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E-Pack Se anuncia un romance abril 2021


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      Entonces la asaltó una pregunta. Su madre tenía el valor suficiente para encauzar su vida y buscar la felicidad, ¿por qué no ella? Se enderezó en el asiento y el móvil cayó a su regazo. No quería marcharse de San Francisco. No quería abandonar a Jason. Era su mujer, estaba embarazada de su hijo y lo amaba.

      Teniendo en cuenta todo eso, ¿por qué huía de la promesa de una vida en común? Él no le había dicho que la amaba, pero ¿se había molestado ella en preguntárselo? ¿Acaso le había confesado ella sus sentimientos?

      Observó por la ventanilla la ciudad que apenas había empezado a conocer. Un todoterreno en el que viajaba una familia y que remolcaba un barco pasó en sentido contrario. Lauren recordó el velero de Jason y pensó en los fabulosos fines de semana que podían pasar en el mar. Nunca se había permitido pensar en ello, a pesar de que Jason había intentado hacérselo ver.

      El taxi pasó junto a un restaurante y Lauren pensó en lo mucho que había disfrutado lamiendo el sirope en el cuerpo de Jason. Vio también un vivero y se imaginó a Jason ayudándola en un jardín. Mirara a donde mirara veía imágenes de un futuro maravilloso, como si al permitirse soñar hubiera sacado al genio de la lámpara.

      Sólo le había dado una semana a su relación, por el amor de Dios. No era tiempo suficiente para asentar nada, y sin embargo estaba huyendo como una cobarde. Era irónico que, después de pasarse toda la vida intentando no ser como su madre, fuera precisamente Jacqueline quien le enseñara un par de cosas sobre el valor.

      Dio unos golpecitos en la pantalla de plástico que la separaba del conductor y dijo:

      –Perdone, ¿podemos dar la vuelta, por favor? Necesito que me lleve a Powell Street. Al edificio Maddox.

      De pie en el extremo de la mesa de la sala de juntas, Jason pensó en el discurso lleno de mentiras que Brock le había ordenado pronunciar.

      Y no pudo hacerlo.

      Si quería recuperar a su mujer, tenía que empezar en ese preciso instante, aunque ella no estuviera para escuchar lo que tenía que decir.

      –Señor Prentice, por mucho que valoro tenerlo como cliente, para mí no hay nada más importante que Lauren y nuestro hijo. Por ello, prefiero recomendarle a cualquier otro publicista de la empresa antes que permitir que nada ni nadie se interponga entre mi esposa y yo.

      Walter Prentice se recostó en el sillón rojo de cuero y entornó la mirada con expresión inescrutable.

      –¿Se da cuenta de lo que está sugiriendo, Reagert? No me gustan las personas que…

      Un carraspeo lo interrumpió desde el otro extremo de la sala. Jason se giró…

      Y se encontró con Lauren en la puerta.

      Todos los presentes se giraron para verla mientras Jason intentaba reponerse de la conmoción. Miró a Lauren con cautela y vio la determinación que ardía en sus ojos.

      –Señor Prentice –dijo ella. Entró con paso firme en la sala y se enganchó al brazo de Jason–. Puedo asegurarle que Jason y yo estamos de acuerdo en todo.

      –¿Está pensando en llevarse a este joven tan brillante a Nueva York? –le preguntó él.

      –No tengo intención de llevarme a Jason a ninguna parte –respondió ella–. Señor Prentice, nuestro matrimonio es sólido como una roca. Nada me alejará de San Francisco ni de Jason.

      Lo decía como si se lo creyera de verdad, pensó Jason. Si aquello era alguna venganza para hacerle pagar toda aquella farsa de matrimonio… Pero entonces volvió a mirarla a los ojos y se encontró con una mirada de amor y sinceridad. El alivio que sintió fue tan inmenso que por un momento olvidó dónde estaba, pero afortunadamente Gavin tosió para recordárselo y Jason se dirigió de nuevo a Walter Prentice.

