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E-Pack Se anuncia un romance abril 2021


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de trabajo.

      Pero en lo que se refería a su objetivo ya no estaba tan segura. La velada había sido deliciosa, pero de alguna manera le hacía desear que fuera real.

      No, no estaba preparada para llegar tan lejos. El anillo seguiría en su bolso un poco más.

      Miró por encima del hombro al tiempo que un coche pasaba por la calle.

      –Gracias por la cena. Has conseguido que deje de pensar en el trabajo durante un par de horas.

      Los negros cabellos de Jason relucían bajo la luz de las farolas.

      –Tienes que alimentarte bien. Me alegra haber sido de utilidad.

      Lauren metió la llave en la cerradura.

      –¿No vas a usar mi comentario para insistir en ese compromiso de conveniencia?

      –Ya sabes lo que pienso. ¿Qué más se puede decir? –la siguió al vestíbulo del edificio, como si no tuviera ninguna prisa por despedirse–. Antes de que me eches, tengo que asegurarme de que llegas sana y salva a tu apartamento.

      –¿Sana y salva? –preguntó ella. En el pasillo resonaban las voces de una pareja y de la anciana del segundo A que llamaba a su perro. ¿Qué peligro iba a correr allí?

      –Alguien tiene que protegerte de ese animal –dijo él con una sonrisa. La sombra de una barba incipiente le confería un aire de chico malo, así como el brillo de sus ojos.

      Ella puso una mueca y empezó a subir la escalera, intentando no pensar en cómo le sentarían los tres largos tramos de escalones cuando estuviera en el noveno mes de embarazo.

      Jason la siguió, haciendo crujir los escalones de madera bajo su peso.

      –No te estoy pidiendo un café ni nada. Aunque si me invitas, te llevaré en brazos y te haré pasar una noche que jamás olvidarás.

      –Había olvidado lo persuasivo que puedes llegar a ser.

      –Yo, en cambio, no había olvidado lo bien que hueles –dijo él–. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me gusta tu olor a flores? –bajó la cabeza–. Si te llevé a ese restaurante fue por mí tanto como por ti.

      –La cena estuvo muy bien, y te agradezco que eligieras un lugar tan bonito, pero no me gusta que me manipulen. Y admito que tú me desconciertas más que nadie.

      Los ojos de Jason se rodearon de arrugas al sonreír.

      –A veces me olvido de que los dos trabajamos en lo mismo.

      –Sólo te pido que seas sincero conmigo.

      –Ya lo soy.

      ¿Podría ella creerlo? Se apoyó de espaldas en la puerta y escudriñó sus ojos en busca de sus pensamientos. Lo que encontró en ellos fue… pasión. No se sorprendió, pero tampoco sabía cómo reaccionar.

      Antes de que pudiera pensar en lo que hacía, alargó una mano para sacudirle la nieve derretida de la solapa. Los músculos del pecho se tensaron bajo su tacto, y a Lauren se le aceleró frenéticamente el pulso.

      Ahogó una exclamación y se llevó una mano al vientre.

      –¿Estás bien? –le preguntó él con el ceño fruncido, poniéndole una mano en la espalda–. Dame la llave para que abra yo. Necesitas tumbarte.

      –Estoy bien, muy bien –respondió ella, apartándose antes de ceder a la tentación. Afortunadamente, una patadita del bebé la había devuelto a la realidad–. Nuestro pequeño está practicando el charlestón.

      Jason bajó la mirada a su vientre. La forma de reprimirse para no pedir lo que realmente deseaba hizo que Lauren se lo ofreciera.

      –¿Quieres sentirlo?

      Él asintió bruscamente, y ella agarró su mano y se la puso en el vientre.

      –No sé si podrás sentirlo… aún es muy pronto –de ninguna manera iba a permitirle que le tocara el vientre desnudo–. Espera… un poco a la izquierda… Justo aquí.

      Los ojos de Jason se abrieron como platos. La miró un instante y volvió a bajar la vista al estómago.

      –Creo que… Sí, lo siento.

      –A veces me quedo tumbada en la cama, sintiendo cómo se mueve, y de repente me doy cuenta de que he pasado así una hora. Es increíble, ¿verdad?

      –No sabía lo que se sentía. Nunca he… –volvió a mirarla y le sostuvo la mirada–. Gracias.

      Todos los ruidos se apagaron a su alrededor. Las voces de la otra pareja, el ladrido del perro, todo quedó ahogado por el pulso que latía ensordecedoramente en sus oídos. Entrelazó los dedos con los de Jason y pensó cómo sería dar rienda suelta a la atracción.

      Se puso de puntillas y se acercó a su rostro. Él sólo necesitaba agacharse ligeramente. Sólo un beso. Nada más. Un simple roce de su boca contra la suya. Podía sentir la caricia de su aliento, avivando la intensidad del deseo. ¿Por qué preocuparse de las consecuencias?

      Le atrapó el labio con los dientes. Él emitió un débil gruñido y la besó con toda su boca, aunque fue imposible saber quién se abrió primero a quién. Se habían besado en el despacho de Lauren, antes de acabar en el sofá. Pero aquel beso, aunque apasionado, no podía compararse al de ahora. Había algo maravillosamente romántico en besarse con el hombre que la había llevado a cenar.

      Le palpó los cabellos, muy cortos y mojados por la nieve. Jason olía a invierno y al orégano del restaurante.

      –Lauren –susurró él, repartiéndole besos por la mejilla y la oreja–, no podemos hacer esto en el rellano de la escalera… ¿Quieres que entremos?

      ¿Quería meterlo en casa? Se arqueó ligeramente hacia atrás para mirarlo a la cara. Entonces la puerta del apartamento se abrió de golpe y ella dio un respingo. Jason se colocó delante de ella como si quisiera protegerla. Lauren sintió que se le tensaban los músculos de la espalda bajo sus dedos. Se atrevió a mirar por encima del hombro de Jason y lo que vio le hizo poner una mueca de espanto.

      –¿Mamá?

      Capítulo 4

      De pie frente a su madre en el umbral, Lauren intentó que no la dominara el pánico. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que aquellos ojos maternales advirtieran el bulto bajo el jersey? Por primera vez, se lamentó de no haber informado a sus padres del embarazo.

      Los remordimientos no le servirían de nada. Tenía que manejar la situación de la mejor manera posible, empezando por evaluar el estado anímico de su madre a partir de su atuendo.

      Jacqueline Presley siempre había dado una extraña imagen entre vanguardista y estudiante universitaria. En aquella ocasión llevaba un traje de Chanel de color ciruela con unos lagartos de rubí trepando por la solapa de la chaqueta. Una capa de color esmeralda con flecos plateados colgaba descuidadamente de un brazo.

      Lauren se preguntó cómo habría conseguido superar al portero para acceder, no sólo al edificio, sino también a su apartamento, pero tampoco le importaba mucho. Tenía otras preocupaciones más acuciantes.

      La ropa de su madre insinuaba un buen estado de ánimo, pero el pelo alborotado, las uñas rotas y las manos temblorosas indicaban todo lo contrario. No eran signos muy reveladores, pero hacía mucho que Lauren había aprendido a interpretar correctamente todas las señales y a estar preparada para cualquier cosa.

      Mientras pensaba algo que decir, Jason se adelantó y extendió la mano.

      –Hola, señora Presley. Soy Jason Reagert.

      –¿Reagert? –le estrechó la mano y meneó un dedo en el aire–. ¿Es familiar de J. D. Reagert, de Reagert Comm?

      La sonrisa de Jason se tensó visiblemente.

      –Es mi padre, señora.