instante casi acabaron con él.
Ella le agarró el miembro y apretó ligeramente.
–¿Aquí y ahora? –le preguntó él–. ¿Estás segura?
El fuego que ardía en los ojos de Lauren no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones. Era el mismo deseo salvaje que la había dominado cuatro meses antes, pero aun así él necesitaba oírselo decir. Quería confirmar que ella deseaba tanto como él hacerlo contra la pared del salón.
–Te quedan noventa segundos antes de que explote –le dijo ella con voz ronca y jadeante.
–¿Noventa segundos? –el miembro le palpitaba acuciantemente en la mano de Lauren.
–Ochenta y nueve –murmuró ella, pasándole el dedo pulgar sobre la punta.
Él le subió la otra pierna para que enganchara los tobillos alrededor de su cintura. La agarró firmemente por el trasero y la levantó para colocarla en posición. Ella le puso las manos en los hombros y descendió para volver a recibirlo en su interior, tal y como él recordaba, pero con una intensidad mucho mayor.
Lauren posó la cabeza sobre su hombro.
–¿Estás bien? –le preguntó él. Todo a su alrededor se desvanecía, como si el mundo se redujera al cuerpo de Lauren.
–Setenta y un segundos –murmuró ella. El pecho le subía y bajaba frenéticamente–. Y contando.
A Jason no le hicieron falta más ánimos. Empujó con fuerza y ella respondió pegándose a él, suplicándole en agónicos susurros y con la piel colorada. Tal vez estuvieran precipitándose de nuevo, pero no iba a perder la oportunidad de mirarla mientras lo hacían. Era un regalo visual que había desaprovechado la primera vez.
Era el momento de resarcirse. Contempló la elegante curva de su cuello mientras ella echaba la cabeza hacia atrás. El sudor que empapaba su frente, los párpados fuertemente cerrados mientras sus gemidos se hacían más y más fuertes. Sus blancos dientes mordiéndose el labio hasta que un grito de desinhibido arrebato se elevó hasta los altos techos.
¿Quién se habría imaginado que a aquella mujer tan discreta le gustara gritar? Así era, y el hecho de que hubiera sido él quien le arrancara esos gritos de placer lo llevó a él también al orgasmo.
Apoyó la frente en la pared y se derrumbó contra ella, quien aún lo rodeaba con sus piernas. Sus cuerpos estaban pegados por el sudor, piel contra piel. Pero ¿hasta cuándo?
En sólo noventa segundos Jason había descubierto que jamás podría dejarla marchar.
Tenía que escapar de allí.
Lauren estaba sentada a horcajadas sobre el regazo de Jason, en el banco de madera de la ducha. El agua le salpicaba la espalda y ella besaba el hombro de Jason mientras él empujaba en su interior.
La intensidad de sus orgasmos aún seguía estremeciéndola y le llenaba la cabeza con las imágenes de la noche anterior, en la que Jason la había colmado de sensaciones incomparables con sus manos, su boca y el resto de su cuerpo. También con sus palabras, susurrándole una y otra vez cuándo la deseaba, cuanto lo excitaba, cuánto ansiaba volver a tenerla… Y ella había perdido el control por completo.
Por eso estaba muerta de miedo.
Pero, por asustada que estuviera, no podía separarse de él.
La primera vez que lo hicieron estuvo bien, pero lo que habían hecho aquella noche no podía compararse a nada que hubiera vivido hasta entonces. La pasión había alcanzado un extremo tan salvaje que Lauren había llegado a olvidar la independencia que tanto le había costado conseguir. Había trabajado muy duro para dejar atrás la influencia de su familia. ¿Tendría la fuerza necesaria para resistir a Jason cuando a él le bastaba un suspiro para derretirla de placer?
