Tim Gautreaux

Todo lo que vale


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de después de las noticias de la noche.

      —¿Y qué haces tú levantado tan tarde?

      Se quedó mirándome y me di cuenta de que no tenía la menor idea de lo que significaba la palabra «tarde». Seguramente, Glendine, su madre, lo tiene todos los días delante del televisor hasta que se duerme. Lo imaginé echado sobre esa apestosa alfombra de pelo largo que su madre tiene delante del televisor para que sobre ella caigan las migas y todo lo que se derrama.

      Cuando llegué a casa, los llevé a todos al porche lateral de nuestra casa. Las niñas se pusieron a jugar a las tabas, pero la pequeña bola botaba torcida en el suelo inclinado; Freddie hacía sonar la paja de su Icee y Nu-Nu se quedó dormido en mi regazo. Observé el coche y me pregunté si su nombre ya se habría difundido por la comunidad y cuando me vieran aparecer con él la gente gritaría: «Ahí viene el bastardomóvil». Gumwood es uno de esos pueblos donde todo el mundo mira a todo lo que se mueve. Yo lo hago. Si mi vecina, la señora Hanchy, sale con el coche, pienso: «¿Adónde irá ahora ese vejestorio? Son las dos y media, así que se debe de haber acabado su telenovela». Y entonces, cuando empiezo a pensar en la ruta que seguirá hasta el supermercado, pasa otro coche por delante de mí y me pongo a pensar en su ocupante. Esto no es malo. Hace que te preocupes de cómo te comportas y, en cualquier caso, ¿qué alternativa hay? ¿Que a nadie le importe un comino si estás vivo o estás muerto? He escuchado historias de bloques de apartamentos de esos de las grandes ciudades, donde la gente está sentada en un sexto piso viendo durante diez minutos cómo te están matando a palos en la calle, y no son capaces ni de llamar a alguien por teléfono.

      Empecé a pensar en mis cuatro hijas. Ninguna practica religión alguna. Yo pensaba que eso se lo transmitiría su madre, como hizo la mía conmigo, pero LaNelle trabajaba mucho: solo tenía tiempo para cocinar, lavar, llevar y traer cosas de acá para allá y estar siempre agobiada. Las niñas crecieron viendo televisión por cable y vídeos todas las noches, y de ahí les vino su visión del mundo, y ese es el motivo por el que cuatro chicas de pelo rubio sucio y mentón retraído del distrito de St. Helena acabaron pensando que vivían en una telenovela de Hollywood. También pensaban que los camioneros y mecánicos casados con los que salían eran estrellas de cine. Supongo que en gran parte es culpa mía, pero no sé qué otra cosa podría haber hecho yo.

      Moonbean arrastró un montón de tabas con los dedos en forma de rastrillo y una astilla del suelo del porche se le metió en una uña.

      —¡Mierda puta! —dijo agitando la mano como si estuviera ardiendo, y se acercó a mí de rodillas.

      —Eso no se dice.

      —Me duele mucho el dedo. Cúramelo, abu.

      —Te lo curaré si dejas de hablar como un carretero.

      Tammynette, que acababa de coger las cinco tabas, dijo:

      —El novio de mamá, Melvin, dice mierda puta.

      —¿Y vas a hacer todo lo que hace el novio de tu madre?

      —Melvin sabe conducir —dijo Tammynette—. A mí me gustaría conducir.

      Cogí mi navaja y me puse a sacar la astilla que Moonbean tenía clavada bajo la uña, mientras ella le decía farfullando a Tammynette que el Toyota de su mamá costaba más que el camioncito Dodge de Melvin. Palabra que no sé cómo se han vuelto tan complicados estos críos. Cuando yo tenía su edad, lo único que quería era hacer pasteles con barro o irme a jugar al arroyo. Me bastaba una moneda de cinco centavos un par de veces a la semana para pasarme por la tienda. Estos mocosos no tienen ni ocho años y ya saben lo suficiente como para dirigir un casino. Cuando acabé, miré los ojos castaños de Moonbean y la cabeza oscilante de Nu-Nu.

