar mi desacuerdo sólo en lo siguiente: que no deben coordinarse los detalles de este plan con las tradiciones de la ciencia militar.
»Hitler: No se trata de detalles, sino del conjunto. Al fin y al cabo, los problemas particulares siempre pueden resolverse en los estados mayores por grupos limitados de especialistas. Los militares tienen más de cuatro millones de personas organizadas en un poderoso puño de resistencia. La tarea consiste en convertir ese poderoso puño de resistencia en el golpe demoledor de la victoria. Estamos ahora en las fronteras de agosto de 1938. Nuestra industria militar produce cuatro veces más armamentos que en 1939. Nuestro ejército es dos veces mayor que en 1939. Nuestro odio es terrible y la voluntad de vencer inmensa. Les pregunto: ¿Acaso no ganaremos la paz a través de la guerra? ¿Acaso el éxito militar no engendra el éxito político? Les ruego que me preparen para mañana proposiciones concretas, señor mariscal de campo.
»Keitel: Sí, mi Füher. Prepararemos el plan general y, si usted lo aprueba, comenzaremos a precisar todos los detalles».
Al llegar al estado mayor de Himmler, el Obergruppenführer SS Fegelein, cuñado de Hitler, le informó sobre la reunión en el Bunker.
—Cualquier solución política del problema —dijo— está rechazada categóricamente por el Führer.
—¿Cómo aceptaron su plan los militares? —preguntó Himmler.
—Con ironía. Aunque parezca raro, precisamente los militares han llegado ahora a la firme convicción de que el resultado de la guerra no puede decidirse por más caminos que los políticos.
—¿Capitulación? —preguntó Himmler pensativo.
—¿Por qué necesariamente capitulación? Negociaciones…
10 Patas de cerdo. N. del T.
«¿Por quién me toman ellos?»
(La misión)
(Del expediente del partido del miembro del NSDAP desde 1933, Standartenführer SS Von Stirlitz, VI Sección de la Dirección de Seguridad: «Ario genuino. Carácter nórdico, sólido. Buenas relaciones con los compañeros de trabajo. Cumple su deber de forma intachable. Implacable con los enemigos del Reich. Excelente deportista: campeón de tenis de Berlín. Soltero; no tuvo relaciones comprometedoras. Condecorado por el Führer. Obtuvo felicitaciones por parte del Reichsführer SS…»)
Stirlitz llegó a su casa a las siete cuando apenas había empezado a oscurecer. Le gustaba esa época del año: casi no había nieve y, por las montañas, el sol alumbraba las cumbres de los pinos como si hubiera llegado el verano y fuera posible irse a Mogelsse y permanecer allí todo el día pescando o durmiendo en una silla plegable.
Aquí, en Babelsberg, muy cerca de Potsdam, vivía ahora solo en su pequeña villa. Su ama de llaves se había marchado la semana antes a Turingia, a las montañas, a la casa de su sobrina. La mujer no pudo soportar más las interminables incursiones aéreas: los nervios le fallaban.
La hija del dueño de la taberna «El Cazador» hacía ahora la limpieza. Era jovencita, muy despabilada y bella. «Debe ser de Sajonia —pensaba Stirlitz observando cómo la muchacha manejaba una gran aspiradora para limpiar la alfombra de la sala—. Tiene el cabello negro y ojos azules. Habla con acento berlinés, pero seguro que es de Sajonia».
Stirlitz miró su reloj pasado de moda y pensó: «Ya hay que cambiarlo. Si este ‘Longines’ se adelantara o atrasara, podría adaptarme a ello; pero a veces se atrasa y otras se adelanta. Muy mal, no sirve para nada».
—¿Qué hora es? —preguntó Stirlitz.
—Cerca de las siete…
Stirlitz sonrió: «Una niña feliz… Puede permitirse decir “cerca de las siete”. La gente más feliz de la tierra es la que puede manejar su tiempo sin temor a las consecuencias… Pero ella habla con acento berlinés, estoy seguro. Incluso con un poco del dialecto de Mecklemburgo…»
Al oír el ruido del automóvil que se acercaba, gritó:
—Niña, vete a ver quién ha llegado.
Oyó el sonido de la puetra al abrirse. La muchacha se asomó al pequeño despacho donde él estaba sentado junto a la chimenea, y dijo:
—Es un señor de la Policía.
Stirlitz se levantó, se estiró y fue a la antesala. Allí estaba el Unterscharführer SS con una gran cesta en la mano.
—Señor Standartenführer, su chofer ha enfermado y yo he venido a traerle su ración…
—Gracias —dijo Stirlitz—. Póngala en el refrigerador. La muchacha le ayudará.
No acompañó al Unterscharführer cuando abandonó la casa. No abrió los ojos hasta que la muchacha, que había vuelto al despacho silenciosamente, le dijo en voz baja desde la puerta:
—Si Herr Stirlitz desea, puedo quedarme también por la noche.
«Es la primera vez que la niña ve tanta comida —pensó—. Pobre niña».
Stirlitz se estiró de nuevo y contestó:
—No hace falta… Puedes coger la mitad del salchichón y el queso sin necesidad de eso…
—Oh, no, Herr Stirlitz —contestó ella—. No es por la comida…
—¿Estás enamorada, estás loca por mí? Sueñas con mi pelo canoso ¿verdad?
—Los hombres canosos son los que más me gustan en el mundo…
—Está bien, niña, seguiremos hablando de las canas… Después de que te cases. ¿Cómo te llamas?
—Marie. Ya le dije: Marie.
—Sí, sí, perdóname, Marie. María Magdalena. Todas vosotras, las pequeñas Marie, sois pecadoras ¿no? Coge el salchichón y deja de coquetear ¿Qué edad tienes?
—Diecinueve.
—Oh, una muchacha ya adulta ¿Hace mucho que llegaste de Sajonia?
—Sí. Desde que mis padres se mudaron para acá.
—Bien, Marie, vete a descansar. Temo que empezará el bombardeo