comprender el guion completamente —decía Stella Adler—. Tenemos que conocer su estructura, esencia y excentricidades antes de poder sentirnos cómodos con él. Tenemos que entender lo que nos exige. De lo contrario no podremos comunicarlo y nos volveremos falsos. Debemos comprender las ideas de nuestro personaje como si se trataran de nuestras propias ideas. Debemos sentir la importancia que dichas ideas tienen para él y la necesidad de transmitirlas».
Si el trabajo de un actor es narrar una historia, lo primero que necesitaremos es entender la historia que cuenta el guion. Después, comprender a nuestro personaje.
«No creo que realmente puedas ser un actor eficaz si no tienes curiosidad por las personas y los eventos —dice Meryl Streep—. Y si estás interesado en las cosas, querrás profundizar y saber más. Lo que siempre impulsó mi propia emoción de trabajar es saber más acerca de alguien: ¿Qué les hizo hacer esto? ¿Qué fue lo que salió mal?».
El texto, para el actor y el director, es como los restos arqueológicos de un ser de la antigüedad. En la primera fase de nuestro trabajo deberemos “escarbar” para encontrar las pistas ocultas en él e intentar explicarnos cómo ha sido su vida, y de esa forma llegar a conocerle. Debemos sentir una gran curiosidad por nuestro personaje.
El actor debe percibir y abrirse a los mundos ocultos del personaje
Una vez le conozcamos en profundidad, debemos proporcionarle nuestro sello de autor, crearlo.
Es fácil comprender que un escritor inicia su trabajo con una página en blanco y todo son posibilidades y elecciones para él, pero de alguna forma también lo son para el director y para el actor. Por este motivo el director es el autor de la película, no el guionista. El director crea desde un guion, pero un mismo guion desarrollado por dos directores diferentes contará dos historias distintas. Entre otras cosas, porque entenderán y visualizarán la historia de forma diferente; desde el diseño de producción, la fotografía y el vestuario, hasta el reparto.
Nadie ve una historia de la misma manera, porque la filtramos a través de nosotros mismos, y todos, aunque tengamos un mismo acervo cultural, somos diferentes.
En el guion no está la película, está la guía para crear la película.
Lo mismo sucede con un personaje:
En el guion no está el personaje, está la guía para crear al personaje
El personaje no existe hasta que un actor le da vida. En el momento en que un actor interpreta a un personaje, lo crea, incluso cuando no haya realizado un verdadero trabajo de creación del personaje y se haya limitado a memorizar sus parlamentos. En el momento en que lo interpreta, lo dota de vida, de energía, de un físico, de una voz, de una determinada corporalidad y personalidad. Por lo tanto, dos actores diferentes crearán dos personajes diferentes. Compartirán la historia y al personaje del guion, pero desarrollarán un personaje distinto que matizará la historia.
Pero cuidado, como actores no partimos de una página en blanco. Partimos del guion y, además, trabajamos a las órdenes del director, idealmente de forma colaborativa.
Hay algo importante que mencionar sobre la creación del personaje, y es que siempre le dotarás de ti mismo porque lo procesarás a través de tu propia vivencia, de tu forma de ver y entender, de tu sensibilidad, de tu subjetividad. Esto es inevitable y es maravilloso. Esto es lo que hace único a cada personaje. Y se cumple sin importar el tipo de actor que seas o el proceso de trabajo que sigas. «Actuar no se trata de ser alguien diferente —dice Meryl Streep—. Es encontrar la similitud en lo que aparentemente es diferente, y luego encontrarme allí».
Cualquier intento de agrupar a actores en determinadas categorías puede caer con facilidad en el error. Dicho esto, simplificaré, por motivos didácticos, con la certeza de estar cayendo en un reduccionismo:
Existen actores que podríamos denominar de “carácter”. Suele tener una personalidad magnética y transmite a muchos de sus personajes la imagen que tiene de sí mismo.