      —¿Alguna vez os hablan vuestras mamás de Dios y cosas de esas?

      —Mi mamá dice Dios cuando se cabrea con Melvin —dijo Tammynette.

      —No me refiero a eso. ¿Os leen historias de la Biblia antes de dormir?

      A Freddie se le iluminó la cara.

      —La mía nos alquiló una vez Conan el bárbaro. ¡Esa película mola!

      —Esa no es una película sobre la Biblia —le dije.

      —¿Ah, no? Pues salen espadas y serpientes.

      —¿Y eso qué tiene que ver?

      Tammynette se acercó, cogió la mano de Nu-Nu y se puso a jugar con sus dedos como si fueran las teclas de un piano.

      —¿La Biblia no está llena de espadas y serpientes?

      Nu-Nu se despertó y se hizo pis encima, así que tuve que ir a coger un pañal desechable. Al volver del baño, miré nuestra reducida estantería de libros por el rabillo del ojo, vi mi viejo libro de historias de la Biblia y lo saqué al porche. Iba siendo hora de que alguien les enseñara algo.

      Se sentaron todos en el suelo y yo me senté con ellos. Empecé con el Génesis y cómo Dios hizo la tierra y cómo nos hizo a nosotros y nos dio un alma que viviría eternamente. Moonbean alargó el brazo hacia el libro y puso la mano sobre la barba de Dios.

      —Si se afeitara, sería igualito al viejo ese del Pak-a-Sak —dijo.

      A mí se me abrió un poco la boca.

      —¿Te refieres al señor Fordlyson? Ese tipo no se parece a Dios.

      Tammynette bostezó.

      —Pues acabas de decir que Dios nos hizo parecidos a él.

      —Da igual —dije, y continué con Adán y Eva y el jardín.

      En cuanto pasé la página, vieron la serpiente y empezaron a chillar.

      —¡Vaya bicho más grande! —dijo Freddie.

      Tammynette se acercó para ver mejor.

      —Ya sabía yo que había serpientes en ese libro.

      —Es mala —les dije—. Mintió a Adán y Eva y les dijo que no hicieran lo que Dios les había mandado.

      Moonbean me miró fijamente.

      —¿Esa serpiente habla?

      —Sí.

      —Anda, como en los dibujos animados… Yo pensaba que todo eso era inventado.

      —Bueno, hoy en día las serpientes de verdad no hablan —expliqué.

      —¿La serpiente del jardín ese no es de verdad? —preguntó Freddie.

      —Es el demonio disfrazado —les dije.

      Tammynette se echó el pelo hacia atrás.

      —Ah, esa es una canción antigua. La escuché en la radio.

      —La canción de Elvis Presley no tiene nada que ver con que el demonio se disfrazara de serpiente en el jardín del edén.

      —¿Quién es Elvis Presley? —Moonbean apoyó la espalda sobre las tablas de la pared y contempló mi descuidado césped.

      —Es un viejo cantante que murió hace millones de años —le dijo Tammynette.

      —¿Y ese también sale en la Biblia?

      Pegué un golpe en el suelo con el libro.

      —¡Claro que no! Y prestad atención, porque lo que viene ahora es importante.

      Leí la parte que habla de cómo Adán y Eva desobedecían a Dios, pasé la página, y entonces se montó el lío. Un ángel sostenía una larga espada sobre las cabezas inclinadas de Adán y Eva, mientras los echaba del jardín. Hasta Nu-Nu parecía fascinado mientras señalaba al ángel con el dedo.

      —¿Qué hace el tío ese? —preguntó Tammynette.

      —Echarlos del paraíso. Adán y Eva hicieron una cosa mala, y cuando haces cosas malas, te castigan.

      Miré sus caras y parecía