Renee Maddox. He venido a ver a Flynn.
Los ojos de la chica se abrieron como platos.
–Yo soy Shelby, señora Maddox. Flynn me dijo que vendría. Es un placer conocerla por fin.
–Gracias. Lo mismo digo, Shelby. ¿Puedo ver a Flynn o está ocupado?
–No tiene ninguna reunión en estos momentos, pero lo llamaré enseguida para informarlo de su llegada.
Antes de que pudiera marcar el número, una bonita mujer pelirroja y embarazada salió de las oficinas.
–Lauren, ésta es Renee, la mujer de Flynn –le explicó Shelby, como si no pudiera contenerse.
La recién llegada se detuvo y sonrió.
–Hola, Renee. Soy Lauren, la mujer de Jason.
Renee se estrujó los sesos, pero no recordaba tal nombre.
–¿Jason? Tendrás que perdonarme, pero hace… mucho que no vengo por aquí. He estado viviendo en Los Ángeles.
–Yo también soy nueva aquí. El mes pasado vine de Nueva York. Jason es uno de los publicistas de la empresa. Tendremos que quedar alguna vez para comer juntas.
Lauren parecía sincera y amistosa, y Renee pensó que le vendría bien hacer amigos en Los Ángeles. No quería repetir el error de aislarse en casa de Flynn. Además, una persona como Lauren, con contactos dentro de la empresa, podría darle una idea de cómo era la vida de Flynn.
–Me encantaría.
–Estupendo. ¿Puedo llamarte a casa de Flynn?
–Claro. Y también al móvil, por si estoy fuera –sacó una tarjeta de visita del bolso y se la tendió a Lauren–. Quiero abrir una sucursal de mi negocio de catering, por lo que en los próximos días supongo que estaré de un lado para otro.
–Vaya, otra cosa que tenemos en común… Yo también voy a abrir una sucursal de mi negocio de diseño gráfico. Tenemos mucho de qué hablar, pero ahora tengo que irme o llegaré tarde a una cita. Te llamaré, ¿de acuerdo?
–Lo estoy deseando.
Lauren se metió en el ascensor y las puertas se cerraron tras ella. La recepcionista parecía haberse quedado absorta con la conversación, y dio un respingo al recordar que tenía que llamar a Flynn.
–Enseguida lo aviso.
–No te molestes. Iré a verlo a su despacho.
Se dirigió hacia el rincón que tantas veces había visitado, salvo que en aquella ocasión el corazón le latía de miedo en vez de excitación. Si Flynn había cambiado de despacho, se encontraría en una situación muy embarazosa.
La silla de la secretaria estaba vacía, pero en la placa de la mesa seguía figurando el nombre de Cammie, así que al menos no había cambiado de ayudante. Cammie trabajaba para él desde el día que Flynn entró en la empresa, y a Renee siempre le había gustado.
Abrió la puerta del despacho y lo que vio la hizo detenerse en seco. Intentó tomar aire, pero un nudo en el pecho se lo impedía.
Flynn no estaba solo. Una mujer pelirroja estaba con él, abrazada a su cuello.
«No estás celosa».
Sí, claro que lo estaba.
Y aquello no presagiaba nada bueno para su salud mental ni para el carácter temporal del compromiso.
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