la mano. Seguro que puedes soportarlo para guardar las apariencias, ¿verdad?
–Supongo.
Él aspiró el olor familiar de su perfume Guccy Envy Me. Le gustaba tenerla pegada a él, y quería entrelazar las manos en sus largos cabellos rubios y besarla hasta que se derritiera contra su cuerpo. Pero para eso tendría que esperar a que Renee estuviera más receptiva. El beso anterior había respondido a la pregunta más importante: seguía habiendo química entre ellos, lo que suponía un buen comienzo para enmendar lo que se había roto.
Sintió la tensión que despedían los dedos de Renee y buscó la manera de distraerla.
–He buscado algunos inmuebles por la zona.
–¿Y?
–Hay donde elegir, pero todo depende de tu presupuesto. Te enseñaré lo que he encontrado cuando volvamos, junto a las ideas que tengo para el sótano.
El rostro de Renee se iluminó de interés.
–¿Qué has decidido hacer en el sótano?
–Tendrás que esperar a que lleguemos a casa.
–Por favor… –le suplicó ella con una sonrisa, pero enseguida se puso seria. Sin duda estaba acordándose de las ocasiones en que él la había provocado hasta el límite de la excitación para luego hacerla suplicar clemencia.
Flynn empezó a excitarse por el recuerdo y se concentró en lo que pensaba enseñarle después de la cena. Los planes para el negocio de Renee lo habían llenado de un entusiasmo que no experimentaba hacía mucho tiempo. A punto estuvo de revelárselos cuando ella le preguntó por un espacio apropiado para el negocio, pero antes tenía que agasajarla con buena comida, buen vino y buenos recuerdos, para que estuviera lo más receptiva posible.
Entraron en el restaurante y fueron recibidos por Mama Gianelli, a la que Flynn había enviado un mensaje para avisarla. Ella y Renee se habían conocido años antes, cuando Renee le pidió consejo para una receta.
Mama Gianelli chilló de gozo al verla y se lanzó hacia ella para abrazarla y besarla en las mejillas.
–Me llevé una gran alegría cuando Flynn me pidió que os reservara una mesa. Estoy muy contenta de que hayas vuelto al lugar al que perteneces, Renee. Te he echado mucho de menos, a ti y a tu encantadora sonrisa.
Por primera vez desde que volvió a entrar en la vida de Flynn, Renee esbozó una verdadera sonrisa. Por desgracia, no iba dirigida a él.
–Yo también te he echado de menos, Mama G.
–Y este señorito no ha estado comiendo nada bien –dijo Mama G, señalando a Flynn con un gesto de reproche–. Míralo. Está en los huesos.
Flynn se incomodó, pero entonces se encontró con la escrutadora mirada de Renee y su cuerpo experimentó una reacción muy distinta.
Mama G enganchó su brazo con el de Renee.
–Vamos. Tengo preparada vuestra mesa.
Flynn siguió a las dos mujeres hacia un rincón del fondo, deleitándose con el bonito trasero de su esposa. Renee había ganado un poco de peso desde la separación, pero lo tenía muy bien repartido y su jersey blanco y pantalones grises realzaban su magnífica figura, excitando a Flynn como ninguna otra mujer lo había excitado en los últimos años.
–Os llevaré una botella de tu Chianti favorito –dijo la signora Gianelli.
–Para mí no, gracias –rechazó Renee.
Flynn se sorprendió por su negativa a tomar vino, pero decidió seguirle la corriente.
–Para mí tampoco.
Mama Gianelli se alejó y Renee abrió el menú. A Flynn le extrañó, pues Renee siempre había pedido lo mismo en aquel restaurante, alegando que en ninguna otra parte hacían unos manicotti de espinacas tan deliciosos. Quizá fuera una forma de intentar ignorarlo…
–¿No vas a pedir lo de siempre?
–Me apetece probar el pollo con gambas y mozzarella cubierto con salsa de limón –respondió ella sin mirarlo.
–Menudo cambio…
Ella asomó la mirada por encima del menú.
–He cambiado, Flynn. Ya no soy la ratita muerta de miedo que siempre intenta complacer a todo el mundo.
A Flynn le pareció notar un tono de advertencia en sus palabras.
–Todos cambiamos, Renee, pero en el fondo seguimos siendo los mismos.
La nieta de los Gianelli se acercó a la mesa para tomar nota. Flynn esperó a que se marchara y levantó su vaso de agua.
–Por nosotros y por nuestra futura familia.
Renee dudó un momento y levantó su vaso.
–Por el bebé que quizá podamos concebir.
A Flynn no se le pasó por alto el «quizá», pero prefirió no hacer ninguna observación y le agarró la mano por encima de la mesa. Ella se puso rígida al instante.
–¿Es necesario que me toques?
–Siempre nos agarrábamos de la mano mientras esperábamos la comida.
Ella siguió tensa, pero no intentó retirar la mano.
–¿Por qué es tan importante dar una imagen de pareja feliz?
No era la conversación íntima y relajada que él había planeado, pero comprendía que Renee necesitara conocer los hechos.
–Por culpa de la crisis económica las empresas están recortando drásticamente su presupuesto publicitario, por lo que la competencia es más encarnizada que nunca. Nuestro mayor rival, Golden Gate Promotions, intenta robarnos la clientela empleando métodos poco limpios.
–¿Como cuáles?
–Athos Koteas, el dueño de la empresa, está empeñado en destruirnos. Y para ello nos mostrará como una empresa inmoral, inestable e indigna de confianza.
–¿Cómo puede hacer eso?
–Difundiendo toda clase de rumores e insinuaciones. No sabemos de dónde saca la información, pero todo parece indicar que hay alguien infiltrado dentro de nuestra empresa. Algunos de nuestros mejores clientes son personas ultraconservadoras, y no dudarán en irse a la competencia ante el menor atisbo de escándalo. No pueden permitirse que los relacionen con una empresa donde haya asuntos turbios. Por eso nadie puede saber la verdad que se oculta tras este compromiso.
–Pero eso es como vivir en una burbuja de cristal, Flynn. No se puede mantener en secreto indefinidamente.
–Athos Koteas tiene setenta años. No vivirá para siempre. Pero ya está bien de hablar de mi trabajo.
–Me gusta oírte hablar de tu trabajo. Nunca hablabas de ello…
–Ya tenía bastante durante el día. No quería acordarme del trabajo por la noche –arguyó él, pero Renee tenía razón. Cuando trabajaba en Adams Architecture le gustaba tanto lo que hacía que a menudo se lo contaba a Renee durante la cena–. ¿Cómo está Lorraine?
Ella lo miró con severidad, pero se encogió de hombros y aceptó el cambio de tema.
–Igual que siempre. Trabaja en un restaurante de cinco tenedores en Boca Raton.
–¿Sigue cambiando de trabajo cada dos por tres?
Renee asintió.
–Se marcha de un sitio en cuanto se lleva mal con alguien.
–Es lo malo de su alcoholismo. Tienes mucha suerte de haber contado con tu abuela para disfrutar de un entorno más estable –le acarició la palma de la mano con la uña del pulgar. Ella retiró la mano y volvió a agarrar el vaso de agua, pero Flynn vio como se le ponía la piel de gallina–. Tienes muy buen aspecto, Renee. Parece que