y periódicamente se funden dando lugar a una primera persona plural que es la más predominante. Se trata de una narración social, incluso si esta sociedad es solamente (¡solamente!) una escuela secundaria. (Después de la escuela secundaria, en Estados Unidos todo es póstumo). La narración es también profundamente musical, rítmica y alucinatoria en sus efectos: ¿qué novela sobre la escuela secundaria no lo sería?
Sin embargo, es difícil pensar que exista alguna novela similar a Broke Heart Blues. El editor de Oates afirma que está escrita en la “misma tradición” de Qué fue de los Mulvaney de la misma Oates, pero la narración de esta es más controlada, está escrita, de forma más segura y convencional, en primera persona. En los tiempos de la Reina de Persia de Joan Chase viene a la mente, pues está narrada en la primera persona del plural. Aunque la narración de Oates es muy diferente. En su circularidad (su movimiento tambaleante y su fusión de voces que vuelven a relatar la misma historia), se asemeja a una ronda. En su voz elaborada voz comunitaria, se asemeja a un coro, aunque es superior a un coro griego.
Francamente, es completamente mentira que John Reddy haya jamás pronunciado las palabras Ese será el día de mi muerte. Cualquiera que conociera a John sabía que era un individuo de pocas palabras, y nunca decía nada sofisticado. Cuando el resto de nosotros parloteaba y bobeaba continuamente como monos en una casa de monos, John Reedy tenía dignidad.
Aquí, el coro no entra y hace un comentario sobre la acción o aconseja al protagonista. El coro es la acción, es la única voz que cuenta, y se derrama hacia delante como un líquido (aquí están ausentes los párrafos prolijos y sólidos de los ensayos y la ficción más convencional de Oates), incluso si muta, incluso cuando repite y reexamina la misma información con una suerte de efecto extático y combinatorio. Por su tono y su suspenso, el coro es urgente y vibrante como el dramático final de Carmina Burana, pero con un poco de música pop de los cincuenta que añade sabiduría callejera y vigor.
Es una técnica que conjura y luego consume a su héroe, John Reddy Heart, lo rodea y lo exalta, y al mismo tiempo vuelve imposible cualquier retrato real de él. Ese es su punto. Ciertas formas oscuras de adoración. Un aparato de creación de fama local de escuela secundaria es, finalmente, temido y rechazado. (La celebridad inventada, alimentada por la energía erótica al mismo tiempo que la energía religiosa, según la describe Oates, no es por completo una histeria benigna). Este aparato devora lo humano en pos de un dios fantasmal; el coro de la comunidad de Oates prefiere una creación de su propia y grandiosa mente coral a cualquier cosa real. John Reddy Heart es acogido por la ciudad y por los medios: pero acogido como una idea oscura, un objeto mágico, un juguete poderoso, y de esa forma, finalmente, es también dejado de lado. La narración de Oates imita la foto que un compañero de clase intenta tomar de John Reddy Heart conduciendo por la ciudad: un “movimiento borroso por una ruta conocida… como el fondo en una foto en la que el primer plano, el tema, está ausente”.
El “tema” también está ausente, porque a pesar de toda su estridencia y diversión –una miríada de fragmentos sobre personas que no pueden dejar atrás a John Reddy Heart–, Broke Heart Blues es una historia sobre la segregación económica y las clases sociales en Estados Unidos. Esto se vuelve más explícito en la sección final del libro, donde no hay capítulos: los compañeros de la clase de la escuela secundaria de Willowsville a la que iba John Reddy Heart se reúnen para realizar un inventario de los logros de cada uno y volver a entrar en contacto con el adolescente que llevan dentro:
Fue un tiempo delirante. Fue un tiempo profundo. Un tiempo para celebrar y pensar: “Es como si en lo profundo de mi corazón todos ustedes fueran yo”. Un tiempo para la risa y la gratitud. Un tiempo divertido… pero también trágico. Un tiempo que ninguno de nosotros olvidará.
E históricamente, algo que sucede una sola vez en la vida: nuestra trigésima reunión de la clase de la secundaria de Willowsville.
–¿Quién crees que faltará este año?
–¿Quién faltará o quién estará muerto?
–Muerto y faltar son lo mismo.
