y My Life, Starring Dara Falcon, ambas injustamente subestimadas). En “Park City”, una joven recolecta secretos de otras personas y se prepara para hacer algo con ellos, cuida a Lyric, la hija de catorce años del novio de su hermana que tiene que asistir a un congreso de escritura de guiones. Mientras descansa en la piscina del hotel, Lyric es la voz de la clarividencia aburrida, una versión adolescente de un típico hombre de Beattie, que dice cosas como la siguiente de Utah: “Beber está en contra de sus creencias religiosas, pero, al mismo tiempo, piensan cosas que piensa la gente con delirium tremens”.
Esto es lo que Beattie mejor sabe: cuando juntas a distintas personas en un mismo espacio, siempre serán divertidas. Un cuento típico de Beattie tiene como consciencia controladora a una joven apagada, con algo de estrés postraumático, en compañía de personas más animadas que ella; pero su sensibilidad, aunque tiene una parte de romanticismo magullado, también funciona como una suerte de equipo de grabación. La joven lo está registrando todo.
En manos de otro escritor, esta situación podría volverse una historia fría y poco natural: un estilo de prosa sobrio que en otros escritores puede falsificar y achatar la naturaleza humana al simplificarla; esa naturaleza que Beattie siempre ha utilizado para complejizar más las cosas. Ningún otro escritor logra esa calidez y frialdad simultáneas. En su obra no hay ruidos estridentes ni colores fuertes; hay poco sobre el duelo, la ira, la pesadumbre y el aturdimiento. La suya es una paleta de colores pastel usados con compasión, y sus relatos son acuarelas de la más alta calidad. ¿A veces hay personajes parecidos en relatos distintos? Lo mismo puede decirse de cualquier escritor de cuentos que haya vivido sobre esta tierra. ¿El rango imaginativo parece limitado? Es el mismo rango limitado que a los estadounidenses les encanta llamar chéjoviano.
¿Cada nuevo relato de este libro pasará a la historia?
Con un libro tan generoso de una escritora tan talentosa preguntárselo sería algo vulgar.
(1998)
JONBENÉT RAMSEY POR LAWRENCE SCHILLER
Hay algo en el asesinato de una pequeña niña rica que desorganiza a todo el mundo. En el caso del homicidio de JonBenét Ramsey, primero estuvo la familia Ramsey, que puso torpemente en escena la nota de pedido de rescate y una llamada al 911. Luego estuvo la policía de Boulder, Colorado, que falló en preservar la escena del crimen. Luego estuvo la oficina del fiscal del distrito de Boulder, vacilante y detenida. Y ahora miren: acá viene el periodista Lawrence Schiller con su Perfect Murder, Perfect Town. Erratas, repeticiones, contradicciones, ningún brillo intelectual, ningún momento filosófico, ningún índice, ninguna foto. ¿Qué clase de libro de mierda es este?
Esencialmente, es un álbum de recortes armado con prisa a partir de materiales textuales que millones de detectives amateurs del caso de JonBenét Ramsey leyeron en los tabloides (y discutieron en internet). Es una sesión de revisión y un souvenir para los aficionados a las banalidades forenses. Al reunir seiscientas páginas de material no digerido, según sus propias palabras, Schiller ha intentado “crear el registro más preciso disponible para todos”. Pero esto solo sirve como un recordatorio de lo que admirábamos en otros textos sobre varios crímenes célebres: la narración inteligente. Más allá de la ficción posmoderna, el pegado exhaustivo de notas, recortes y declaraciones grabadas no hacen una narración, y es solo a través de la narración (con sus elementos de ambientación, tema, punto de vista, personajes; todo el trabajo autoral de actitud y selección) que nos sentimos cercanos de la importancia y verdad de algo. Un registro completo y acertado puede oscurecer la esencia de un tema: una narración, por otro lado, revela, apoya y contiene esa esencia. El apuro por juzgar, que Schiller critica de la gente, es simplemente un apuro por narrar: narración que los Ramsey, los fiscales y ahora el mismo Schiller fallarán en proporcionar públicamente o de forma efectiva (a pesar de que los Ramsey, habría que decirlo, sí lo intentaron).