Al meterse juntos en la ducha, estaba convencida de que no podrían volver a hacer el amor tan pronto. Pero Jason le había prometido que harían realidad una más de sus fantasías antes de que amaneciera. Y así fue. Las caricias de sus manos bajo el agua volvieron a excitarla como si acabaran de empezar, y en pocos segundos los gritos y gemidos de ambos resonaban en las paredes de azulejos.
Todo era muy distinto a la frenética aventura que tuvieron en el sofá de su despacho, de donde él se marchó nada más acabar y la dejó con el cuerpo y el corazón a medias.
Ahora, en cambio, Jason le provocaba un orgasmo tras otro y parecía no haber límites para el placer compartido. La noche había sido increíble, pero la ducha estaba resultando aún mejor. Y ella estaba cada vez más asustada.
Se estremeció contra él y Jason la besó en la oreja.
–Tienes frío. Vamos a salir…
La levantó en sus brazos como si no pesara más que una pluma y la sentó en el otro banco. Cerró el grifo y salió de la ducha para sacar una toalla del cajón.
–Gracias –dijo, sin aclararle que sus temblores no tenían nada que ver con el frío.
Se envolvió con la toalla y se acercó a la pequeña chimenea del cuarto de baño. Era de gas, pero también crepitaba agradablemente. Lauren se había criado en una casa con todo tipo de comodidades, pero aun así la había impresionado aquel cuarto de baño.
Pensó en la pobre pareja que había roto mientras reformaban la casa. Sin duda habían empleado mucho tiempo y esfuerzo para tener la casa de sus sueños. ¿Habrían tenido la oportunidad de disfrutarla antes de separarse?
Jason se secó la espalda y le dio un rápido beso en los labios.
–Nada me gustaría más que quedarme, pero llego tarde al trabajo.
–Puedes echarme la culpa a mí y a mis fantasías –se obligó a sonreír y fingir que estaba de un humor tan bueno como él.
Cuanto antes saliera Jason por la puerta, antes podría ella reordenar sus pensamientos y emociones. En esos momentos apenas podía pensar con claridad, y mucho menos intentar ser razonable. Era imposible mientras estuviese ante aquel cuerpo fuerte y viril.
Jason se vistió rápidamente mientras ella se peinaba. Al terminar, agarró su maletín y fue hasta ella.
–Lamento tener que trabajar un sábado, pero estaré de vuelta a las seis. Tengo planes para esta noche, así que no vayas a preparar la cena porque no cenaremos en casa. Pensaré en ti.
Volvió a besarla, esa vez de una forma más apasionada y posesiva. El sabor de la pasta de dientes y el olor de la loción hacían estragos en sus sentidos. Aquel hombre sabía cómo besar, pero aquel beso le resultó especial a Lauren porque era evidente que no desembocaría en una pasión mayor. Ambos estaban agotados y él tenía que irse a trabajar. No. Aquel beso insinuaba algo distinto que nada tenía que ver con el sexo, pero que resultaba tan íntimo como la unión de sus cuerpos.
Lauren mantuvo los ojos cerrados hasta que oyó cerrarse la puerta. Entonces se sentó en el borde de la bañera. Aunque reuniera las fuerzas necesarias para regresar a Nueva York, volvería a menudo a San Francisco con el bebé. Y Jason también tendría que ir a verla.
¿Cómo podría estar en la misma habitación que él y no desearlo? Quería conservar todo lo que estaba viviendo, y mucho más. ¿Por cuánto tiempo? Un fuego tan intenso siempre acababa apagándose. Pero ¿y si no se apagaba?
Había visto cómo los sentimientos que unían a sus padres se consumían irremediablemente hasta que no quedó nada entre ellos. No podía permitir que lo mismo le sucediera a ella.
Capítulo 10
Estaba progresando. Lo sentía igual que sentía la espuma salada de la Bahía.
Jason rodeó los hombros de Lauren con el brazo mientras caminaban por el paseo marítimo del club náutico. Acababan de disfrutar de una cena magnífica, aunque Jason se sentía culpable por haber hecho esperar una hora a una mujer embarazada.