(Del expediente del miembro del NSDAP1 , iniciado en 1930, Brigadeführer SS Krüger: «Ario genuino, fiel al Führer. Carácter nórdico, duro, sociable, trata bien a los amigos. Implacable con los enemigos del Reich. Hogareño. No ha tenido relaciones comprometedoras. En el trabajo es maestro insustituible en su oficio…»)
Después de que los rusos irrumpieron en Cracovia en enero de 1945 y la ciudad, tan cuidadosamente minada, quedó intacta, Kaltenbrunner mandó llamar a Krüger, jefe de la Sección Oriental de la Gestapo.
—¿Tiene usted alguna justificación lo suficientemente objetiva como para que el Führer pueda creerlo? —le preguntó Kaltenbrunner.
Aunque simplón y cándido en apariencia, Krüger esperaba aquella pregunta y tenía preparada su respuesta. Pero debía mostrar toda una gama de reacciones: quince años de desempeño en la SS y el partido le habían enseñado a actuar. Sabía que era tan inconveniente contestar en seguida como negar por completo su culpabilidad. Había aprendido la exactitud y el control que debía demostrar en todos los lugares y circunstancias. Hasta en su propia casa se descubría transformado en un hombre completamente distinto. Al despertarse por la noche permanecía a veces durante largo rato con los ojos abiertos, escuchando el silencio: le parecía que incluso allí, en un cuarto oscuro, alguien de ojos fríos y serenos continuaba observando. Al principio hablaba con su mujer por la noche, en un susurro pero, a medida que iban desarrollándose técnicas especiales —y Krüger mejor que nadie conocía sus éxitos—, dejó de decir en voz alta lo que a veces se permitía pensar. Hasta en el bosque, paseando con su mujer, callaba o le hablaba de nimiedades, porque le parecía que en el Centro ya habían inventado un aparato capaz de grabar a grandes distancias.
Así, paulatinamente, se había operado la transformación. El Krüger de antaño había desaparecido; en su lugar, y dentro de la envoltura de un hombre conocido por todos, sin ningún cambio externo, existía otro, creado por el anterior, desconocido para todos, que no sólo tenía miedo a decir las verdades, sino que temía incluso pensar estas verdades.
—No —dijo Kriiger con sentimiento, frunciendo el ceño y ahogando a duras penas un suspiro—, no tengo una justificación suficiente… Soy soldado, la guerra es la guerra y no espero indulgencia alguna.
Jugaba con precisión. Sabía que mientras más severo fuera consigo mismo, más posibilidades tendría de desarmar a Kaltenbrunner. Nada hace rabiar tanto a un galgo como la huida de una liebre. Claro que Krüger ignoraba el comportamiento de un galgo ante una liebre cuando ésta se detiene en su carrera y levanta las patitas; pero conocía bien las relaciones dentro de la SS: cuanto mayor fuese el rigor con que se castigase a sí mismo, tanto más suave sería Kaltenbrunner o cualquier otro en su lugar.
—No se comporte como una mujer —replicó Kaltenbrunner, encendiendo un cigarro. Krüger comprendió que su línea de conducta había sido acertada: se había salvado. Había que analizar el fracaso para que no se repitiera jamás.
Krüger dijo:
—Obergruppenführer, sé que mi culpa es enorme. Pero quisiera que escuchara usted al Standartenführer Stirlitz. Estaba al tanto de nuestra operación, y puede confirmar que todo fue preparado a conciencia. A él lo ascendieron, mientras que a mí…
—¿Qué tenía que ver Stirlitz con esta operación? — Kaltenbrunner se encogió de hombros—. Trabajaba en el servicio de espionaje y se ocupaba de otros asuntos en Cracovia.
—Sé que se ocupaba de un V-22 perdido, pero consideré que mi deber era informarle de todos los detalles de nuestra operación. Pensé que a su regreso le comunicaría al Reichsführer o a usted cómo habíamos organizado todo el asunto. Esperaba instrucciones adicionales de usted, pero nunca recibí nada.