También existen actores que en algún momento de su carrera desarrollaron un personaje que fascinó a la audiencia, y a sí mismos. Asumen entonces ese personaje como si fuera su “carácter” e intentan llevar a sus siguientes personajes en esa dirección. Es común que este tipo de actores intente salir de ese personaje, pero no les será sencillo porque el público los identificará con “ese personaje” y esperarán de ellos que les den lo mismo.
En el otro extremo encontramos a los actores que presentan variaciones, en mayor o menor medida, entre el personaje de ‘carácter’ y nuevas creaciones que nos sorprenden.
En cualquier caso, no podrás ser el personaje si no lo conoces.
En este sentido entiendo que hay dos tipos de actores: los que centran su trabajo en memorizar sus líneas y los que centran su trabajo en crear un personaje. Es muy común encontrar actores que basan su trabajo en memorizar los parlamentos de su personaje. Esta tarea requiere de un esfuerzo similar o mayor que la tarea de crear un personaje, y el resultado que obtenemos es mucho menos gratificante. No se alcanza el mismo resultado cuando memorizamos que cuando comprendemos.
A la última etapa del proceso de aprendizaje se le llama competencia inconsciente: hemos interiorizado ya los nuevos conocimientos y podemos usarlos sin ser conscientes de ello —recuerda lo que dice Anthony Hopkins sobre la actuación—. A diferencia del aprendizaje forzoso, típico del sistema educativo —memorizar conceptos para superar un examen—, alcanzamos la competencia inconsciente cuando hacemos de dicha información parte de nosotros.
Podemos clasificar las formas de actuar, según el tipo de imaginación que utilicemos, de la siguiente manera:
1. La actuación indicada, sin inspiración, utiliza la “imaginación reflexiva”. Esta nos proporciona los gestos, entonaciones y acciones de rutina, bien conocidas por los actores y los espectadores. Esta imaginación solo es capaz de proporcionarnos la actuación preparada, el cliché del comportamiento observado superficialmente.
2. La “imaginación constructiva” hace que la conexión del actor con el texto sea a través de sus observaciones conscientes, de las memorias, pensamientos y sentimientos. El actor hace coincidir el patrón de su experiencia con los del personaje. Entonces usa su inteligencia y talento para apoyarse en esa situación imaginaria e ir “construyendo” su propio universo. Los actores que trabajan de esta forma construyen personajes satisfactorios. Cuanto más observador, inteligente e intuitivo sea el actor, cuanta más vida haya experimentado, más rica será su creación. Este tipo de actuación desarrolla una relación lineal entre el comportamiento y la emoción implícita.
La mayoría de la gente crea usando la imaginación constructiva. Comparamos y contrastamos datos, los filtramos de nuevo a través de nuestra propia experiencia y a menudo tenemos éxito creando algo nuevo. Algo embarulla los datos y al actor, y permite que surjan impulsos de lo que acabamos de imaginar... Pero estamos cortejando a la inspiración de forma consciente.
3. Cuando la inspiración pura irrumpe, experimentamos un conmovedor impacto, el contacto con la “imaginación autónoma”. Nos hemos sumergido en su realidad y emergemos con algo totalmente nuevo.
La imaginación autónoma —la inspiración— se distingue por su independencia. Algo emerge que no existía antes de su aparición. Irrumpe en nuestro mundo inyectando algo que se siente radicalmente nuevo. Aunque parezca similar, es más sugestiva, elocuente y trascendental. Normalmente es simbólica y no lineal, en vez de literal. Es el momento Eureka en el que se produce una “revelación” con significado superior a la suma de las partes.
Los actores que trascienden la reciprocidad de la acción-reacción, que desarrollan asociaciones no lineales en las relaciones entre la emoción y el comportamiento, se apoyan en la imaginación autónoma.
Esta actuación es grandiosa e impredecible, es demandante e inquietante. De alguna forma se niega a responder concluyentemente las preguntas planteadas por el guionista. Sin embargo, las responde. El personaje revela la suma total de sus deseos y conflictos. Es absolutamente humano, una presencia que expresa.
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