de su abuela. Había días en los que sentía que su abuela velaba por ella, lo cual no era extraño. Emma había sido para ella una madre más que una abuela. Fue en quien se apoyó tras abandonar a Flynn, cuando llegó a aquella casa con el corazón destrozado, Emma la recibió con los brazos abiertos y le ofreció su casa todo el tiempo que fuera necesario.
–¿Dónde quieres que deje la nevera? –le preguntó Flynn.
–En el suelo, delante del frigorífico –metió rápidamente los diez kilos de gambas y los seis filetes de salmón en el enorme frigorífico Sub–Zero y se lavó las manos antes de volverse hacia él–. Bueno… ¿vas a decirme qué problema había en pegar en un sello en un sobre con los papeles del divorcio?
–Brock creyó que nos hacía un favor al darnos tiempo para que lo meditásemos con calma, y guardó los papeles en un cajón.
–¿Durante seis años?
–Y en ese cajón habrían seguido si no hubieras intentado hacerte con mi esperma –entornó la mirada y se apoyó con los brazos cruzados en la encimera–. Así que aún quieres tener un hijo mío…
El tono de su voz la hizo ponerse en guardia.
–Quiero tener un hijo –recalcó–. Y tú eras el único donante de semen al que conocía.
–¿Pensabas tenerlo sin decirme nada?
Ella puso una mueca.
–Puede que no fuera la decisión más acertada, pero después de examinar a los otros posibles donantes albergaba demasiadas dudas. Claro que ahora que te has negado tendré que recurrir a cualquier candidato anónimo.
Él la miró fijamente y sin pestañear.
–Eso no será necesario.
–¿Qué quieres decir?
–Renee… siempre he querido que tuvieras un hijo mío.
–Eso no es verdad. Te lo pedí hace siete años. Mejor dicho, te lo supliqué. Y tú te negaste.
–No era el momento. Intentaba adaptarme a mi nuevo trabajo.
–Un trabajo que odiabas y que te convirtió en un desgraciado.
–Mi hermano y la empresa me necesitaban.
–Y yo también, Flynn. Necesitaba al hombre del que me enamoré y con el que me casé. Estaba dispuesta a ayudarte a superar la pérdida de tu padre, pero no podía quedarme al margen y ver cómo ese trabajo acababa contigo. Renunciaste a tu sueño de convertirte en arquitecto y te convertiste en un extraño taciturno y reservado. No hablábamos ni hacíamos el amor, y apenas ponías un pie en casa.
–Estaba trabajando, no engañándote.
–Ver como nuestro amor moría fue más de lo que podía soportar.
–¿Cuándo murió?
–Dímelo tú –cuando Renee recurrió al alcohol para ahogar su desgracia supo que, por mucho que amara a su marido, acabaría igual que su alcohólica madre si no salía de aquella relación. Si permanecían juntos, Flynn acabaría odiándola igual que los amantes de su madre la habían ido despreciando a lo largo de los años.
Renee recordaba vivamente las peleas, los portazos, los coches alejándose y esos «tíos» a los que nunca volvía a ver. Ella no podía pasar por lo mismo, y jamás criaría a un hijo en un ambiente similar.
–Te amé hasta el día en que me dejaste –le dijo Flynn–. Podríamos haber hecho que funcionara, Renee, si nos hubieras dado una oportunidad.
–No lo creo. Tu trabajo te consumía por completo –intentó sacudirse los malos recuerdos–. Haré que mi abogado prepare otra vez el papeleo. Al igual que antes, tampoco ahora quiero nada de ti.
–Salvo mi hijo.
Otro sueño perdido. En una ocasión habían hablado de tener una familia numerosa. Renee quería tener tres o cuatro hijos, porque odiaba haber sido hija única.
–Como ya te he dicho, buscaré otro donante.
–No tienes porqué hacerlo.
A Renee le dio un vuelco el corazón.
–¿Qué quieres decir?
–Puedes tener un hijo mío.
Ella se obligó a respirar a través del nudo que se le había formado en el pecho.
–En la clínica me dijeron que habían destruido tu muestra. ¿Vas a hacer otra donación?
–No me refiero a una muestra de esperma congelado ni a la inseminación artificial.
–¿Qué sugieres entonces, Flynn? –preguntó ella sin poder evitar que le temblara la voz.
–Te daré un hijo… de la forma habitual.
La idea de volver a hacer el amor con Flynn la dejó tan anonadada que tuvo que apoyarse en la encimera. Pero al mismo tiempo sintió un atisbo de deseo. Era innegable que se habían compenetrado a las mil maravillas en la cama y que con ningún otro hombre podría sentir nada parecido. Pero de todos modos no podía arriesgarse.
–No, esa opción es imposible. Nunca he tenido sexo por sexo, y no voy a empezar ahora.
–No sería sexo por sexo, ya que aún estamos casados Sé lo mucho que te afectó no saber quién era tu padre. De esta manera sabrás quién es el padre de tu hijo, y además dispondrás de mi historial médico.
La tentación era demasiado fuerte y peligrosa.
–¿Por qué harías algo así?
–Tengo treinta y cinco años. Es hora de pensar en los hijos.
Un nuevo temor asaltó a Renee.
–No busco a alguien para que forme parte de la vida de mi hijo.
–¿Cuánto tiempo dedicas a tu negocio de catering? ¿Cincuenta, sesenta horas a la semana? ¿Cuándo tendrás tiempo para ser madre?
¿Acaso Flynn la había estado espiando?
–Sacaré tiempo.
–¿Igual que hizo Lorraine?
Renee puso una mueca de dolor.
–Eso es un golpe bajo… incluso viniendo de ti, Flynn.
Su madre había trabajado como jefa de cocina en los mejores restaurantes de Los Ángeles para luego volver a casa a beber hasta perder el sentido. Como suele pasar con los alcohólicos, nadie, salvo su familia, se enteraba de su estado. Su madre supo ocultarles su alcoholismo a sus empleados y al resto del mundo.
–Será más sencillo educar a un hijo en común, sin contar que sería mucho más beneficioso para el niño. Además, sería una buena medida de seguridad, por si acaso nos sucede algo a alguno de los dos.
Renee se echó hacia atrás, horrorizada.
–Puede que sigamos casados, pero no vamos a seguir así.
–Quiero estar a tu lado durante el embarazo y durante el primer año de vida del bebé. Después de eso podemos ir cada uno por nuestro lado, siempre que mantengamos la custodia compartida. Y dejaremos la puerta abierta para que nuestro hijo tenga los hermanos que tú nunca tuviste.
–¿Más hijos? ¿Te has vuelto loco? –exclamó, aunque tenía que admitir que la idea la tentaba poderosamente.
–Quiero ser padre, Renee. Quiero formar una familia.
–¿No tienes ninguna amiguita que pueda…?
–Yo podría hacerte la misma pregunta. ¿Hay algún hombre en tu vida?
–No salgo con nadie –estaría loca si volviera a arriesgar mi corazón y mi salud. Sacudió la cabeza y se alejó al otro lado de la cocina–. Gracias por tu generosa oferta, pero me quedaré con mi catálogo