—¿Estaba incluido Stirlitz en la lista de personas que debían conocer esta operación?
—No lo sé.
Knltenbrunner llamó al secretario:
—Averigüe, por favor, si Stirlitz, de la sexta sección, estaba incluido en la lista de personas elegidas para llevar a cabo la «Operación Schwarzfeuer»3.
Cuando el secretario hubo salido, Krüger comprendió que había desviado demasiado pronto el golpe hacia Stirlitz y dio marcha atrás.
—Toda la culpa es mía —continuó, inclinando la cabeza, hablando en voz baja y con dificultad—. Para mí sería terrible que castigara usted a Stirlitz. Lo respeto profundamente como a un luchador fiel. No tengo justificación, y sólo podré expiar mi culpa con mi propia sangre en el campo de batalla.
—¿Y quién va a luchar contra los enemigos aquí? ¿Yo? ¿Solo? Es demasiado sencillo morir en el frente por la patria y por el Führer. Mucho más difícil es vivir aquí, bajo las bombas, y eliminar las inmundicias con hierro candente. ¡Aquí no sólo se necesita valor, sino cabeza! ¡Y una cabeza inteligente, Krüger!
Krüger comprendió que no lo enviarían al frente, que era el castigo más terrible. Terrible no por las balas rusas —por supuesto, él sería un gran jefe en el frente—, sino simplemente porque conocía el odio feroz que los oficiales del Ejército alimentaban hacia los antiguos funcionarios del SD. Siempre buscaban un pretexto para someter a la gente del SD a los procesos del partido o a un tribunal militar, y allí no se podía esperar misericordia; las leyes del frente son las de la muerte…
El secretario abrió sigilosamente la puerta y puso sobre la mesa de Kaltenbrunner varias carpetas delgadas. Kaltenbrunner las ojeó y, tras una exclamación de asombro, dijo:
—Gracias. Averigüe, por favor, si Stirlitz visitó a los jefes después de su regreso de Cracovia y, si lo hizo, con quién se entrevistó. Averigüe, además, qué problemas se discutieron.
—Ya lo he hecho —dijo el secretario—, por si acaso. A su regreso, Stirlitz comenzó a trabajar inmediatamente en el asunto del transmisor estratégico que envía informaciones a Moscú…
Krüger se acordó de cuando había escuchado en Cracovia la conversación grabada que había sostenido el coronel del Ejército, Berg, con el general Neubuth, en la cual el coronel pedía que lo mandaran al frente. Krüger decidió imitarlo: imaginó que, como todas las personas crueles, Kaltenbrunner se mostraría muy sentimental.
—Sin embargo, Obergruppenführer, pido su permiso para ir a la primera línea de combate.
—Siéntese —dijo Kaltenbrunner— y no se comporte como una Gretchen4. Hoy puede descansar, pero mañana escríbame detalladamente, paso a paso, todo lo relativo a la operación. Ya pensaremos después dónde mandarlo. Hay poca gente y mucho trabajo, Krüger. Mucho trabajo.
Cuando Krüger se hubo retirado, Kaltenbrunner llamó a su secretario:
—Revise todo lo concerniente a Stirlitz en los últimos dos años, pero hágalo de modo tal que no se entere Schellenberg. No hay por qué alarmarse: Stirlitz es un funcionario valioso y un hombre valiente, no debemos arrojar sobre él ninguna sombra de sospecha. Simplemente es un chequeo mutuo y de rutina entre compañeros… Prepare también una orden para Krüger: lo mandaremos como segundo jefe de la Gestapo a Praga, que ahora es un lugar caliente.
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1 Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. N. del traductor.
2 Proyectil teledirigido. N. del T.
3 Fuego negro. N. del T.
4 Sinónimo de muchacha tímida y recatada.