y era “depositada” en la casa paterna. Claramente, se encontraba en una situación de inferioridad y dependencia[27], como queda bien reflejado en el art. 312 del Código Civil: «Las hijas de familia mayores de edad, pero menores de veinticinco años, no podrán dejar la casa del padre o de la madre, en cuya compañía vivan, más que con licencia de los mismos, salvo cuando sea para contraer matrimonio o para ingresar en un Instituto aprobado por la Iglesia».
En 1958 habría una reforma del Código Civil, gracias en gran parte a la campaña impulsada por la abogada Mercedes Formica, a propósito de un caso de malos tratos y muerte de una mujer, que no se había separado del marido para no perder casa e hijos. La reforma, aunque escasa, permitía al menos que la mujer pudiera ser tutora y testigo en los testamentos, además de que no se le privaba de la custodia de los hijos en caso de separación[28].
Las cosas cambiarían definitivamente con la promulgación de una nueva ley en mayo de 1975, que otorgaba a la mujer su capacidad plena de obrar, al eliminar la obediencia al marido, la licencia marital y la mayor parte de las discriminaciones por razón de sexo[29].
En los años cuarenta, el discurso político y social puso el acento sobre el papel de la mujer como madre de familia, esposa abnegada y centro del hogar. Por otra parte, era el mismo fenómeno que se observaba en Europa y Estados Unidos tras las dos guerras mundiales. El retorno a la domesticidad y a las políticas pro-natalistas se consideraba necesario para reconstruir los países, también en los regímenes democráticos. Como España, los países occidentales salían de la guerra con profundas heridas, en una situación de pobreza y con deseos de afianzar la identidad nacional. El desarrollo de las contiendas (las dos mundiales, la civil española) tendía a consolidar el modelo femenino de madre-ama de casa y a fortificar los sentimientos familiares. En cierto sentido era una vuelta al ideal femenino del siglo XIX, que parecía haberse dejado atrás[30].
En el caso de España ese discurso se articuló mediante las leyes que organizaron la enseñanza: universitaria (1943), primaria (1945) y media (1949) y con el apoyo de la Sección Femenina de Falange. Para las jóvenes entre 17 y 35 años era obligatorio el Servicio Social, que consistía en prestar seis meses de servicios gratuitos en centros asistenciales de la Sección Femenina[31].
De todas formas, se trataba de un crecimiento lento, al menos en los difíciles años de la inmediata posguerra. Por ejemplo, en 1942 el analfabetismo femenino ascendía a un 23 %. Una situación de escasa cultura que se cebaba, sobre todo, en el ambiente rural y en las chicas que acudían a las ciudades en busca de trabajo y de unas mejores condiciones de vida. Para la mayor parte de ellas, las posibilidades eran la fábrica o el servicio doméstico, donde tampoco encontraban oportunidades de promocionarse[32]. Una conocida abogada de esos años, experta en temas de educación y trabajo femenino, dejaba constancia de la situación de las jóvenes sirvientas en las ciudades:
Es quizá la clase de mujeres menos preparadas para su trabajo. Salen de un ambiente social muy bajo, y ni conocen los procedimientos de limpieza, ni menos los del guisado y planchado. Tan mal preparadas están, que parece raro que encuentren una colocación. Hay exceso de demanda y poca oferta. Esto les asegura el trabajo, cualquiera que sean las condiciones suyas, y a un precio superior que diez años atrás. Lo que más las dignificaría sería una buena preparación, y de eso nadie se ocupa hoy en día[33].
El acceso a la educación universitaria seguía siendo minoritario. Aunque se observa un aumento respecto a la etapa republicana, se debía en parte a quienes se habían matriculado en los cursos intensivos para recuperar los años perdidos durante la guerra. En el siguiente gráfico puede verse que en el curso 1939-40 hubo un mayor número de matriculaciones, tanto en varones como en mujeres. Ese curso las jóvenes suponían un 14 %. A partir del año siguiente, la proporción se estancó en un 12 %, con ligeros incrementos. No sería hasta el curso 1947-48 cuando el alumnado femenino subiría al 13 %.
