que había al otro lado, pero sí se podía apreciar que no era tan alta como Flynn. ¿Quién podía hacer una visita tan temprano?
Abrió la puerta y se encontró con su suegra. Un profundo disgusto se apoderó de ella nada más verla, pues no había una manera cortés de describir a Carol Maddox.
–Hola, Carol.
La madre de Flynn, rubia y espantosamente delgada, esbozó una mueca de desdén a pesar del botox que le inmovilizaba el rostro.
–Así que es cierto… Has vuelto.
–Sí –una sola palabra no debería provocarle tanta satisfacción, pero la madre de Flynn la había hecho sentirse mal tantas veces que se regodeó con la certeza de haberle estropeado el día… e incluso toda la semana.
Carol la miró de arriba abajo con desprecio, desde el pelo enmarañado y el rostro sin maquillar hasta los vaqueros viejos y los pies descalzos con las uñas sin pintar. Por último, miró la taza que Renee aún llevaba en la mano.
–Me gustaría tomar una taza de café… Si es que has aprendido a hacer un café decente, claro está.
Renee estuvo a punto de soltarle una grosería, pero se mordió la lengua para no ponerse al mismo nivel que Carol.
–Pasa, pero si esperas algo como Kopi Luwak te vas a llevar una decepción –le advirtió, refiriéndose al café más caro del mundo.
La condujo a la cocina en vez de al salón, donde siempre la recibía en el pasado. Sin la menor ceremonia, llenó una taza normal y corriente en vez de usar la porcelana china y la llevó a la mesa con el azúcar y el cartón de leche.
En los negocios era fundamental la presentación, pero no tenía sentido intentar impresionar a Carol. Hiciera lo que hiciera, nunca era suficiente. Renee había aprendido la lección hacía mucho.
Carol se preparó el café con exagerada teatralidad, tomó un sorbo y dejó la taza con una mueca de asco.
–¿Qué pretendes volviendo a la vida de Flynn, ahora que finalmente ha encontrado a una mujer apropiada para él?
Renee se quedó tan horrorizada que durante unos segundos no supo cómo reaccionar. Intentó convencerse a sí misma de que no eran celos lo que le abrasaba el estómago. No tenía ningún derecho a estar celosa de la nueva novia de Flynn. Para tener celos tendría que sentir algo por él. Y ella ya no sentía nada…
–¿En serio?
–Sí. Estás perdiendo el tiempo y le estás haciendo perder a él el suyo. Ella pertenece a nuestra misma clase. Tú no.
–¿Te refieres a una clase rica, grosera y que no duda en apuñalar por la espalda?
Las palabras salieron de su boca antes de poder detenerlas. Una parte de ella no podía creer que hubiera sido capaz, pero otra parte se enorgullecía de haber respondido al ataque. Con Carol era imposible mantener la calma. Renee se había esforzado al máximo por intentar agradar a su suegra, y sólo había conseguido un desprecio absoluto.
Carol la miró con ojos muy abiertos, pero enseguida los entornó y adoptó una expresión pensativa.
–Parece que al fin tienes agallas… Admirable, pero llegas tarde. Vas a perder a Flynn igual que lo perdiste antes. Él quiere a Denise y piensa casarse con ella.
El estómago de Renee era un caldero de sentimientos envenenados. Odio, no era más que odio, se dijo a sí misma. Odio hacia aquella mujer cruel y aborrecible.
–Eso puede ser un poco difícil, ya que Flynn sigue casado conmigo… Nunca llegó a firmar los papeles del divorcio.
Carol endureció aún más sus pétreos rasgos.
–Seguro que no fue más que un descuido. Puede que lo estés distrayendo un tiempo, pero tarde o temprano verá la fulana oportunista que eres.
Renee se clavó las uñas en las palmas para intentar refrenarse. Quería gritarle a aquella arpía lo que pensaba de su pretencioso linaje, pero le había prometido a Flynn que la reconciliación parecería real.
Durante su matrimonio, tenía tanto miedo de perder a Flynn o de volverlo contra ella, que nunca le habló de los insultos que recibía de su madre. Pero esa posibilidad ya no le preocupaba. De hecho, si iban a romper definitivamente, sería mejor hacerlo antes de que ella invirtiera su tiempo y dinero en expandir el negocio, y naturalmente, antes de quedarse embarazada.
–Para que lo sepas, Carol, fue Flynn el que vino a buscarme y el que me propuso volver a esta casa. Ha hecho estos planos para transformar el sótano en mi lugar de trabajo –señaló los bocetos–. Y me ha pedido que tenga un hijo con el. Estamos discutiendo si buscarlo enseguida o esperar un poco, ya que hemos pasado siete años separados.
–Mientes.
–Te estoy diciendo la verdad. Vamos a hacerte abuela… La abuelita Carol. ¿Qué te parece?
El espanto que reflejaron sus ojos no pudo alterar los músculos químicamente paralizados de su rostro, pero por su expresión, parecía haber inhalado algo pestilente.
–Si Flynn te importa algo, volverás al lugar que te corresponde y dejarás que él sea feliz con Denise. Él la quiere –repitió–, y los planes de boda ya están en marcha.
El dardo se clavó de lleno en su objetivo.
«No dejes que te afecte».
–Y si a ti te importa algo tu hijo, te guardarás tus comentarios para ti. Porque te lo advierto, Carol, si te atreves a emplear tus sucias tretas contra mí, no dudaré en contarle a Flynn lo mal que me has tratado siempre.
–Puedes contármelo ahora –dijo Flynn desde la puerta del sótano. Renee dio un respingo y se giró con una mano en el pecho.
–Flynn… No te había oído entrar.
–He entrado por el sótano. Pensé que seguirías allí, examinando los planos –se acercó a ella, mirándola sin pestañear. Ni siquiera pareció advertir la presencia de Carol–. Explícame a qué te refieres con las sucias tretas de mi madre.
Renee puso una mueca.
–¿Cuánto tiempo llevas escuchando?
–Lo suficiente para saber que me ocultaste algo durante nuestro matrimonio. Algo importante que vas a contarme ahora. Puedes empezar.
Ella no era una chivata. Lo había dicho en un arrebato de bravuconería, y la mirada altiva de Carol le dijo que su suegra no la creía capaz de contar la verdad. Pero si Renee no cumplía con su amenaza, Carol volvería a pisotearla sin piedad.
«Habla ahora o calla para siempre».
Flynn nunca se había llevado bien con su madre, pero aun así… se trataba de su madre.
Finalmente optó por la diplomacia.
–Tu madre nunca aprobó nuestro matrimonio –dijo, lo cual no era ningún secreto–. Recuerda que celebramos nuestra boda en Las Vegas porque ella intentó convencerte de que no te casaras conmigo.
–¿Fue grosera contigo?
Renee volvió a dudar. No podía echarse atrás sin dejarse avasallar por su suegra.
–Sí, lo fue. Y en más de una ocasión insinuó que si te quedabas en la oficina hasta tarde era porque estabas con otra mujer. Hace un momento me ha dicho que estabas enamorado de una tal Denise y que yo debía dejarte en paz para que pudieras casarte con ella.
–¿Qué? –la expresión de Flynn no dejó lugar a dudas. Su madre mentía.
–¿No es cierto? –se atrevió a preguntarle Renee, sólo para estar segura.
–Pues claro que no. ¿Cómo podría hacer eso si aún estoy casado contigo? –cubrió la distancia que los separaba y, rodeándole la cintura con un brazo, la apretó contra él y la besó con una ternura tan exquisita que a Renee le flaquearon