En Mrs. Harris: The Death of the Scarsdale Diet Doctor, Diana Trilling fue capaz de ver una historia digna de la gran novela estadounidense, una historia tan rica como El Gran Gatsby en cuanto a la pasión y las implicancias sociales. Y la autora no guardó celosamente sus opiniones; criticó incluso la cruel cantidad de pomelo en la famosa dieta del doctor. En The Journalist and the Murderer, Janet Malcolm hizo del caso de Jeffrey Mac Donald una discusión brillante y culturalmente provocativa sobre la confianza y la decepción. Incluso Jonathan Hart –cuyos materiales de partida fueron el crimen corporativo y las tediosas maniobras legales– creó en Civil Action un conmovedor drama humano. Algo que jamás habría logrado si meramente se hubiera propuesto construir un registro preciso y no prejuicioso (léase “indiscriminado”).
Pero tal vez el caso Ramsey sea un torbellino imposible de elaborar. Está repleto de los ingredientes de una broma grotesca o un misterio gótico. (La pequeña Miss Christmas fue encontrada, el 26 de diciembre de 1996, apaleada y agarrotada en la “gruta” de su propia casa. Tenía un corazón rojo pintado en la mano). Pero a pesar de que la broma y el misterio están ambos hechos de incongruencias, las incongruencias de una broma hacen que rápidamente te sientas despedido; las incongruencias de un misterio, no. Es posible que un misterio irresuelto no te expulse en absoluto, pero te empujará para siempre hacia el agujero negro de sus contradicciones. Esto podría explicar el número asombroso de páginas de internet y chat rooms sobre JonBenét y la cantidad de conjeturas en general. Uno se deja atrapar.
Dado que Schiller se niega a realizar la más mínima hipótesis, nos deja el trabajo a nosotros, lectores promedio, ciudadanos amables. Lo que puede decirse con cierta seguridad es que el corazón del misterio es Patsy Ramsey: ingenua, ambiciosa y sin ningún talento teatral. Cuando Meryl Streep dice “un perro dingo se llevó a mi bebé” (¿un dingo?), le creemos. Pero hay pocas cosas que Patsy Ramsey haya expresado o declamado que convenzan a nadie de nada. Incluso en los concursos de belleza donde hacía competir a JonBenét señalaban su juicio estético incorrecto. “Exageraba”, notó un observador. En una ocasión vistió a su hija completamente de plumas, haciendo que incluso ese público la desaprobara por ser demasiado sexy para su edad. La de Patsy es una historia de vanidad desorientada y mal calculada. Su compulsión por exhibir no solo condujo a enormes fiestas con árboles de Navidad en cada cuarto, con las puertas de los placares de los dormitorios abiertas para que se los escrutara, sino también a la alteración cosmética y a la exhibición de su pequeña hija ante un mundo de concursos de belleza poco seguro. Patsy Ramsey atizó su interés por los medios y la industria del espectáculo incluso cuando estaba haciendo el duelo por su hija. Con la ayuda de un representante de prensa y una congregación que no sabía lo que hacía, coreografió un viaje de varias familias de su iglesia ante las cámaras. Llamó por teléfono a Larry King al aire. En respuesta a la muerte de Diana, la princesa de la gente, declaró fervientemente a su propia hija como la princesa de los estadounidenses.
¿Mató a su hija en un mezquino acto de furia? ¿La mató por accidente? ¿Atrapó a su marido abusando de la niña? ¿O (y esto sería lo más terrorífico) la mató como una ofrenda religiosa que sintió le era solicitada, un sacrificio debido a Dios (conforme al Salmo 118, en el que la Biblia de los Ramsey estaba perpetuamente abierta), porque había sido curada milagrosamente de cáncer de ovario nivel IV? Todo parece dudoso. Patsy nunca había sido una persona entregada a la violencia o a la ira parental. A pesar de que sus palabras no parezcan auténticas, su dolor sí lo parece. Aunque haya puesto a sus propios hijos en peligro, sus errores están muy lejos del homicidio.
El señor Schiller señala (o más bien, repite) que ninguna teoría (intruso, padre, madre, hermano) da cuenta de toda la evidencia. Pero si combinamos las teorías, como en Asesinato en el expreso de Oriente, de Agatha Christie, donde todos los sospechosos terminan siendo culpables, es posible elaborar una hipótesis bastante satisfactoria. Es decir, un intruso conocido, trabajando en asociación con el hermano, mató a la niña en alguna clase de juego sádico y los padres (con la película Rescate de Ron Howard todavía fresca y recordando la obra de teatro que había escrito su vecino sobre una pequeña niña que es asesinada en el sótano de su casa) tuvieron que cubrirlo. Esto explica el arma de electrochoque, la escenificación sexual, la alianza de los padres, el extraño afecto del muchacho (con quien la pequeña niña solía dormir) y otras evidencias