      –¿Qué hay de esos rumores que han llegado a mis oídos sobre un matrimonio de conveniencia? –preguntó Prentice con una mueca de desaprobación–. Señora Reagert, ¿aceptó medio millón de dólares para hacerse pasar por su esposa?

      Jason se dispuso a decirle que no era asunto suyo, pero Lauren le apretó ligeramente el brazo.

      –Señor Prentice, no es ningún secreto que mi empresa tenía graves problemas económicos y que Jason se ofreció a hacer lo que fuera para ayudarme. Igual que yo haría lo que fuera por ayudarlo a él. Como pareja, tenemos que apoyarnos y velar mutuamente por nuestra felicidad.

      Todas las miradas se dirigieron hacia Prentice. Parecía que todo el mundo estuviera conteniendo la respiración, porque la sala se había quedado en un silencio sepulcral.

      Finalmente, Prentice echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. Su risa inundó la habitación junto a los suspiros de alivio.

      También Jason suspiró. Había estado dispuesto a luchar por Lauren hasta el final, pero ella se le había adelantado. Era una mujer increíble.

      Prentice le dio una palmada en la espalda y le agarró el hombro con actitud paternal.

      –Me gusta la gente que se rige por mi lema: la familia lo es todo.

      La expresión de sorpresa de Brock no tenía precio. No en vano su lema siempre había sido: «La empresa ante todo».

      –Maddox –lo llamó Prentice–, dales el resto de la semana libre a los recién casados. Es una orden. El resto de tu gente podrá encargarse del papeleo mientras estos dos empiezan su matrimonio como es debido.

      Todo el mundo empezó a aplaudir y vitorear. Brock también, aunque de una manera bastante más discreta que el resto.

      Lauren se puso colorada, pero no dejaba de sonreír. Jason la sacó rápidamente de la sala, la llevó a su despacho y cerró la puerta tras ellos. La risa de Lauren se mezcló con la suya al estrecharla entre sus brazos. La besó y ella lo besó a él, sin dudas y sin barreras. Un beso de pura pasión, alivio y conexión.

      Tenían por delante un día libre muy prometedor, pero antes tenía que asegurarse de una cosa.

      –¿Lo que le has dicho a Prentice… iba en serio?

      –Hasta… –lo besó– la última… –lo besó otra vez– palabra.

      Jason volvió a suspirar de alivio.

      –Gracias a Dios, porque hoy me di cuenta de que no podía dejarte escapar.

      –En ese caso, es una suerte que no me haya marchado –tiró de su corbata para acercarlo más a ella–. No es muy profesional hacer el amor en la oficina, ¿verdad?

      –Estamos casados –le recordó él, impaciente por sellar aquel nuevo y sincero compromiso–. Hay que hacer lo mejor para nuestro futuro. Además, cada vez que me siente aquí estaré pensando en ti, lo que significa que me daré toda la prisa posible por acabar el trabajo y volver a casa con mi familia, con mi esposa, con la mujer a la que amo.

      Los ojos de Lauren se llenaron de lágrimas, pero la sonrisa que esbozó fue tan radiante que estuvo a punto de cegarlo.

      –Pues entonces… –le susurró con la boca casi pegada a sus labios–, arráncame las bragas y házmelo sobre la mesa.

      –Si sigues hablando de esa manera, habremos acabado tan pronto que nadie sospechará lo que ha pasado aquí.

      –Por mí, perfecto. Así nos iremos antes a casa.

      –A casa –entrelazó las manos en sus suaves cabellos, tan exuberantes como el resto de su cuerpo–. ¿Estás segura de que quieres quedarte en San Francisco? No sé si me oíste antes de que interrumpieras a Prentice, pero le dije que estaba dispuesto a trasladarme a Nueva York si era lo que hacía falta para hacerte feliz. Tengo los recursos necesarios para instalarme donde tú quieras. No voy a perderte por culpa de un trabajo –el trabajo y el orgullo se habían interpuesto entre su padre y él. No volvería a cometer el mismo error.

      –Oh, Jason… –la voz le temblaba y las lágrimas no dejaban de afluir