Así comienza Oates pícaramente, con un tono de burla dickensiano, el recuento de “un récord de ochenta y siete de nosotros de una clase en la que se graduaron ciento treinta y cuatro”, que convergen “el primer fin de semana de julio en el pueblo de Willowsville. Llegamos por avión, en auto, casi a pie”. Quizás el estilo de la prosa la incitó a recordar los propósitos de Dickens como un retratista de la clase social, pero aquí los impulsos satíricos de Oates ya no son amables. Clase es una especie de juego de palabra, aunque reunión no lo sea. Y lo que Oates nos entrega es una espantosa colección de niños pudientes que crecieron para ocupar su lugar en el orden establecido. Los pájaros que volaron de vuelta hacia sus mimosos nidos son “triunfadores de alto perfil”: un magnate del software, un renombrado criminólogo y asesor del fiscal general, una estrella de cine, el presidente de una universidad, un famoso escritor, un poeta exitoso, un humorista gráfico para el Washington Post, etcétera.
Las chicas en su gran mayoría han regresado como “valientes y sonrientes mujeres rubias con piernas fibrosas por el golf y antebrazos fláccidos, cuellos que en unos años más necesitarán habilidosos arreglos de bufandas”. Los chicos regresan, quizás, con “cabezas como bulbos sonrojados y lisos, ojos de ostra, abrigos sport color guinda y suéteres blancos de red”. Son “rostros como almas perdidas que son tu propia alma… ¿sabes?”. Oates se divierte con todos ellos, especialmente con el poeta Richard Eickhorn, autor del poema “Felicidad: una elegía” (“Aplaudimos a Ritchie, estábamos orgullosos de Ritchie… ¡Estados Unidos necesita poetas!”) y la novelista Evangeline Fesnacht, autora de Crónicas de la muerte y ganadora de un premio nacional de literatura, cada uno de sus libros encuadernados “en rústica, por Dios”.
En la fiesta también se busca la distinción y se entregan premios (el cabello y la figura mejor conservados); el premio más controvertido es para “el individuo que hizo el uso más astuto de la ley de bancarrota desde la última reunión”. Solo una persona se queja por no haber sido invitada al asado del cerdo: “Es exactamente lo que los forasteros solían decir de Willowsville: ¡es una comunidad cerrada y privada! ¡Una comunidad de privilegios!”. El resto se involucra en un catálogo incesante de logros, hablando de forma vaga y despiadada sobre las difíciles vidas de los menos afortunados. La copresidente de la reunión dice, hablando con la misma voz que en su juventud: “Soy copresidente de este fin de semana y no voy a dejar que nada lo arruine. ¡Es nuestra vez número treinta, amigos!”.
Los festejos hacen que un deck de secuoya roja colapse, poco después de la medianoche y, por un breve lapso, se esperan verdaderos daños. Pero lo más probable es que solo haya un divorcio.
Mack Pifer se consideraba hacía mucho tiempo un “jugador duro” en el competitivo mundo de las aseguradoras médicas de alto riesgo, y él y Millie habían soportado las adolescencias extendidas de tres niños típicamente estadounidenses, pero sus nervios estuvieron cerca de rompérsele en esta fiesta.
–Incluso si el deck no hubiera colapsado, era muy probable que los Pifer se separaran pronto. La forma en que Millie bailaba con algunos de los tipos… en la secundaria nunca se había comportado así. No era solamente que hubiera estado bebiendo, nuestra Millie era sexy.
A las cuatro de la mañana, llega el pedido de media docena de pizzas. Lo entrega “un chico de ojos negros y grandes con una camiseta de Cornell que pasó entre nosotros con una precaución cómica, como Odiseo descendiendo al país de los muertos”.
¿John Reddy Heart fue a la reunión? La novela se niega a decirlo con exactitud. Lo que el lector sí sabe es que él está presente porque ha sido invocado espiritualmente: todo Willowsville ha salido a cenar en su memoria, lo ha transformado en alguna forma de pornografía, incluso los distinguidos escritores: quizás especialmente los distinguidos escritores. Sus compañeros han hecho peregrinajes a sus antiguas casas y lugares favoritos, incluso a los lugares donde estacionaba su auto. Se han permitido estremecimientos grupales y suspiros de pena. Pero aunque efectivamente ha vuelto, nadie logra