Gráfico 1. Evolución de las matrículas universitarias (1939-1949)
Fuente: Fondo documental del Instituto Nacional de Estadística (INE). Elaboración propia
Las carreras con mayor número de matrículas femeninas fueron desde el principio Filosofía y Letras, Ciencias y Farmacia (Gráfico 2). Incluso, en el caso de la primera sobrepasaron a los hombres a partir de 1943. Por el contrario, en Derecho y Medicina la presencia femenina era mucho menor, aunque se observa también un crecimiento progresivo. Estas dos carreras contaban con un mayor número de alumnos, con lo que la desproporción entre hombres y mujeres resulta más llamativa. Por ejemplo, frente a los 10.121 chicos matriculados en Derecho el curso 1941-42, solo lo habían hecho 231 chicas. Ese mismo curso, en Medicina las matrículas masculinas ascendían a 8.822, mientras que las femeninas eran 238 (Fondo documental del INE. Anuario 1943).
Gráfico 2. Preferencias de las mujeres por carreras
Ciencias | Derecho | Farmacia | Filosofía y Letras | Medicina | Ciencias Políticas y Económicas | Veterinaria | |
1940-41 | 1252 | 200 | 1150 | 1357 | 507 | ||
1941-42 | 1331 | 213 | 1287 | 1647 | 238 | ||
1942-43 | 1088 | 109 | 1024 | 1581 | 164 | ||
1943-44 | 1341 | 129 | 1042 | 1771 | 196 | 28 | 4 |
1944-45 | 1111 | 159 | 1273 | 1917 | 213 | 28 | 7 |
1945-46 | 1186 | 205 | 949 | 1651 | 198 | 31 | 9 |
1946-47 | 1309 | 235 | 973 | 1840 | 203 | 59 | 11 |
1947-48 | 1625 | 389 | 1687 | 2362 | 290 | 108 | 13 |
1948-49 | 1696 | 430 | 1636 | 2555 | 429 | 92 | 28 |
Fuente: Fondo documental del INE. Elaboración propia
La mentalidad general era que se trataba de una educación prescindible, salvo en los casos de necesidad económica familiar. La vida de las mujeres estaba orientada de forma mayoritaria hacia el matrimonio y la dedicación al hogar. Incluso había quien pensaba que lo que movía a las chicas a realizar estudios universitarios no era la inclinación al estudio o el afán de superación, sino el deseo de pescar novio[34].
Nuevas dificultades para acceder al mercado laboral
Si las universitarias constituían una minoría, eran muchas menos las que desarrollaban su carrera profesional una vez casadas. En 1940 solo el 8 % continuaba trabajando al finalizar sus estudios y una década más tarde había aumentado apenas un 12 %. Además, tenían limitaciones en muchas profesiones. Es lo que explica, por ejemplo, las bajas cifras en Derecho o en Ciencias Políticas y Económicas. Las oposiciones de alto nivel, como la judicatura o la notaría, exigían como requisito ser varón, y en otros trabajos los prejuicios les impidieron ocupar cátedras de universidad, teniendo que conformarse con ser auxiliares o ayudantes de cátedra, cuando a veces estaban más preparadas que sus colegas masculinos[35].
Dos científicas con prestigiosas carreras, como Piedad de la Cierva y Teresa Salazar, sufrieron esa exclusión sexista. Ambas se presentaron en 1940 a las plazas convocadas para la cátedra de Físico Química en las universidades de Murcia, Sevilla y Valencia. Además de ellas había tres varones. De la Cierva ya estaba avisada de que el tribunal no tenía intención de dar la cátedra a ninguna mujer. De hecho, la plaza de Murcia quedó desierta y las otras dos las ganaron dos de sus opositores masculinos. Salazar presentó un recurso, que fue desestimado, y siguió intentándolo, sin éxito, en otras ocasiones. Habría que esperar a 1953 para que una mujer consiguiera una cátedra universitaria. Sería María Ángeles Galino en Historia de la Pedagogía por la Universidad de Madrid[36].
Las asociaciones femeninas en el primer franquismo
Las asociaciones femeninas se centraron sobre todo en la Sección Femenina de Falange y en la Acción Católica. Desde la primera se promocionó el acceso de la mujer a la educación secundaria, la de bachillerato y la universitaria.