lo mucho que te gusta navegar, San Francisco parece el lugar perfecto para ti. Y no tienes que soportar los duros inviernos de Nueva York.
–Llevo practicando el submarinismo desde que estaba en el colegio, y aquí puedo tener mi propio barco en vez de perder tiempo desplazándome a un lugar turístico –apoyó la barbilla en la cabeza de Lauren–. Es muy emocionante explorar los barcos hundidos y los arrecifes de coral. Me encantaría llevarte después de que nazca el bebé.
–Ya veremos –volvió a decir ella, pellizcándole el muslo.
–No podemos seguir a este paso para siempre –arguyó él–. En algún momento tendremos que hacer planes.
Ella se giró y lo miró a la luz de la luna.
–¿Sabes qué? Tengo un plan fabuloso para esta noche…
Jason le estaba hablando en serio. Quería convencerla de que sus vidas podían encajar tan bien como sus cuerpos. Pero los ojos de Lauren brillaban con peligrosa determinación.
Lo empujó contra el asiento y tiró de la manta sobre los dos.
–El plan es meternos bajo la manta y ver quién es el primero que hace gritar al otro de placer.
Apoyó las manos en la cubierta, a cada lado del rostro de Jason, y lo besó mientras se abandonaba a la pasión que bullía en sus venas. El desconcierto inicial de Jason le dio unos segundos de ventaja, pero no mucho más. Él la colocó rápidamente bajo su cuerpo y se cubrió con la manta.
La conversación la había asustado tanto que no le había quedado más remedio que actuar. No quería hablar. Él ya debería saber que tenía sus propios sueños, su propia empresa y su propia vida. Y además estaba su madre, quien no tenía a nadie más en el mundo. Por todo ello, debía regresar a Nueva York. Su tiempo con él había acabado. Sólo le quedaba una semana para almacenar recuerdos y asentar las bases de una futura relación amistosa por el bien de su hijo.
Pero en aquellos momentos sólo quería sentir su cuerpo y memorizar el sonido de su voz cargada de deseo.
El barco se mecía suavemente bajo ellos, y el movimiento de las olas imitaba el contoneo de sus cuerpos. Lauren le quitó la camiseta con frenesí y él se apartó un momento para desabrocharse los vaqueros y bajarle a ella las bragas hasta los tobillos. Lauren le rodeó el miembro con los dedos y se rozó la mano contra la cremallera abierta al guiarlo hacia su sexo.
Y entonces lo tuvo en su interior, colmándola con sus embestidas, con su deseo, con su fragancia corporal mezclada con el olor del mar.
Le agarró las nalgas a través de los vaqueros y lo apremió a que se moviera más rápido, más fuerte, más cerca de lo que el abultado vientre permitía. Él deslizó la mano entre sus cuerpos y la tocó en su punto más sensible mientras seguía empujando dentro de ella.
Habían alcanzado una compenetración ideal, instintiva y maravillosa. Sus cuerpos se entendían a la perfección y Lauren se sentía tan excitada como asustada. ¿Cómo era posible? Jason le despertaba los deseos más atrevidos, como hacer el amor al aire libre en la cubierta de un barco.
Él le mordisqueó el lóbulo de la oreja mientras sus dedos seguían trazando círculos en sus partes íntimas.
–¿Quién va a gritar primero, Lauren?
Ella apretó las rodillas contra sus caderas y lo masajeó suavemente hasta que él gimió de placer en su oído.
–No lo sé… Dímelo tú.
Jason levantó la cabeza y la miró con todo el rostro en tensión.
–Creo que va a ser algo simultáneo…
La promesa de un orgasmo sincronizado la llevó hasta el límite. Jason le capturó la boca con la suya y los dos ahogaron un gemido de placer compartido. Un torrente de lava invadió a Lauren, derritiendo sus músculos, huesos y nervios hasta que quedó exhausta y jadeante sobre la cubierta.
Él se dejó caer a su lado, también jadeando en busca de aire, y la apretó contra su pecho en silencio. Tiró de la manta sobre ellos y rodeó a Lauren con los brazos.
Las luces seguían parpadeando en la costa de San Francisco, muy lejos de Nueva York. Las olas que rompían suavemente contra el casco le recordaban que sus defensas iban menguando a cada segundo que pasaba con Jason, sobre todo porque él le había demostrado lo bien que podrían estar juntos.
Lauren siempre había dependido de la fría lógica, y Jason nunca le había hablado de amor. Sin embargo, no podía escapar a la verdad inexorable.
Se estaba enamorando de Jason.
Capítulo 11
Jason bajó a la cabina tras comprobar que el barco estuviera seguro. Tener a Lauren para él solo en una cama hasta la mañana siguiente era un placer que no podía desaprovechar.
Era una mujer insaciable, y ojalá pudiera tenerla siempre a su lado.
Abrió la puerta del camarote principal y se detuvo en seco al ver la cama vacía. ¿Adónde demonios se había ido? No podía haber llegado muy lejos…
Se giró hacia la cocina y encendió la luz. Lauren estaba acurrucada en el sofá, vestida únicamente con una camiseta de él, abrazada a sus rodillas y con los ojos enrojecidos por las lágrimas.
–¿Lauren? –la llamó con cautela–. ¿Estás bien?
Ella se irguió rápidamente y le sonrió.
–Pues claro. ¿Por qué no habría de estarlo? –se tiró de la camiseta hacia abajo. Era una vieja camiseta de la Marina, descolorida después de tantos lavados–. Acabo de hacer el amor bajo las estrellas y me espera un sexo increíble hasta que amanezca.
Jason estaba más que dispuesto a dárselo. Pero aún no. Antes tenía que averiguar qué le pasaba. Se sentó a su lado, pero manteniendo las distancias. Parecía tan tensa que temía que se derrumbara si la tocaba.
–Pareces ausente. Y perdóname si te parezco egoísta, pero cuando estoy con una mujer en la cama… cuanto estoy contigo en la cama… quiero recibir tu atención total y exclusiva.
–No pasa nada –murmuró ella, tirándose nerviosamente del dobladillo de la camiseta–. En serio.
–Es evidente que te pasa algo –le puso la mano sobre las suyas para detener el temblor–. ¿Por qué no puedes decírmelo?
Ella metió la mano bajo la pierna y sacó su móvil.
–Mi madre ha vuelto a llamar –puso una mueca de exasperación, que no consiguió ocultar su inquietud, y arrojó el teléfono al otro extremo del sofá. El barco se balanceó ligeramente y el aparato cayó al suelo.
¿Su madre a esas horas? Si allí era medianoche, en Nueva York eran más de las tres de la mañana. ¿Cómo se podía tener tan poca consideración con el reposo de una hija embarazada?
Obviamente, Jacqueline había sufrido otro de sus ataques. Jason no sabía mucho sobre el trastorno bipolar, algo que pensaba remediar de inmediato, pero sospechaba que la llamada de esa noche no debía de haber sido agradable.
No podía cambiar el pasado, pero tal vez pudiera ayudarla a mejorar el presente.
–Tendrías que haberme avisado y habría venido a rescatarte al momento.
Una temblorosa sonrisa apareció fugazmente en su rostro.
–Gracias, pero no puedes quitarme el teléfono para siempre.
–¿Qué te ha dicho?
–Nada grave, en serio. Simplemente, no tiene noción del tiempo y me llama a cualquier hora –se apretó contra él, lo que a Jason le pareció una señal muy prometedora–. Está muy alterada por lo del bebé. Me ha dicho que tengo que conseguir un buen acuerdo de divorcio, y después de colgar me ha enviado el número